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SOCIEDAD | 19-03-2020 21:21

Efecto social de la pandemia: reaprender a vivir

Los nuevos códigos de comportamiento entre la prudencia y la paranoia. Creatividad y paradojas del distanciamiento solidario.

Cuando llegó la torta de cumpleaños con la vela encendida, miró alrededor y se dio cuenta de que debía ser creativa. Nadie lo había previsto pero soplar después de pedir los tres deseos hubiera generado un impulso –tal vez contenido– de estampida, aun en esa mesa de siete integrada por tres generaciones de una familia chica. Así que empezó a agitar las manos encima de la llama hasta que se apagó. Y todos aplaudieron aliviados. Faltaban unos días para que la cuarentena generalizada hiciera imposible ese módico festejo.

Las pocas bienvenidas y despedidas que se producían en medio del distanciamiento social eran de codos agitados, brazos sacudiéndose en el aire y besos gestuales bien secos. Ahora hasta las parejas se esquivan la boca. Porque ningún contacto parece fiable y nos percibimos como una potencial amenaza para otro más vulnerable. Si en los 80 el fantasma del sida alejó nuestros cuerpos en la intimidad, el coronavirus redobla la apuesta y también aísla nuestros cuerpos públicos. No viajes, no salgas, no toques. La globalización epidémica es también informativa y las imágenes de ciudades europeas sitiadas nos hacen temer un escenario diferido, pero con menos recursos para enfrentarlo.

Entre la gente que conocemos algunos ya viven en pánico. Son los apocalípticos que acopian víveres y entraron al mercado negro del alcohol en gel. Es su modo impotente de anticiparse a lo que imaginan que vendrá. Otros creen que la pandemia de terror desatada por una gripe con "modesta" tasa de mortalidad tiene un potencial devastador mucho mayor que la enfermedad en sí. La hipótesis es interesante porque considera una ampliación de víctimas desestimadas: los enfermos (no solo por Covid-19) que morirán desatendidos si colapsa el sistema de salud por obra del pánico; los súbitamente empobrecidos por la recesión económica derivada de un encierro extremo. La paralización de actividades, a nivel doméstico y en los mercados internacionales tendrá un impacto sin precedentes.  

Coronavirus

Recién en unos años podremos responder si lo inédito de esta epidemia del miedo global se justifica en un peligro tan gravemente verdadero o si la hipercorrección que antepone la necesidad política de evitar la reprobación social por sobre todas las cosas, nos sumergió en una era de terrorismo sanitario. Es imposible saberlo aún. Y seguimos despertando un poco incrédulos cada día. Como cuando se atraviesa una catástrofe personal. ¿Fue un sueño o es real? ¿Cuándo la vida volverá a ser lo que era?

Nada es igual. En la semana previa a que se declarara la cuarentena obligatoria  en la Catedral Metropolitana de Buenos Aires, la pila de la entrada ya no tenía agua bendita. Por primera vez se suspendió la marcha del 24 de marzo en repudio al último golpe militar. También la Feria del Libro fue de los primeros eventos masivos en clausurarse. Se evitaba compartir ascensores y los edificios cancelaron el uso de áreas comunes. 

Vendedores de shoppings hicieron ruidazos horas antes del anuncio presidencial para que los consumidores no vayan a los centros comerciales y los cierren. Porque buena parte de la población asistía a la paradoja del terror: el Presidente había invitado por televisión y redes sociales a no circular. Pero la sugerencia no se condecía aún con una cuarentena generalizada por lo que muchos estaban obligados a acudir a sus trabajos inadaptables a la modalidad “home office”. Con el agravante de que para inducir a la quietud se restringió la frecuencia del transporte público. En síntesis, que quienes debieron utilizarlo lo hicieron esta semana, en horarios pico, tan apretujados que de costumbre o más . Habrá que ver cómo se racionaliza ahora el uso del transporte público. Ya trascendieron escenas de violencia por pasajeros que no aceptan quedar abajo del tren si no hay asientos disponibles para viajar sentados como se determinó.

Un sondeo realizado por KANTAR División Insights (entre el 12 y el 14 de marzo) confirmó que los argentinos ya tenían preocupación por el coronavirus desde antes que llegara el primer caso al país. Además, antes de los anuncios de esta semana del Gobierno, muchos ya habían cambiado sus hábitos o pensaban hacerlo para enfrentar la pandemia. El 87% aseguró que compró o comprará más artículos de limpieza y de higiene personal. Un 82% sostuvo que se quedaría más tiempo en su casa y un 75% ya había decidido dejar de asistir a eventos masivos. Un 68% cambió o cambiará el modo de trasladarse. Un 44% mencionó que compraría más de manera online para no asistir físicamente a comercios. De hecho, las apps de delivery (Glovo, Pedidos ya) sumaron opciones para realizar los pedidos y que no haya que interactuar con el mensajero. Por el mismo precio. Además, instan a que se pague con tarjeta para evitar la manipulación de billetes y sí plásticos que pueden ser desinfectados.

A principios de esta semana, cuando la quietud era autoimpuesta –apenas violada por un puñado de desacatados a la cuarentena post viaje– los únicos beneficiados fueron los vinculados al rito del abastecimiento. Los supermercados argentinos vendieron el último fin de semana más que lo que en vísperas de las fiestas de fin de año, aunque debieron limitar la circulación a 200 changuitos para evitar superpoblación de clientes. En algunos mayoristas sigue habiendo cola para pagar aún después de un par de horas de que el negocio cerró las puertas. Años de cine y series sobre futuros catastróficos y desabastecidos accionaron el reflejo. Con un detalle desopilante: el acopio de papel higiénico. Ya no se elige entre perritos y bebés. Se manotea el que haya quedado en la góndola. Una obsesión más comprensible en otras latitudes que en la patria del bidet. 

Coronavirus

Uno de los países más obsesionados con este producto es Australia. Woolworths, el mayor supermercado local, anunció que trabaja para comprar tanto papel como lo exige la demanda pero mientras tanto impuso un tope de cuatro paquetes por cliente. Rápido de reflejos, el diario NT News del grupo mediático de Rupert Murdoch, incluyó ocho páginas en blanco de papel troquelado para que los lectores lo puedan usar como papel higiénico. Una humorada de doble sentido, en plena decadencia de las lecturas en papel. 

Home Sweet Home. El sector público y el privado licenciaron primero a la población de riesgo. En una segunda etapa, las empresas están implementando el mayor operativo de teletrabajo de la historia. Con hijos en casa por la suspensión de clases, la oficina doméstica se complica. Así lo cuenta una madre que intenta convencer a su familia de que se encuentra en horario laboral: “Me piden que envíe urgente un trabajo. Pero mi hijo se niega a hacer la tarea. En el grupo de mamis nadie sabe cómo se entregan los deberes. Mis veinte grupos de WhatsApp tienen luz verde. Muchos aburridos quieren hablar con alguien. Me puse a llorar porque no sé si contestar mensajes o hacerles la comida a los chicos”.

Si alguien no lo hizo aún, es momento de silenciar WhatsApp porque el teléfono es la extensión corporal que nos queda a salvo de la veda. Y se ha vuelto un comunicador frenético. Sin parar saturan hasta al celular más memorioso memes y chistes, mensajes épicos, inspiradores, otros con advertencias médicas y fake news. Cadenas de oración, meditación, estampitas y consejos new age, como la activación del timo con golpecitos en el pecho mientras se respira hondo. Tarzán sabía lo que hacía.

Como contrapartida a la saturación virtual, la hiperconectividad nos trae la compensación del entretenimiento solidario. A falta de teatros, cines y recitales con público, cantantes de aquí y allá como Miss Bolivia, Juana Molina, Alejandro Sanz y Jorge Drexler reemplazaron sus shows con streaming desde sus redes sociales. Los famosos argentinos se sumaron a la campaña de quedarse en casa con fotos y videos. El actor Federico D’Elía fue tendencia en Twitter instando a todos a no salir a la calle. Se dedicó a rememorar anécdotas de la serie “Los simuladores”  y a contestar preguntas de los usuarios para entretenerlos. 

La plataforma Teatrix creada en Argentina por Mirta Romay, la hija de Alejandro, lanzó la campaña “Mirá teatro en casa”, con un amplio catálogo de obras locales e internacionales.

Los grandes museos de Europa, como El Prado y el Reina Sofía, explotaron de visitantes online. En Argentina, la visita virtual se puede hacer al de Bellas Artes y en el Museo Evita.

La Ópera Metropolitana de Nueva York difundió una programación en streaming gratuita. Y la UNESCO liberó el acceso a su biblioteca digital mundial. Las librerías estimulan en contacto por WhatsApp con sus clientes, promueven envíos a domicilio. Y también crecieron los clubes de lectura por suscripción. Es que el ámbito cultural es el más adaptable al encierro. Claudia Piñeiro presentó su última novela, “Catedrales”, con un video en Instagram. 

Pero ni el encapsulamiento mejor provisto evita el impacto de la falta de contacto interpersonal. “Es una situación rara. Vivo solo, estoy separado. Padezco una enfermedad pulmonar y trabajo en Aeroparque, por lo que me tuve que poner en cuarentena. En situaciones así a uno le cae la ficha de lo vulnerable de la condición humana. Tengo ganas de ver a mis hijas pero lo evito por mí, por ellas. Al no verlas necesito estar más encima, dándoles consejos. Es paranoia. Es angustia”.

Los mayores aislados son otro sector en doble riesgo. La soledad también enferma. Hay quienes les acercan remedios y alimentos sin mayor contacto, para protegerlos. Pero es necesario activar mecanismos para evitar su aislamiento social. Chats y videoconferencias pueden servir para mantenerlos integrados. Y para quienes no dispongan de ese recurso familiar se habilitó una línea telefónica (1130918729) que por ahora funciona de 15 a 17, con la intención de que encuentren alguien con quien hablar. 

Tras la parálisis inicial que generó la pandemia debemos inventar nuevos modos de reincorporarnos al mundo. Los líderes políticos hablan de “guerra”. Habrá que ver cómo conseguimos que no sólo el personal médico se convierta en soldado. 

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Alejandra Daiha

Alejandra Daiha

Jefa de Redacción y columnista de Radio Perfil.

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