Es un piso alto inundado de luz. El ambiente se abre a un balcón terraza con vista a la ciudad y barra de tragos. Nada hace pensar que se trate de un consultorio. Parece más bien un bar de moda: suena música sub 30 y el inevitable barman tatuado acaba de extenderle un trago a la chica que ahora pende de una hamaca de diseño al aire libre. Tiene poco más de veinte años y un rostro armónico, pero llegó hasta allí en busca de “perfección facial”.
Adentro, en el salón decorado con grandes espejos estilo Faena y una reproducción de La Gioconda, Duilio Cortella, va de un sillón al otro, portando la felicidad en forma de jeringas que sus clientes buscan. Se presenta como “artista cirujano master injector”, un Copperfield de la estética que, sin mediar quirófano y en una sesión, ofrece su “Full Face DC” (Cara completa Duilio Cortella) que consiste en la aplicación de rellenos con resultados inmediatos. El combo incluye: “diseño de labios, mentón, botox, mirada DC y rinomodelación” que empareja el tabique nasal o respinga la nariz. Para que la magia sea completa, son invitadas a llevarse el lápiz labial DC, de manteca de cacao con oro, por $5.000, para mantener turgente la bocaza de moda. (plus que se suma a los 500 dólares promedio del tratamiento que dura alrededor de seis meses).
Las favoritas del diseñador facial pasan a integrar la galería de “DC Angels” que exhibe en su Instagram. Para eso, posan junto a unas enormes alas plateadas montadas en la pared y se llevan puesto un prendedor con la firma del joven manos de jeringas. Muchas de las famosas que adhieren a la tendencia de estas caras uniformes: ojos rasgados y cejas levantadas, bocazas, mentón prominente, mandíbulas afiladas y mini narices, pasan por sus manos con frecuencia apenas mayor que la depilatoria. Una de sus fans, Candelaria Tinelli, posteó en lo más estricto de la cuarentena: “Realmente quiero mostrarles lo que soy debajo de este filtro hermoso que tiene pestañas, labial y que me hace la piel perfecta. Soy un cuco, doy miedo. No sé ustedes, yo necesito urgente ir a Duilio”. No está sola con ese malestar. Cada vez son más las mujeres que ven restringido el umbral de tolerancia a su imagen real. No soportan un lunar, una marca de expresión o cualquier rasgo físico que no responda –diríase hoy- a la belleza hegemónica.
El resultado es un gusto por la uniformidad facial tan asombroso como que todas quisieran llegar a una fiesta con el mismo vestido. O bastante peor que eso. Dentro de unos años, sus hijos deberán rastrear en fotos viejas alojadas en nubes o en la memoria de notebooks arrumbadas para encontrar algún aire familiar que los vincule a su progenie. Y no sería raro que pregunten: “Mami, ¿por qué yo no me parezco a Kim Kardashian?”. (imaginamos que en veinte años Kim seguirá teniendo el mismo rostro).
Cómo empezó todo
En poco más de una década, redes sociales como Instagram y Snapchat generalizaron el uso de “filtros”. Todo empezó muy divertido: a tu cara le aparecían orejitas, una lengua movediza o un marco de flores y mariposas. Pero de a poco se fue imponiendo un catálogo estético de filtros (ver recuadro) destinado a “embellecer” los rostros según un canon estricto y homogeneizado.
De tanto verse en el celular “perfeccionadas” digitalmente, un número creciente de adolescentes (y mayores también) se lanzan a buscar –si el poder adquisitivo se los permiteacercarse a ese ideal en la realidad. Los cirujanos ya no reciben pacientes que quieren parecerse a determinada famosa venerada, sino a su propia imagen captada a través de un filtro. Muchas de ellas son figuras públicas jóvenes en las que se referencian sus millones de seguidoras. Algunas tienen recursos para imitarlas. Muchas más se quedan con las ganas y la incomodidad de no gustarse. “Cuando las pacientes vienen al consultorio con las fotos suyas que modificaron con filtros charlo y las oriento sobre hasta dónde podemos llegar, le doy un viso de realidad al deseo. Una nariz se puede modelar con rellenos o con una rinoplastia, lo que no se puede es hacer que pierda la funcionalidad”, dice el cirujano plástico Daniel Félix.
La tendencia es global. Un reciente estudio publicado por la revista académica JAMA refleja este fenómeno. Las nuevas operaciones más demandadas pretenden corregir la asimetría facial, el aspecto de la nariz y el volumen de los labios. Un fenómeno bautizado como “dismorfia de Snapchat”, en honor a la red que popularizó las máscaras digitales que transforman el rostro en tiempo real.
Es un trastorno obsesivo que ya está incluido en el manual de Clasificación Internacional de Enfermedades de la Organización Mundial de la Salud. Define a esta afectación como una preocupación persistente por imperfecciones muchas veces imperceptibles para los demás que generan un profundo malestar en el sujeto que lo padece. Paradójicamente, la dictadura del filtro hace que todo lo que escape a sus parámetros sea considerado una anomalía.
“Lastiman a la gente que los mira y lastiman a la gente que los usa, porque es difícil aceptar tu cara real en el espejo después de que estas versiones digitales de tu cara y cuerpo se hayan convertido en tu norma diaria” posteó la actriz británica Jameela Jamil. En concordancia, chicas de todo el mundo han creado un movimiento bajo el hashtag #fuckoff (a la mierda) para defender su apariencia natural.
La insurgencia tiene presencia incluso en su propia matriz, Instagram: la cuenta Celebface actualiza permanentemente la actividad de los referentes mediáticos de belleza. Tienen material de sobra. En su artículo para The New Yorker “The age of Instagram face”, la escritora Jia Tolentino cuenta que el 95 % de las personas más seguidas en esa red usan FaceTune (la aplicación más popular), y que también se han sometido a algún procedimiento. Las argentinas replican la tendencia. Famosas y anónimas. Según los últimos sondeos disponibles de la ISAPS (Sociedad Internacional de Cirugía Plástica Estética) el nuestro está entre los diez países del mundo en los que se realizan más intervenciones. Otro récord, el de la precocidad de pacientes, se lo lleva Corea del Sur. Allí es casi un rito iniciático que se espera cumplir a los 18 años, antes de acceder al mercado laboral. Las “employment surgery” (retoque de nariz, relleno de pómulos, piel aclarada) les multiplica a las chicas las chances de acceso a un buen trabajo.
Icónicas
La tendencia estética imperante en Occidente tiene, claro, sus musas globales. Y no parece casual que pertenezcan a clanes poderosos de la industria del showbiz: los Kardashian-Jenner y los Hadid. A las mujeres de estas familias expuestas en variados reality shows, el retoque físico permanente les redundó en millones.
En el 2021, Bella Hadid (hermana de las modelos Gigi y Anwar, e hija de un millonario palestino y una ex modelo que las adoctrinó en la rigidez de un destino de pasarelas) fue declarada la mujer más bella del mundo. La noticia que la hizo trepar al tope de las contrataciones fue adjudicada a “la ciencia”. Al parecer, su fisonomía es la que mejor satisface la regla de la proporción aurea, un legado matemático de la antigüedad con usos modernos que hubieran asombrado al filósofo Euclides. La transformación de Bella (nombre premonitorio si los hay) la vuelve irreconocible si se la compara con fotos de sus primeros tiempos. La leyenda dice que su obsesión siempre fue parecerse a Carla Bruni y en el intento le ganó el trono. Pero sus redes exponen su padecimiento emocional: unos días, diosa omnipotente; otros, niña depresiva que se saca fotos mientras llora para compartirlas con sus fans, sin maquillaje ni filtros.
Más que por sus rostros, que también son fieles a la tendencia, las hermanas Kardashian impusieron moda del cuello para abajo. Eclipsaron la tendencia de delgadez extrema pero nos reservan otra emboscada: sus curvas son imposibles de replicar sin cirugías. Además de los rellenos clásicos en nalgas y mamas; impusieron una práctica denominada Lipofilling, que consiste en sacar grasa de ciertas partes del cuerpo para inyectarla en otras y conseguir el efecto “reloj de arena”. También se modelan siluetas con abdominoplastía, una cirugía mayor que reseca grasa y sujeta músculos en la pared abdominal, o las menos invasivas criolipólisis, que prometen eliminar tejido adiposo con vendas y máquinas de frio.
Diego Órdenes es conocido en Buenos Aires como el cirujano de las cinturas XS. Cuenta que sus pacientes tienen entre 25 y 35 años. “Soy muy detallista; creo abdómenes sutiles que lucen naturales –dice-. Mi público quiere un aspecto latino, un modelo escultural y curvilíneo con aumento de glúteos y modelado de caderas”.
Muchas de estas cirugías tienen precios restrictivos. Pero los nuevos tratamientos faciales son mucho más económicos, por lo que el sueño de la cara de Instagram propia se torna cada vez más accesible. Los rellenos, la bichectomía (extracción de tejidos de las mejillas), la dimpleplastía (oyuelos inventados), las tensiones con hilos para rasgar ojos y los labios rusos (gordos) están al alcance de los sectores medios dispuestos a la clonación estética.
En su artículo para The New Yorker, Tolentino describe el pack de rasgos faciales imperantes: “Un tono de piel excesivamente bronceada, una influencia del sur de Asia en las cejas y la forma de los ojos, una influencia afroamericana en los labios, otra caucásica en la nariz, estructura de las mejillas predominantemente americana y del medio Oriente”. Todo muy inclusivo. Y naturalmente imposible.
Pero ¿qué tienen de fascinantes esos rostros? ¿Por qué son así y no de otra manera? El biólogo Johan Koeslag podría arrimar una respuesta: koinofilia. Así llamó al fenómeno por el cual en todas las especies animales superiores, los ejemplares que se acercan al promedio en sus rasgos físicos resultan más atractivos para sus compañeros de especie. Trasladado al plano humano, el hallazgo consistiría en una suerte de algoritmo de la belleza.
Las adolescentes son las más vulnerables frente a esta imposición de época, aunque “todas las personas buscamos gratificar nuestra autoestima y nuestra pertenencia. Y sentimos que lo vamos a adquirir si nos acercamos a ese modelo que el consenso pone como necesario”, interpreta el psicoanalista José Abadi.
La alquimia facial
Después de haber malogrado algunos rostros con sustancias a prueba; los profesionales de la belleza coincidieron en que, por el momento, hay poco espacio para la originalidad. Casi todo se resuelve con dos productos: ácido hialurónico y botox.
En 1934, Meyer y Palmer, dos farmacéuticos de la Universidad de Columbia (Nueva York) descubrieron una sustancia a partir del cuerpo vítreo de los ojos de las vacas. Ayudaba al ojo a conservar su forma y era sumamente viscosa, lo que hizo sospechar a Meyer que podría tener algún empleo terapéutico. Pero su extracción a partir de los ojos de las vacas no era factible comercialmente. Así que el ácido hialurónico tuvo que esperar hasta 1942, cuando otro científico logró sintetizar las crestas de los gallos, que hasta el día de hoy siguen siendo una de las fuentes de ácido hialurónico más provechosas ya que ese material se desecha tras las matanzas. También se obtiene de las articulaciones del ganado, de las aletas de tiburón y, para pacientes animal friendly, hay una versión vegana que se consigue de la fermentación de algunas plantas. En los ’90 se generalizó el uso de ácido hialurónico en cremas cosméticas y empezó a aplicarse para rellenar surcos y arrugas. Pero su potencial estalló desde hace unos años como relleno estrella multifunción. Se usa para reestructurar la línea de la mandíbula, la nariz, la boca y las mejillas.
La otra poción presente en todas las caras de moda llegó algunos años después: fue aprobado por la FDA norteamericana en el 2002. Es el botox, la versión más popular de una neurotoxina causante del botulismo, que puede matar por parálisis muscular pero que aplicado en pequeñas dosis produce esa reacción temporaria y sin efectos nocivos, si se usa correctamente. Gracias a esta sustancia, los rostros inyectados se ven frescos y despreocupados, siempre como recién despertados. Pero se dificulta la intención de expresar preocupación o enojo: es el efecto colateral de la lozanía permanente.
Edgardo Bisquert, miembro de la Asociación Argentina de Cirugía Estética y Reparadora dice que “en la última década han aparecido personas que realizan algunos de estos procedimientos amparados en títulos o nombres ficticios como master injector o armonizador oro facial que no existen como especialidad médica registrada”. La mala praxis deriva en necrosis de piel, fístulas nasales y úlceras, entre otros efectos indeseables.
La libertad de ser esclavas
Las cirugías estéticas tienen un claro sesgo de género. Según ISAPS, las mujeres se someten al 87,4% de las operaciones a nivel mundial, y en Estados Unidos la cifra llega al 92%.
El cirujano Pablo Bañares tiene una polémica interpretación. Dice que “las menores de 30 se dividen entre femeninas y feministas. Las primeras buscan parecer muy sensuales y las feministas viven de manera más relajada su naturaleza, su herencia y no la quieren cambiar. Te diría que es mentalmente más saludable, pero yo vivo de las femeninas”.
Ahora, y cada vez más, la hibridación de lo biológico con la tecnología nos abre posibilidades de superar antiguas fronteras corporales. Y hay algo de la imagen cyborg que retrata el cine futurista en las caras clonadas del presente. La incuestionable libertad de intervenirse, cortarse, rellenarse, mutilarse. Pero es cyborg de utilería.
En la miniserie británica “Years and years”, que retrata una sociedad cercana y distópica, está el personaje de una adolescente que quiere ser transhumana. No se conforma con la lotería de su ADN limitante y se hace ciberimplantes como paso previo a “convertirse en datos” y vivir en la nube para siempre.
Cyborg (Cybernetic Organism) es un concepto acuñado en los años 60 por los científicos norteamericanos Clynes y Kline, en referencia a seres humanos mejorados”, pero fue la zoóloga y filósofa Donna Haraway quien en 1984 escribió “El manifiesto cyborg” en torno a un nuevo cuerpo humano alterado y que escapa a las órdenes de sexo, raza y edad.
La artista multimedia Orlan (74), inauguró en los ´90 performances quirúrgicas que transmitían en vivo las galerías de arte. Transformó su cara en una composición de diferentes rasgos faciales de mujeres que inspiraron el ideal de belleza en distintas épocas, para convertirse en un monstruo sobre la base de esos ideales. Su feminismo concibe el cuerpo como un lienzo en el que plasma la historia del rediseño femenino para satisfacer a otros. Son cirugías de protesta frente a cuerpos que buscan con desesperación ser meramente deseables.
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