Empezás un nuevo proyecto, te entusiasma el desafío, querés dar lo mejor. Pasan las semanas y el ritmo se acelera. Dejás de almorzar tranquilo, respondés mensajes fuera de horario, posponés descansos. Te decís que es “una etapa intensa”, pero esa etapa no termina. Hasta que un día te descubrís agotado, sin energía ni motivación, con la sensación de estar haciendo mucho y rindiendo poco, desconectado de tus vínculos y tus propósitos. Ese recorrido, del entusiasmo inicial al desgaste total, es cada vez más frecuente en el mundo laboral. El burnout (síndrome de agotamiento profesional) no aparece de un día para el otro, es el resultado acumulativo de sostener durante demasiado tiempo altos niveles de estrés sin espacio para la recuperación emocional. En esta nota te cuento cómo reconocer sus señales y qué podés hacer para prevenir que el trabajo termine apagando tus recursos más valiosos.
Del estrés funcional al estrés crónico
Un cierto nivel de estrés es necesario para activar el foco y el rendimiento, funciona como un estado de activación que ayuda a movilizar recursos para ejecutar acciones con sentido. Pero cuando la exigencia se vuelve constante y excesiva y no hay descanso suficiente, ese mecanismo deja de ser adaptativo. El cuerpo y la mente permanecen en “modo alerta” incluso cuando la situación ya no lo requiere.
El estrés crónico afecta la calidad del sueño, la concentración y la regulación emocional, entre otros aspectos. Con el tiempo, la persona comienza a sentir que, por más esfuerzo que haga, el rendimiento disminuye. Ahí empieza el círculo del burnout: más horas de trabajo para compensar, menos descanso, más frustración, más agotamiento.
Las tres dimensiones del agotamiento laboral
La Organización Mundial de la Salud describe el burnout a partir de tres componentes principales:
1- Cansancio emocional: sentirse exhausto, sin recursos internos para afrontar las demandas del trabajo.
2- Despersonalización o cinismo: adoptar una actitud distante o negativa hacia el trabajo o hacia las personas con las que se interactúa.
3- Baja realización personal: percibir que lo que se hace no tiene impacto o valor.
Estos tres elementos no aparecen simultáneamente. Primero llega el cansancio, luego el distanciamiento y, finalmente, la pérdida de sentido. Lo que antes motivaba, ahora pesa y se padece.
Factores que lo alimentan
El burnout no depende solo del individuo, sino también del contexto. Algunas condiciones laborales pueden predisponer a su padecimiento: sobrecarga de tareas o falta de claridad en los roles, expectativas poco realistas de productividad, falta de reconocimiento o apoyo emocional y escasa autonomía para decidir cómo organizar el trabajo. A esto se suman rasgos personales como el perfeccionismo, la autoexigencia o la dificultad para poner límites. En contextos de alta presión, estas características, que suelen ser valoradas positivamente, se transforman en factores de riesgo.
Estrategias para prevenir y revertir el desgaste
Descansar un fin de semana largo no es suficiente para superar el burnout. Recordá que estamos hablando de estrés crónico, no de un cansancio puntual generado por una situación excepcional. Requiere una revisión más profunda del modo en que gestionamos el trabajo, el tiempo y las emociones.
Algunas estrategias con respaldo científico que ayudan a prevenir el agotamiento son:
Pausas estratégicas: pequeños descansos durante la jornada que permitan al sistema nervioso salir del modo de hiperactivación.
Autorregulación emocional: reconocer señales tempranas de estrés (tensión muscular, irritabilidad, fatiga) y aplicar recursos de regulación antes de llegar al colapso.
Revisión de prioridades: no todo lo urgente es importante. Aprender a diferenciarlo evita el desgaste innecesario.
Apoyo social: compartir lo que ocurre con colegas o personas de confianza reduce la sensación de aislamiento.
Reconexión con el propósito: recordar por qué se eligió ese trabajo y qué aspectos de él siguen teniendo valor personal.
El verdadero alto rendimiento debe ser sostenible
El burnout no es un problema de falta de compromiso, sino de exceso de carga sin estrategias de recuperación. Aprender a regular las emociones, poner límites y reorganizar el tiempo no es un lujo, es una condición para sostener la productividad de manera saludable. Cuidar la salud mental en el trabajo implica reconocer que el bienestar no se opone al rendimiento sino que lo potencia. Obviamente, para rendir mejor, primero tenés que sentirte bien.
Nunca será una buena práctica apostar a obtener un alto rendimiento con estrategias que no son posibles de sostenerse a largo plazo. Si queremos sostener nuestro bienestar y desempeño en el tiempo, necesitamos aprender a gestionar no solo el tiempo y las tareas, sino también las emociones que el trabajo despierta. Desarrollar recursos de autorregulación emocional no es un complemento, sino una herramienta clave que te permite actuar a tiempo y prevenir el desgaste para así recuperar la energía necesaria y disfrutar (no solo resistir) la vida laboral.
Datos de contacto:
Instagram: @constanzahoffman
Linkedin: www.linkedin.com/in/constanzahoffman/
Mail: [email protected]
por CONTENTNOTICIAS















Comentarios