Si se tratara de una película infantil, Juan Grabois podría ser un héroe o un villano. Pero la vida suele ser más compleja y el hombre que acompañó a Dolores Etchevehere a usurpar un campo familiar para instalar el debate sobre la concentración de la tierra en la Argentina, es difícil de encasillar. La izquierda le cuestiona, entre otras cosas, su concepto de “economía popular”, al que señalan como un instrumento para sostener la precarización laboral. En el oficialismo, sobre todo en el peronismo duro, se espantan cuando el dirigente no acata órdenes. El feminismo rechaza su posición contraria a la legalización del aborto y mira con desconfianza su alabanza a Francisco. En la Iglesia local se despegan de él y aseguran que su amistad con el Papa “es un mito”. El sindicalismo lo observa con desconfianza y hasta el titular de la CGT, Héctor Daer, le bajó el pulgar en más de una ocasión. A pesar de las críticas, con todos Grabois supo tejer alianzas y, tanto detractores como defensores, coinciden en un punto: “Hace un juego propio”. Su flexibilidad para poder discutir teorías políticas o pasar horas en una cooperativa de cartoneros se combina con su pragmatismo para saber dónde conviene apostar. Y, mientras su imagen pública crece, él alimenta su propio personaje: el de un outsider incómodo.
Grabois no quiere dar entrevistas en las que tenga que responder sobre su vida privada. Según sus allegados, para él, su pensamiento es más importante que su persona. Sin embargo, desde que se convirtió en el enemigo público número de los Etchevehere, sus detractores apuntaron a cuestiones personales: la madre de Dolores, Leonor Barbero Marcial, aseguró: “La madre de Juan Grabois tiene 1200 hectáreas, ¿por qué no hacen allí el Proyecto Artigas?.” Además, se reavivó una fake news que señalaba que Matilde Menéndez, conocida por una cantidad de irregularidades durante su paso por el PAMI en los ‘90, era su madrastra pero, en realidad, fue la primera esposa de su padre.
Él se mantiene en silencio. Apenas hace trascender que es propietario de medio departamento y de un Renault 9 cuando se consulta en su entorno por los supuestos campos de su madre. La orden a sus colaboradores fue no dar a conocer intimidades. Y, si el personaje público es difícil de ubicar en una única categoría, la persona que hay detrás es un verdadero misterio. Todos los que lo trataron, sin embargo, remarcarcan que su ego es su gran rasgo de personalidad.
Familia acomodada. Grabois nació el 23 de mayo de 1983 y, para entenderlo, hay que comprender de dónde viene. Su padre, Roberto “Pajarito” Grabois, tuvo una larga trayectoria política aunque ahora, dice él, se encuentra retirado. En los ‘60 fundó el Frente de Estudiantes Nacionales (FEN) y todavía hoy es reconocido por su generación como una pieza fundamental en el acercamiento de la militancia universitaria de izquierda al justicialismo. “Era un típico judío ateo que hizo una llegada tardía al peronismo desde el marxismo”, cuenta alguien que lo conoce.
Su madre, Olga Gismondi, era todo lo contrario: “Una señora muy tradicional, católica y conservadora”, agrega la misma fuente. La mujer es una médica que se desempeñó durante toda su vida como profesional en el Senado de la Nación hasta que se jubiló en 2014.
“Heredó de su padre la cosa militante y política y de su madre la convicción religiosa”, cuentan en el entorno de la familia. El matrimonio tuvo, además, dos hijas quienes, a diferencia de su hermano, cultivan un perfil bajísimo y no ligado a la política. A todos, de una u otra forma, la exposición de Grabois los toca de cerca. Ahora se puso el ojo en los supuestos campos de su madre, pero en 2016 se había apuntado contra una de sus hermanas, Bárbara, quien había recibido un subsidio de la Ciudad de Buenos Aires para grabar un disco.
La clase económica acomodada en la que nació Grabois suele ser un tema que siempre aparece a su alrededor. Él lo sabe. En una de las pocas entrevistas íntimas que dio a Revista Anfibia en 2016 contó que después de haber pasado tres años en San Martín de los Andes -donde vive su otra hermana, Florencia- se instaló junto con su esposa y sus tres hijos en una casa en Boulogne. “Mi familia tenía una buena posición económica, pero yo no”, dijo en aquella oportunidad.
“Olga es una ‘señora bien’ que juega al golf todos los fines de semana. Adora a su hijo y siempre está preocupada por el qué dirán”, cuentan allegados. La relación del dirigente con la madre es mejor que la que tiene con el padre. Los más indiscretos aseguran que cuando el hombre decidió volver a casarse con una mujer más joven, parte de la familia puso el grito en el cielo. “En este ambiente, no es algo bien visto. Igual, lo ves a Juan y es Roberto en pinta”, agregan.
En su casa, la discusión política era fuerte desde que nació. De hecho, su cercanía con el Papa Francisco llegó a través de conocidos de su padre que eran amigos de Bergoglio. Ya desde muy chico, Grabois daba muestras de tener una personalidad fuerte: se recibió en el Godspell de San Isidro después de pasar por otros seis colegios donde acumuló sanciones. Ya en esa época, se animaba a discutir de igual a igual con los docentes.
En 2009 se recibió como licenciado en Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad Nacional de Quilmes y en el 2010 de Abogado en la Universidad de Buenos Aires. “A muchos de los dirigentes se los corre marcándoles que vienen de una familia acomodada y con todas las oportunidades. ¿Eso le resta méritos?”, se pregunta alguien que lo trata con frecuencia y que escucha esta crítica desde que Grabois empezó a levantar la cabeza.
Es que su construcción política comenzó en plena crisis del 2001, cuando vivía en un departamento en Almagro y puso la atención en las familias que revolvían la basura. Poco tiempo después, con 15 personas fundó el Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE), el espacio con el que comenzó a hacer su propia carrera política.
Construcción. A veinte años de fundar el MTE, su organización hoy está integrada por 52.417 trabajadores urbanos y familias agricultoras que están organizadas en 9645 cooperativas, unidades productivas y núcleos de agricultura familiar. El MTE está dentro de la Unión de Trabajadores de la Economía Popular (UTEP), que nuclea a diversas organizaciones sociales.
Entre los nombres más importantes de los aliados de Grabois aparece el de Emilio Pérsico, con quien en la actualidad está distanciado. A pesar de haber escrito un libro en conjunto, el líder del Movimiento Evita representa al peronismo dentro de este sector y desde el 2019 es funcionario del ministerio de Desarrollo Social, algo inconcebible en la mirada de Grabois.
Para él, hay una contradicción entre ser un líder social y tener un cargo: “Los funcionarios no pueden ser librepensadores. Si querés ser un librepensador, dejá el cargo, el auto con chofer y el sueldo. Es lo que hago”, dijo en una entrevista con Perfil dos meses atrás. Pero su declaración vale solo a título personal ya que, desde que en 2019 transparentó su alianza con Cristina Fernández, el dirigente armó su propio espacio, el Frente Patria Grande, y consiguió ubicar a personas de su riñón en lugares clave como Gabriela Carpineti en el ministerio de Justicia y otros funcionarios en espacios vinculados a las tierras y a los barrios vulnerables además de tres legisladores: Itai Hagman y Federico Fagioli en el Congreso Nacional y Ofelia Fernández en la Legislatura porteña.
“En el kirchnerismo no había sido un aliado del gobierno. Todo lo contrario. Después de que acompañó a Cristina a Comodoro Py, consiguió espacios clave sin ser el dirigente que tiene la estructura más grande”, asegura un referente de otro movimiento. "Es alguien que sabe tejer", agrega.
Al límite. El juego de Grabois es ser parte del Frente de Todos pero marcar sus diferencias. En las últimas semanas, la tensión escaló al punto de que, a pesar de que Alberto Fernández manifestó que las ideas del dirigente respecto de la propiedad de la tierra “no son descabelladas”, no todos en el Ejecutivo se sienten cómodos con alguien capaz de ir contra ellos mismos.
El tenso equilibrio en el juego que hace Grabois lo cuenta Eduardo Belliboni, dirigente del Polo Obrero: “Hay un detalle que reconocer. Hay cosas que hizo él y que no hicieron otros. El día de la represión en Guernica, yo estaba en el medio del campo y me sonó el teléfono. Era Juan Grabois que llamaba para solidarizarse. Le dije que se movilizara con nosotros al otro día al Obelisco. No lo hizo pero sí mandó a Gildo Onorato. Ellos querían que se supiera que vino porque se sacó una foto en plena conferencia”, aseguró el referente.
“Es una persona absolutamente convencida de lo que hace. No es alguien que vaya a robarle la plata a la gente que está con él. Pero lo traiciona su obsesión por figurar, por ser el protagonista”, cuenta una ex funcionaria del macrismo que tuvo que trabajar con Grabois. Quienes lo defenestran, insisten en que su ego imposibilita que logre construir alianzas duraderas en el tiempo. Quienes lo defienden, señalan esa característica como marca de su intransigencia.
Sin embargo, ni siquiera en el catolicismo logra tener un consenso absoluto. “Hace tiempo no goza de la confianza de Francisco”, dice una amiga del Papa que le baja el precio. De hecho, en el último comunicado de la Comisión Ejecutiva de la Conferencia Episcopal Argentina, los obispos expresaron que la institución “no avala las tomas” porque “son ocasión de violencia y agitación social, muchas veces incentivadas”. Las diferencias se hicieron públicas.
En el mundo Grabois esquivan los asuntos personales y también las críticas de estos sectores e insisten con que el debate debería girar alrededor de su histórico lema: "Pan, techo y trabajo", En definitiva, la única agenda válida para Grabois es la que él pueda marcar.
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