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SOCIEDAD | 27-11-2018 12:16

Medioambiente: la batalla mundial contra el plástico

La Unión Europea prohibirá productos no reciclables, como cubiertos y sorbetes. Riesgos para el ecosistema y la salud.

Más de 150 millones de toneladas de plásticos flotan en estos momentos en los mares del mundo, de acuerdo con un estudio realizado por la consultora McKinsey para la Organización No Gubernamental (ONG) estadounidense Ocean Conservancy. El 60% proviene de basura no recolectada, el 20% tiene origen en el descarte de materiales al ecosistema y el 20% restante tiene su origen en fuentes instaladas dentro de los mismos océanos (por ejemplo, bases de pesca). Para empeorar la situación, la mayor parte de los residuos son llevados por las aguas a lugares de difícil acceso, lo que complica la tarea de detectarlos. Este año se hallaron materiales descartables a 6.000 metros de profundidad.

La situación no sólo afecta al medio ambiente y a los seres vivos que habitan los océanos, sino también a la salud humana. Un estudio de la Organización Mundial de la Salud (OMS) halló que hay restos de plástico hasta en el agua mineral que consumimos normalmente las personas. Resultado: una investigación recientemente dada a conocer por la Universidad Médica de Viena (Austria) reveló que, así como en el caso de las aves, ya se han encontrado restos de plástico en el estómago de seres humanos.

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Es por eso que se están tomando medidas drásticas. La Unión Europea (UE) anunció el 25 de octubre pasado que sus 28 estados miembro le pusieron fecha de defunción a la producción de productos fabricados con plásticos no reciclables, como por ejemplo vasos, cubiertos y sorbetes. Es una basura que contamina fuertemente los océanos y que colabora en el agravamiento del calentamiento global: de hecho, es el 80% de la basura que suele encontrarse en las playas. Se calcula que los países gastan 259 millones de euros por año debido a la polución que causan estos elementos plásticos no biodegradables y no reutilizables. Frenar la producción y uso de estos productos reduciría en 2,63 millones de toneladas la cantidad de gases de efecto invernadero lanzados a la atmósfera.

Estadísticas graves. Desde la década de 1960, la producción global de materiales plásticos se multiplicó por veinte. Las proyecciones muestran que, hacia el año 2036, el volumen actual se duplicará. Actualmente se estima que tres cuartos de la basura marina son compuestos plásticos. En el 2015, entre 4,8 millones y 12,7 millones de toneladas de materiales plásticos (el equivalente a cerca del 5% del total generado en todo el mundo) fue depositado en los océanos.

Además de estos datos, las organizaciones ambientalistas que defienden la eliminación de cubiertos, vasos y otros utensilios de plástico tienen el apoyo de buena parte de la opinión pública. Como ejemplo, vaya el de un video filmado en Costa Rica en el 2015 y que se viralizó en internet: ya va por los 33 millones de visualizaciones. ¿Qué muestra? Una tortuga rescatada por científicos con un sorbete incrustado en una de sus narinas. A los expertos les tomó diez minutos extraer el tubo, de diez centímetros de largo, y así salvar la vida del animal que por entonces agonizaba.

El episodio está lejos de ser una excepción. Ya es casi rutinario que las especies marinas sean víctimas de objetos plásticos descartados por las personas. Y no sólo ellas. El estudio Relatório Planeta Vivo, dado a conocer por la Ong WWF (World Wildlife Fund), destaca que el 90% de las aves tienen fragmentos de plástico en el estómago, ingeridos posiblemente junto con los peces que capturan. En 1960, ese índice era del 5%.

Volver a las bombillas. “Los sorbetes son inútiles. Es posible directamente del vaso o de la copa. En el video que hicimos mostramos parte del lugar adonde va a parar toda esa basura”, opina la bióloga Christine Figgener, investigadora de la Universidad de Texas (Estados Unidos) que participó del video que mostró a la tortuga hallada en Costa Rica. La situación se complica cuando se constata que un simple sorbetito de plástico se toma al menos 200 años para descomponerse. Es decir que permanece boyando por las aguas durante dos siglos. Tiempo más que suficiente para afectar (y dañar, y matar) a muchas especies.

Habrá quienes no comprenden cómo vivir en un mundo sin plásticos, y es por eso que no se discute su importancia. Desde 1907, cuando el químico belga Leo Baekeland inventó una forma barata y rápida de fabricarlo, el plástico (obtenido a partir de resinas derivadas del petróleo) permitió desarrollos esenciales para mejorar la calidad de vida, como pequeños ejemplos, con él se fabrican desde cápsulas de remedios a ropa. Lo que los ambientalistas condenan es el desperdicio, porque una enorme cantidad de productos descartables son fácilmente sustituibles. En el caso de los sorbetes, hay variantes fabricadas con bambú, acero inoxidable, y hasta de pasta de fideos.

Los sorbetes, específicamente recién comenzaron a ser fabricados con plástico a mediados del siglo XX, y se convirtieron pronto en símbolo de clase y aseo en los establecimientos comerciales. Antes también existían, pero eran fabricados principalmente con papel o hierbas. Ya había sorbetes hechos con una enorme variedad de materiales desde que el primer “modelo” fuera creado, hace 5000 años, en Sumeria, a base de oro. Por entonces, era empleado por los nobles para beber cerveza: con el sorbete se evitaba la ingesta de restos de la fermentación acumulados en el fondo del vaso o copa.

La onda sustentable se expande y hay grandes cadenas proveedoras de alimentos y, sobre todo, de comidas rápidas y bebidas que comienzan a reemplazar los sorbetes plásticos por otros de materiales diferentes, biodegradables y no contaminantes. Starsbucks, por ejemplo, promete que no ofrecerá más los de plástico hacia el año 2020; McDonald´s se comprometió a emplear embalajes de fuentes sustentables, renovables y reciclables, incluyendo a los sorbetes. Habrá que ver en qué quedan los anuncios, porque el interés de las empresas va más allá del medio ambiente, lo que intentan es ser más agradables para sus clientes. Un sondeo hecho en los Estados Unidos por la consultora Pew Research asegura que entre la generación de los millenials (hoy, entre los 22 y los 37 años) tienen más consciencia ecológica en relación con los productos que compra. Entre quienes se encuentran en esa faja etaria, el 61% cree que las elecciones de consumo individual pueden tener un impacto positivo en el planeta.

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Es discutible hasta dónde la acción individual puede cambiar la realidad, si no va acompañada por decisiones políticas estatales pero la adecuación al modo de vida sustentable ya está siendo sentida por la industria en los Estados Unidos.

En el caso de los sorbetes o canutos de plástico, por ejemplo, ha habido una reducción de alrededor del 2% del total de ventas en relación al 2017. Actualmente, el 56% de los sorbetes son hechos con ese material. Eso no quiere decir que haya disminuido su presencia en el uso cotidiano. Por el contrario, las ventas del producto en territorio estadounidense registraron un aumento del 3,4% del 2017 a lo que va del 2018. El año pasado, el consumo de las bombillas de papel aumentó, en cantidad de unidades, en un 6%.

Subir la vara. “Adoptamos la más ambiciosa legislación contra los plásticos descartables -enfatiza el economista belga Frédérique Ries, parlamentario responsable de la redacción de la nueva propuesta europa para la contención del uso de tales productos, al dar a conocer la nueva ley para el continente. La legislación de la Unión Europea es osada porque, a diferencia de algunas adoptadas por países de otras regiones, no se restringe a uno u otro ítem. El objetivo del proyecto es eliminar los principales artículos no reutilizables fabricados con materia plástica, por ejemplo embalajes de bebidas y cotonetes.

“La expectativa es que el modelo europeo sirva de motivación para que otros países adhieran al movimiento. La ONU, por ejemplo, anunció que debe proponer una iniciativa similar a la de la UE a todos los países miembros de la organización. Son prácticas que beneficiarán no sólo al medio ambiente sino también al cuerpo humano.

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por Jennifer Ann Thomas y Andrea Gentil

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