En El Faro brindamos capacitación en acompañamiento en el fin de vida. Y a veces, como docentes, nos hacemos una pregunta clave: ¿es suficiente lo que ofrecemos? ¿Alcanza para preparar a alguien para acompañar a otro en un momento tan único e irrepetible como el final de la vida?
La respuesta, una y otra vez, es sí.
Es suficiente porque transforma. Las personas que pasan por nuestras formaciones nos cuentan que algo cambia en ellas. No solo aprenden herramientas y conceptos, sino que logran mirar la muerte —y la vida— de una manera distinta. Es un cambio interno, profundo, que se refleja en sus palabras: “Esto no solo me enseñó a acompañar, me transformó como persona”.
Es suficiente porque se puede poner en práctica de inmediato. Nuestros acompañantes hoy trabajan en hospitales, Hospices, residencias de larga estadía, en hogares particulares y también con familias. Estos saberes no quedan guardados en un cuaderno ni en un aula: salen al mundo para acompañar a personas y entornos en situaciones reales, donde hacen una diferencia.
Y es suficiente porque no se termina nunca. Nadie termina de aprender a acompañar. Este camino no tiene un final. Un acompañante siempre será un aprendiz, porque en esta tarea la Muerte es la gran maestra. Es ella quien nos enseña, una y otra vez, que no hay recetas ni respuestas universales, pero que siempre hay algo por descubrir.
¿Cómo logramos todo esto? Nuestro modelo de enseñanza tiene algo muy especial: combina lo conceptual con lo vivencial. No es solo teoría. Cada clase está llena de ejercicios prácticos, reflexiones, momentos compartidos que invitan a mirar hacia adentro y conectar con lo humano. Además, los docentes son acompañantes que ya pasaron por lo que hoy están viviendo los alumnos. Y eso hace toda la diferencia, porque traen consigo sus experiencias reales, sus aprendizajes y su recorrido.
Formarse en El Faro es mucho más que aprender herramientas. Es un viaje interior. Quienes atraviesan esta experiencia reciben mapas, recursos y preguntas que los llevan a encontrarse con algo que, en general, evitamos: la presencia de la Muerte en nuestra propia vida. Porque aunque no nos guste pensar en ella, la Muerte siempre está ahí, recordándonos que todo tiene un tiempo. Y en ese recordatorio, si le prestamos atención, hay enseñanzas que pueden transformar nuestra manera de vivir y de acompañar.
Por eso decimos que nuestro modelo de acompañamiento tiene algo de socrático. No buscamos imponer respuestas ni dar fórmulas mágicas. Ayudamos a cada persona a descubrir lo que ya lleva adentro: la capacidad de estar con otro, de escuchar con el corazón abierto y de acompañar desde un lugar humano, profundamente humano.
Cuando conocí a Ram Dass, maestro espiritual y compañero de camino de Elisabeth Kübler-Ross y Stephen Levine, encontré una inspiración que sigue guiando nuestra formación. Él decía algo que me marcó para siempre: “Soy humano, y eso debería ser suficiente para estar junto a otro ser humano que está muriendo”.
Esa idea fue el punto de partida para diseñar una capacitación que no depende de títulos ni credenciales. Se enfoca en activar lo esencialmente humano: la escucha, la compasión, la atención plena. Porque acompañar no es un acto técnico, es un acto profundamente humano.
Hoy, después de más de diez años de brindar cursos y seminarios, sigo convencida de que acompañar no tiene que ver con ser perfecto ni tener todas las respuestas. Tiene que ver con recordar que somos humanos. Humanos y mortales. Y que desde ese lugar, podemos estar al lado de alguien que transita el final de su vida, acompañando con la Muerte como aliada y no como enemiga.
Si sentís que este camino puede ser para vos, que querés aprender a acompañar desde un lugar humano y transformador, escribinos a [email protected]. Estamos para guiarte, para compartir este recorrido y para mostrarte que, a veces, aprender a acompañar a otro es también aprender a vivir más plenamente.
por CEDOC
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