Pasaron más de 15 años y, con el crimen prescripto, el Poder Judicial de Córdoba finalmente sentó en el banquillo de los acusados al traumatólogo Marcelo Macarrón por el asesinato de Nora Dalmasso, cometido la madrugada del 25 de noviembre del 2006. Pasaron por la causa cinco fiscales y cuatro imputados. Se labraron 44 cuerpos, 7.800 fojas y más de nueve mil páginas de anexos. Pero siguen las incertezas: el viudo está acusado de ser el instigador del crimen de su esposa, pero no hay ni rastros del asesino.
“Macarrón fue quien deseó y preparó el homicidio contratando a un individuo o varios, sicario, que sin odio, pasión o motivo personal se decide a matar en razón de una ganancia pactada por un mandante interesado en que ello suceda, en el caso el imputado Marcelo Eduardo Macarrón”, explica en su requisitoria de 180 páginas Luis Pizarro, el fiscal que elevó la causa a juicio. Su antecesor, Daniel Miralles, había acusado al viudo de ser el autor material del homicidio en base a la prueba genética: el hallazgo de su ADN en las sábanas donde encontraron el cuerpo de Nora, en su zona genital -interna y externa- y en el cinto de toalla con que fue estrangulada lo ubicaban en la escena del crimen.
“Hace 15 años que vivo un calvario. Me colocaron un stent por estrés. Desde el día del hecho tomo antidepresivos y estoy con psiquiatra y psicólogo permanentes, igual que mis hijos. Muchas veces pensé en suicidarme, pero tengo dos hijos, Facundo y Valentina, y quería darles estudios para que pudieran defenderse en la vida”, dijo un desconsolado Marcelo Macarrón ante el jurado popular y los jueces técnicos. Fue su primera declaración como imputado y contrastó con la conferencia de prensa brindada quince años atrás, cuando “perdonó” a su esposa por las supuestas infidelidades que le atribuía la incontenible ola de rumores que el fiscal ahora considera parte del macabro plan del viudo para deshacerse de Nora.
Caso Dalmasso: nuevo sospechoso
Como parte de la estudiada estrategia defensiva planteada por el abogado Marcelo Brito -un viejo zorro de los tribunales cordobeses-, Macarrón mutó de viudo engreído a víctima medicada por su calvario mediático y judicial. El lunes 14, cuando el edificio del Palacio de Justicia amaneció vallado y acordonado por policías, ingresó por la puerta principal y contestó las preguntas de los periodistas. Y lloró como no lo hizo en todos estos años. Lo mismo hicieron sus hijos al día siguiente, cuando declararon como testigos y sembraron sospechas sobre el empresario agropecuario Miguel Rhorer, alias “El Francés”, ex presidente de la firma Del Monte Fresh.
Integrante de la inoficiosa lista de amantes de Nora que circuló sin pudor ni piedad las semanas posteriores al crimen, Rhorer vendió su casa en un country ladero a Villa Golf, cerró las oficinas de la multinacional y desapareció de la ciudad. Valentina lo acusó de mirar mucho a su mamá, tirarla a la pileta durante una visita a su casa de campo y provocarle una crisis de llanto la última vez que lo vio. “Es como una sensación. Le tengo mucho miedo. Es un hombre prepotente, horrible”, insistió la joven, sin aportar una sola prueba.
Facundo Macarrón también hizo su parte. “Si buscan poder económico está ahí”, advirtió en alusión a Rhorer, a quien definió como una persona “machista, violenta, asquerosa, prepotente”. Denunció a los fiscales por no haber investigado las pistas que llevaban al empresario y, en cambio, ensañarse con él por prejuicios de género: “El culpable tenía que ser el gay”, se quejó. “No me detuvieron porque no había prueba, pero me querían detener por gay”, insistió.
La prueba
En realidad, el joven Macarrón fue imputado en base a la prueba genética recolectada en la escena del crimen. Que por aquél entonces apuntaba al “linaje Macarrón” y al que, años después, con mejor tecnología, los laboratorios del FBI norteamericano le pusieron nombre propio: Marcelo Eduardo Macarrón. Ese hallazgo científico hizo que el segundo fiscal de la causa, Daniel Miralles, imputara al viudo como autor material del crimen de Nora y orientara la investigación hacia la hipótesis del vuelo clandestino.
En su declaración, Facundo Macarrón -que viajó desde Bruselas para acompañar a su padre en el juicio- también tomó distancia de su “tío” Daniel Lacase, a quien atribuyó la politización del crimen de Nora. “El abogado que nos asesoraba, Lacase, tenía sus rivales y buscó usar el asesinato políticamente para perjudicar a Bertea”, dijo. Alberto Bertea era secretario de Seguridad de la provincia y tuvo que renunciar cuando el fiscal Javier Di Santo imputó a su colaborador Rafael Magnasco, acusado de ser el amante de la víctima (luego se probó que ni siquiera se conocían).
En el quiebre de ese triángulo de poder que conformaban Daniel Lacase, “Michel” Rhorer y el propio Macarrón podría estar la clave para develar el misterio de Villa Golf. Eran amigos inseparables, tenían negocios entre sí y siguieron frecuentándose después del crimen, hasta que las esquirlas del estallido mediático del caso comenzaron a afectarlos. La pregunta que ronda los pasillos tribunalicios es si Julio Rivero, el mismo fiscal que sobreseyó a Lacase pese a haber probado que pagó la estadía de los policías que llegaron de Córdoba para inculpar a un “perejil”, irá a fondo con un proceso que tiene a la versión humanizada del viudo como único acusado. Tampoco ayuda un tribunal inexperto que hasta ahora ha puesto más celo en interferir en el trabajo del periodismo que en garantizar la transparencia de un proceso viciado por la inoperancia del propio Poder Judicial.
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