Friday 6 de September, 2024

SOCIEDAD | 18-07-2024 11:43

AMIA 30 años: cómo fue la reunión entre el juez Galeano y Carlos Menem

Javier Sinay reconstruyó en su libro "Después de las 09.53. AMIA: Cartografía de un atentado", los pormenores del atentado y la investigación. Aquí, un fragmento de esa crónica brillante.

Día 8: lunes 25 de julio de 1994

Caracas. A las cinco de la madrugada suena el despertador. A las seis, el juez Galeano recibe un llamado desde Buenos Aires: alguien de la Secretaría de Inteligencia le avisa que la embajadora argentina, que la noche anterior parecía tan buena conversadora, reportó al canciller Guido Di Tella todo lo que el juez había contado.

El canciller habló con el Presidente. Y el secretario de Inteligencia, Hugo Anzorreguy, que fue quien obtuvo la pista del informante iraní, se fastidió. Son tres o cuatro llamadas telefónicas, nada más, y son un enredo. 

Galeano va al salón y le pide a un empleado que haga bajar a la embajadora desde su habitación, pero obtiene como respuesta: “La embajadora está durmiendo”. Galeano, somnoliento, le responde que no se va a mover mientras la embajadora no baje. Su voz suena resquebrajada. Cuando la mujer aparece, él la lleva aparte. Le dice que si sigue hablando se verá obligado a iniciarle una causa por violación de secreto. La mujer ya no sonríe como sonreía la noche anterior. 

No es la mejor manera de empezar el día.

A las ocho y media, la comitiva argentina está en el avión. El cielo se abre hacia Buenos Aires.

Galeano

Horas después, mientras el juez está en el aire, en la calle Pasteur los israelíes encuentran finalmente un motor debajo de una viga de hormigón. Ya en los primeros días habían descubierto un cráter de un metro y medio de profundidad donde antes estaba el cordón de la vereda de la AMIA y también habían encontrado las cuatro ruedas de una supuesta camioneta-bomba, que habían volado hacia los cuatro puntos cardinales. Dar con el motor es importante porque su numeración —2.831.467— puede guiar al nombre del dueño. 

Pero la camioneta-bomba es una melliza. Y entonces viene otro giro: la historia de los autos mellizos —o doblados.

Se explica en cuatro pasos. 

Uno: la policía informó que el motor pertenecía a una Renault Trafic que era propiedad de una fábrica de ropa, Messin SRL. Los dueños declararon que la camioneta se incendió, pero estaba asegurada. 

Dos: la compañía de seguros Solvencia la examinó y estableció la destrucción total; ofreció una compensación de 16.000 pesos. 

Tres: la trampa que inició una cadena de trampas. Solvencia le pagó 13.000 pesos a Messin SRL y los restantes 3.000 los pagó Alejandro Automotores, una agencia de autos usados. Eso no es limpio, y así es como Alejandro Automotores se quedó con la Trafic incendiada. En verdad no estaba comprando la chatarra, sino los documentos. Solvencia nunca informó a nadie sobre la destrucción total, por lo tanto los papeles de esa Trafic siguieron vigentes para darle una nueva identidad a otra camioneta Trafic. 

Cuatro: Alejandro Automotores revendió la Trafic inservible y sus documentos a alguien que los necesitaba para operar otra camioneta de origen desconocido —¿robada?— a la que le faltaban documentos. 

Resultado: de dos vehículos se hizo uno, y eso es lo que en la jerga se llama un “mellizo” o un “doblado”.

La investigación va tomando forma, sí, pero luego habrá un problema porque los tres testigos que firman el acta de hallazgo del motor dirán en el juicio del año 2001 que no vieron lo que dijeron haber visto cuando firmaron. Se anulará escandalosamente el acta y el origen de ese motor será una nebulosa.

Al final los jueces del tribunal decidirán que, más allá del acta, el hallazgo fue genuino.

Javier Sinay

En cierto momento del vuelo, el comandante del avión le dice a Galeano que hay una gran expectativa respecto del viaje y que el Presidente quiere verlo: se sabía que el juez estaba en Venezuela, a pesar de que trató de que no trascendiera. Funcionarios y periodistas aguardan en el aeropuerto (Galeano quizás no se da cuenta, pero se está convirtiendo en el juez más observado del país. En los tiempos por venir habrá senadores, escritores, investigadores y judiciales de otros países que al visitar la Argentina le pedirán un breve encuentro: lo querrán conocer).

A las ocho y media de la noche, el Tango-04 aterriza suavemente en la pista larga del Aeropuerto Metropolitano Jorge Newbery. Los jefes de la SIDE y de la Policía Federal han ido a buscar al juez. También su pareja y sus hijos, pero Galeano no los puede ver porque Hugo Anzorreguy, el secretario de Inteligencia, se le acerca primero, en medio de un enjambre de gente, y le dice que el Presidente está reunido con su gabinete y necesita información para saber qué hacer. 

“Se van a caer de espaldas cuando conozcan lo que traigo”, alcanza a decir el juez frente a los periodistas. ¿O es un mito? Él negará haberlo dicho. Encontraré la frase en varios artículos, supuestamente es un off the record.

Llamando con un teléfono celular, Galeano le ha avisado a sus superiores de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional Federal que va a ir a ver al Presidente. Durante mucho tiempo sus críticos lo acusarán de perder su independencia. Para el juez no hay un conflicto de intereses; al contrario, ve el caso como una cuestión de Estado y le parece natural compartir los resultados de su gestión con Menem y con la Cancillería. Se sube a un auto blindado, que arranca hacia la residencia presidencial de Olivos. A esta hora, bajo la luz de una luna joven, las avenidas que cruzan la ciudad parecen autopistas.

Carlos Menem

Los jardines de la Quinta de Olivos son amplios y hermosos aun de noche. El auto blindado se detiene frente a una puerta blanca. Un anónimo de traje opaco la abre. El presidente aparece en una antesala. Recibe al juez, le dice que lo ha estado esperando. La curiosidad se adivina en su famoso rostro, que en este lugar tiene algo de figura metafísica. Invita al juez a sentarse. Galeano, agotado luego de la excursión a Caracas, de repente está nervioso. Nunca antes ha hablado con un presidente y no encuentra las palabras para empezar a contarle todo lo que escuchó de boca de Moatamer. Mueve su encendedor Zippo y su paquete de cigarrillos, quiere fumar pero no se decide, lo mueve cada vez más rápido, lejos de la conversación. “Perdóneme, doctor”, le dice Menem, “¿sería tan amable de convidarme un cigarrillo?”. Galeano le pasa el paquete de Marlboro. Menem saca un cigarrillo, lo enciende, aspira el humo lentamente, echa el humo lentamente. El gris se eleva. Parece una buena pitada. Menem le dice: “Por favor… no va a dejar de fumar porque está adelante del presidente”, y le devuelve el paquete y Galeano enciende un cigarrillo. Y por fin, cuando lo fuma, todas las palabras acuden a su cerebro. El humo lo revive. 

El juez habla por un buen rato, cuenta todo, recuerda cada detalle. Menem escucha con una actitud paternal, parece interesado y al final está decidido: “Hay que cortar relaciones diplomáticas con Irán”.

Recorte periodístico

—Menem dijo que estaba todo a disposición del juez, que podía contar con lo que necesitara —me dirá más adelante Mullen, el fiscal de 1994, que fue con Galeano a ver al presidente. —La declaración de Moatamer estaba grabada en un video y se exhibió en la Quinta de Olivos esa noche, pero era tarde, como las 2 de la madrugada, y era medio un descontrol porque había mucha gente tomada. 

En la residencia de Olivos se nota al mismo tiempo la preocupación, la expectativa, la pregunta por la resolución del caso. El Presidente saluda a todos los que acaban de llegar de Caracas. Les habla del islam y les dice que el islam no es violencia, que el islam no es terrorismo. Que hay facciones, pero que no se dejen engañar. También les ofrece algo de comer. Después desaparece por un rato.

El juez, los fiscales y el resto de los que fueron a Caracas son conducidos a un salón con un televisor. Hay que conectar una videocassettera para ver las imágenes de Moatamer y nadie sabe bien qué cable va dónde. El asunto lleva unos minutos. Se percibe cierto suspenso en el aire hasta que de pronto la cara agitada de Moatamer irrumpe en la pantalla y se lo escucha hablar su indescifrable farsí. 

Galeano explica qué dice Moatamer y siente que rinde examen. Mullen y Barbaccia observan a un lado. Unos metros más allá hay unas veinte personas —Di Tella, Cavallo, Corach, otros—, pero no todas prestan atención. El juez es el único que está de pie y de vez en cuando aparecen mozos trayendo pizza. Menem llega luego de unos minutos, se rumorea que se retrasó porque estaba cenando en otra sala con una amiga, una espléndida vedette de la televisión. El Presidente tiene fama de buen anfitrión y es vox populi que al caer el sol sabe cómo divertirse. Y ahora, si tiene que hablarle a alguien de los que volaron a Caracas, le habla más que nada a la secretaria judicial de Galeano: Susana Spina, la única mujer del grupo.

—Eduardo Bauzá [el secretario general de la Presidencia] era el que más o menos ordenaba y hacía preguntas interesantes —me contará Mullen. —El Presidente estuvo muy bien. Anzorreguy [el secretario de Inteligencia] estaba en un sillón, se lo veía como golpeado, no sé por qué… Y estaba el ministro de Justicia, [Rodolfo] Barra, que se me acercó en ese momento y me dijo que por favor fuera muy respetuoso del secreto de sumario que impusiera el juez, que no hablara con nadie.

Galeano reconoce al secretario de Seguridad Andrés Antonietti echado en el piso, parece ebrio como un adolescente. Cuando el juez termina de contar su parte, comienza una discusión: ¿qué hacer con Irán? No todos en la sala están dispuestos a acompañar a Menem en la ruptura. El canciller Di Tella es el más enfático. Se queja: “¿Y quién va ir a decirles a los iraníes que cortamos relaciones?”. Un funcionario de la Cancillería agrega algo sobre las relaciones comerciales entre la Argentina e Irán: 500 millones de dólares anuales con superávit argentino. Aceites, grasas, alimentos para animales, automóviles. La conversación se alarga y se dispersa. Algunos alzan la voz. Otros cambian de tema. La noche no va a acabar pronto.

“Vamos”, le dice entonces el juez a su secretaria judicial.

Llega a su casa tarde en la madrugada. Está muy cansado. El atentado ocurrió hace siete días y las imágenes se mezclan: el general Livne señalando un manto de rocas, los cadáveres en la morgue con esquirlas de metal, el traductor inútil de la SIDE, Moatamer (¿realmente es confiable Moatamer?), los jeques y los señores de la guerra con sus ametralladoras AK-47, toneladas y toneladas de hierros retorcidos… De repente Galeano ya no recuerda nada más y se hunde en un abismo, cayendo y cayendo, y solo emergerá de ahí cuando despierte al día siguiente. 

 

por R.N.

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