La serie "El estafador de Tinder" despierta fascinación pero también incredulidad. Es difícil imaginar que un personaje como Simon Leviev se pasee en las redes argentinas. Sin embargo, a partir de la pandemia se multiplicaron exponencialmente por treinta las denuncias por estafas de tipo amorosas. Un delito doble estándar que tiene consecuencias en el plano emocional y económico.
En la serie se cuenta que Shimon Hayut -el verdadero estafador- llegó a hacerse de 10 millones de dólares pidiendo préstamos y gastando con las tarjetas de crédito de sus conquistas, quienes creían estar dándole un préstamo al hijo de Lev Leviev, el verdadero “Rey de los Diamantes”.
Más cercano a nosotros, Roberto Carlos Bello, “el Gigoló de Zona Norte” usó la misma técnica que Hayut. En su perfil de Tinder se mostró jugando al Polo, a bordo de un Porsche y poseedor de cuatro casas lujosas en distintos countries del país. Se relacionó con dos mujeres en San Isidro: a una le sacó veinte mil dólares y a la otra siete mil quinientos, ambas lo denunciaron y cayó preso. Pero Bello también engañó a mujeres en Pilar y Morón. A dos de ellas las golpeó cuando se sintió acorralado, lo que le costó ser juzgado por violencia de género. En el ámbito familiar también hizo lo suyo, estafó a padres del colegio de su hijo, a concesionarias de autos y personas cercanas.
Según el Ingeniero Informático Marcelo Torok estas estafas suceden por la falta “de ese primer contacto cara a cara; ese paso previo en que conocemos a alguien desde los cinco sentidos, en un bar o en donde sea”.
En redes se gana tiempo pero se pierde seguridad. El problema de las aplicaciones es la perfilación del otro o el “catfishing”. Mediante esta técnica los estafadores crean un perfil falso e incluso logran alterar al algoritmo que les provee el acceso a perfiles afines. Esta simulación los ubica en otros estamentos sociales y económicos. “Quien usa un ´disfraz digital´ muestra fotos trucadas de lugares paradisíacos, automóviles lujosos, objetos de valor y ostenta una vida de éxitos. Por otro lado, sabe los gustos de sus víctimas, sus relaciones y los likes que dio. También rodean a la víctima, se hacen amigos de sus amigos.
En Tinder se pueden crear per files falsos con los que se concretan las estafas- pasionales. Después de los primeros contactos y de establecer una relación de confianza, algunas víctimas empiezan a inquietarse por conductas que socaban su autoestima. El “gostheo” –o fantasmeo- es una práctica típica del perverso. Torok da una certera imagen de la secuencia: “Cuando el victimario está presente, así sea una presencia virtual, todo es amor y colores. Luego desaparece por completo de la vida de la víctima, no contesta las redes o el teléfono, ese es el momento en que la víctima se culpa de haber hecho algo malo para que esto esté sucediendo y sufre, se angustia y hace un recuento de todo lo que hablaron. Cuando el victimario vuelve ya ha sembrado la semilla sobre la víctima, que recuerda que le contó que hace inversiones, que compra acciones, o que conoce una mesa de dinero que da ganancias extraordinarias. En nombre de la relación, como muestra de confianza y a modo de retener al victimario le ofrecen sus ahorros, le piden que le maneje el dinero o que los ayude a obtener mayores dividendos”. Torok cuenta que las víctimas aclaran que no le pidieron dinero, sino que ellas lo entregaron “voluntariamente”. En nombre del amor también se cae en estafas piramidales con Bitcoins, adelgazantes naturales o maquinitas para la celulitis.
“La pareja perfecta en el cibercrimen son un dependiente emocional más un psicópata –de eso estamos hablando-. Como el perverso no siente culpa no le preocupa hacer daño, son grandes manipuladores y disfrutan del sufrimiento ajeno y pueden llegar a terminar en tragedia”, advierte.
Sebastián Davidovsky en su libro “Engaños digitales, víctimas reales” cuenta que Estela, de 50 años, divorciada, coincidió en Tinder con James Ferguson, un ingeniero nuclear que vivía en Boston. El engaño fue minucioso, muestras de amor y promesas que la obnubilaron. Antes de llegar a Buenos Aires, Ferguson le avisó sobre el envío de un iPhone, iPad, joyas y más elementos de lujo como adelanto de su amor. Días después la alertó de que el envío había sido retenido por contener dinero en su interior. No pudiendo solucionarlo desde el exterior le pidió a ella ocuparse. Estela hizo varios depósitos en una cuenta de Western Union para recuperarlo. Los regalos nunca llegaron y Ferguson tampoco.
La clave para no caer en estafas es principalmente manejarse con suma discreción y no dar datos personales. Los abusos sexuales también se multiplicaron por la pandemia, los especialistas los llaman ´delitos de oportunidad´, que se dan ante una situación excepcional. Por ello Torok describe: “Se llega a un encuentro con una intimidad anómala, se han caído los frenos inhibitorios y la víctima está desnuda en sus sentimientos”. Agrega que “el victimario ya logró instalar la cabeza de playa” (N. de R. Término militar que grafica cuando se logra poner una ametralladora en territorio enemigo. La maniobra es un objetivo duro y sangriento, pero una vez logrado, la victoria es segura). Así de peligrosa es la situación; la víctima tiene la ambigua sensación de conocer a un desconocido y hará lo que él le diga.
En 2018, en Neuquén, una chica de 19 años fue a la casa de su “match” de Tinder. Al negarse a tener relaciones sexuales el dueño de casa la golpeó y la violó. La joven logró escaparse y salvó su vida.
Para los estafadores el sexo virtual es pérdida de tiempo, seducen a varias a la vez. Les sirve más obtener alguna foto íntima para comenzar la “Sextortion”. La amenaza es viralizar las imágenes; a cambio se pide una suma de dinero, tener sexo o entregar nuevas imágenes.
“Si la víctima accede entra en uno de los infiernos del Dante; cada intercambio la hunde más”, explica el especialista. Ante las dos opciones, Torok no duda: “Que se viralice, nadie en el año 2022 se escandalizará por una imagen, conviene confesarlo a los cercanos a seguir con este juego perverso”.
Comentarios