Después de medio siglo en televisión y a sus 97, atraviesa la etapa más brillante de su carrera. Ya es la conductora más longeva y con mayor permanencia al aire en todo el mundo, pero dejemos los récords para el Guinness. Más interesante es preguntarnos por las razones de una vigencia inédita. ¿Por qué Mirtha Legrand produce cada vez más fascinación cuando otras estrellas declinan y se opacan a pesar de sus intentos por reciclarse? ¿Cómo se convirtió en la Maradona del showbiz argentino?
Cada vez que asiste a algún evento público, la situación a su alrededor se descontrola. Todos quieren saludarla, tocarla, regalarle algo. Admiradores anónimos y personalidades se igualan en la puja por una foto o conversarle un ratito: “la señora” despierta cholulismo sin culpa. Cuando va al teatro, su presencia es un show aparte. Entra después que el público y todos se ponen de pie para recibirla con aplausos antes de que salude a la concurrencia desde su platea VIP. Y al terminar la función, los actores le agradecen la visita y hasta le alcanzan un micrófono para que dedique unas palabras.
En Mar del Plata, los productores de espectáculos compiten por quién le hace la recepción más espectacular: su entrada a cada función ha sido precedida por cañones que disparan pétalos de rosas, escuelas de samba, alfombras rojas hasta la vereda y parlantes callejeros con “Rosa María”, la canción de la diva, a todo volumen. La gente que se agolpa para esperarla hace necesario cortar calles y desviar colectivos. Y cuando baja de su auto con chofer, la saludan desde los balcones. Mirtha se detiene y agita la mano como lo hacen las reinas.
Tal vez su mayor singularidad radica en esa mezcla poco común de glamour con vocación por pisar el barro de la política, de paquetería conservadora con su aggiornamiento a los cambios sociales. En cámara lloró como muchos, pidió perdón como pocos, pero, sobre todo, completó su educación en público: “A los estudiantes de esta institución quiero decirles que ustedes y yo tenemos algo en común: trasnochamos estudiando. Durante 56 años estudié a mis invitados y preparé mis programas hasta las 3 de la mañana”, dijo al recibir el doctorado Honoris Causa que le otorgó la UBA este año.
Entre la Mirtha que daba “la vueltita” y ponderaba sus “rosas rococó rosadas” y la que clava preguntas incómodas sin anestesia, fue creciendo una mujer difícil de enrolar. Ella lo sabe y disfruta de su transformación. “Antes no me sentía muy querida por mis pares”, le confesó a Héctor Maugeri cuando la entrevistó a principios de este año en Caras TV. Se la tildó de procesista, gorila y hasta le desarchivaron un pasado peronista. Pero ni siquiera el macrismo, sector político al que se manifestó afín, la pudo coptar. Poco antes de cumplir los 90, en un evento aniversario de NOTICIAS se refirió por primera vez a su edad y en adelante fue maximizando su rol de francotiradora solitaria dispuesta a gozar de la impunidad que dan los años y el reconocimiento.
Dice lo que piensa sin filtros, con sensatez algo ramplona. Su pretensión es la de oficiar de catalizador del ánimo social; una voz del pueblo que verbalice y le dé entidad a lo que piensa la gente. Y lo que quiere saber. “¿Por qué mataste a tus padres?” le preguntó entre bocados a Sergio Schoklender. A Nelson Castro si es homosexual. A Roberto Piazza si una pareja gay que adopta un chico podría violarlo por sus inclinaciones sexuales. “¿Quién te hizo la carita?” le arruinó su presentación consagratoria en la mesaza a la abogada mediática Fernanda Herrera. ¿Y cuánto le costó la dentadura nueva a LGante? A veces ni siquiera necesita interlocutores: “La gente en la calle cree que el cadáver de Kirchner no estaba en el cajón”, comentó como al pasar antes de un postre.
“La gente” siempre es su aval. A decir del ensayista y escritor Juan José Becerra, Mirtha “hace preguntas ambientales. Están en el aire pero no las hace nadie. Es como un personaje de Manuel Puig; tiene enlazada la cultura chismográfica del pueblo”. Su método es sencillo: “Me pongo en lugar de ellos y pregunto”. Dice que tiene una estrategia efectiva antes de lanzar un misil verbal. Cambia el tono de la voz, pone media sonrisa y dispara. En 56 temporadas sólo una comensal se le levantó de la mesa. Fue Silvana Suárez en pleno divorcio escandaloso del empresario periodístico Julio Ramos. “Tuvo razón en irse”, piensa ahora. La ex Miss Argentina se murió sin perdonarle que le recriminara ventilar intimidades en público, cuando la habían invitado para eso. “Son raros ustedes, eh...” les dijo a unos enamoradísimos Milei y Fátima Florez que se dedicaban corazoncitos con las manos a cada lado de la mesa.
En cine o teatro se diría que Mirtha rompe la cuarta pared: le hace un guiño de complicidad a sus televidentes y los incorpora a la escena. Esa identidad con “el sentir del público” se expresa también con un espíritu patriótico recurrente: “Yo amo a mi Argentina”, “Voto y me emociono hasta las lágrimas”, dice siempre.
Pero no sólo cuando pregunta Mirtha se saca los filtros. Los micrófonos que la buscan, la encuentran. “A Cristina le diría para qué quiere tanto dinero si la vida es muy corta”, amenizó la previa de una cena de ALPI. O “Mauricio me defraudó”. Lo llamó fracasado, cuando aún era presidente, después de haber apoyado explícitamente su candidatura.
Que vayan pasando. Sus “mesazas” son una aspiración. Estar ahí es haber llegado a algún lado. Entrevistó a más presidentes en su programa que ningún periodista. Pero con la lógica de las cosas que salen bien porque sí, dice que no sabe cuál es la razón de su éxito.
“Lo de este año fue una locura. No sé qué pasa conmigo. Se me acercan jóvenes, chicos...y yo me pregunto qué verán en mí. ¿Verán una bisabuela?”, me dijo hace unos días por teléfono cuando coordinábamos una entrevista para acompañar esta edición.
El encuentro tenía fecha y horario. La visitaría en su casa el lunes 16 a las seis de la tarde. Pero finalmente se impuso la decisión de su nieto y productor, Nacho Viale: “Ustedes van a hacer una nota política y no quiero exponerla a eso”. Con ella había acordado que respondería lo que quisiera sobre “política” (su tópico más rendidor al aire con funcionarios y opositores) pero que también conversaríamos sobre la vida misma; una intención que quedó fuera de este texto a falta de su voz.
Aunque Viale fue quien comunicó la decisión -argumentó querer cuidarla de su “diarrea verbal” (sic)-, Mirtha tuvo la delicadeza de llamarme para excusarse por darle de baja a la entrevista. Fue una semana de tironeo familiar por el deseo de Mirtha de dar, pero el nieto lo creyó inconveniente. Business are business.
Viale maneja con fiereza el “negocio Mirtha”. Los acuerdos comerciales con los canales han dilatado el arranque de temporadas, mientras la abuela comentaba en público que quería volver aunque fuera gratis. Y su productora StoryLab consigue sentar a las mesas a funcionarios del oficialismo aunque la anfitriona se encarga de que no la pasen tan bien como en otros programas. En lo que va de la gestión Milei ha aporreado a Francos, Adorni, Mondino, Petri, Bullrich, Espert y al mismísimo Javier Milei.
Para la memoria quedará el siguiente diálogo, cuando el Presidente cumplió la promesa de volver a su mesa si ganaba las elecciones:
Mirtha: ¿A usted le molesta que le digan El Loco?
Milei: No, porque la diferencia entre un genio y un loco, ¿cuál es?
Pero antes de que el Presidente dijera “el éxito”, la conductora lo interrumpió: la cordura.
Como justiciera del pueblo, Mirtha interpela al Gobierno por la pobreza, los recortes a los jubilados y la educación pública, el precio de los medicamentos y la violencia verbal de Milei. Tampoco aprobó su relación con Yuyito González, por la diferencia de estaturas. “Para la venenosa que habla de las alturas, esto representa nuestras alturas verdaderas”, le respondió el Presidente desde el programa de su novia. Fátima ya se había descalzado para probar que al lado de los suyos, Milei tiene pies bien grandes. Y para refutar a Mirtha, Yuyito se sacó las sandalias y hubo cotejo de metrajes.
Milei también replicó en la red social X un mensaje que la intimaba a Mirtha a comprar el Cine Gaumont luego de que ella pidiera que se preserve la sala y expresara su malestar por la situación del Incaa. Pero no mucho más. Aunque sus militantes digitales le tiran palos a la diva, Milei es con ella mucho más recatado que con las demás voces críticas de su gestión.
Disfrutar. Después de tanto vivido, de sus pérdidas; Tinayre, su hijo Daniel, los dos hermanos -José y su melliza Goldi-; insiste con una idea cuando se la invita a algún lugar: “Si es para disfrutar. Yo ya quiero sólo disfrutar”.
Dice que es “gánica” porque tiene ganas de todo y no conoce el aburrimiento. Lee sin anteojos. Sigue usando calzado con tacos y se niega al bastón. Jamás usó zapatillas ni se puso un jean. Sigue llevando vestidos hasta las rodillas y le encanta que le ponderen las piernas porque nunca se sintió lo suficientemente estilizada (“últimamente me las están elogiando mucho”, se divierte). Es capaz de cambiarse la ropa cuatro veces al día si tiene distintos compromisos: sale un diseño de Iara, entra uno de Cosano -sus favoritos- con un invariable retoque de Angel, su histórico perfume de Thierry Mugler. Una frase de cabecera: “Me gusta gustar”.
Su búnker hogareño es su cuarto, con banda sonora permanente de radio Mitre. Hasta mientras duerme está prendida. Allí lee y chatea con amigos buena parte de la noche. Lo suyo no es el madrugón: el desayuno frugal nunca llega antes de las once.
El día transcurre entre sus sesiones de kinesiología, que incluyen ejercicios con peso en las piernas y caminatas por su amplio departamento de la avenida Libertador, lecturas de diarios y la preparación de sus programas. Porque Mirtha vive, básicamente, para trabajar. “Desde que me levanto trabajo para tener éxito, la aprobación del público. En el fondo mi vida es gustar y que me quieran. Me parece que si estoy todo el tiempo trabajando voy a estar sana y a vivir por siempre”, dice.
Además de una buena genética, ser Mirtha Legrand y no Rosa Martínez es su fuente de juventud. Una diva eterna, que consigue permanecer en la cresta de la ola, y con una vida social hiperactiva, su otra medicina natural. Eso explica que sólo el aislamiento de la pandemia le haya ganado un round a su vitalidad. Camino a los 98 años que cumplirá el 23 de febrero, se la ve rejuvenecida, física y mentalmente, respecto de la que retomó el programa en el 2021 después de pasar 300 días -los contó uno a uno- sin salir ni al balcón de su casa.
“Mirtha Legrand es una obra en construcción permanente. Siempre los que hacemos, recibimos críticas, pero a mí me encanta desafiarlas siguiendo adelante”, dijo en 2022, cuando fue condecorada por Francia con la Orden de la Legión de Honor, la máxima distinción que otorga ese país, en reconocimiento a su trayectoria. Entonces el diario Le Monde le dedicó una elogiosa nota que la hizo más feliz que otra de 2017 en la que, además de ponderarla, se decía que había apoyado a la dictadura. “Yo jamás apoyé a la dictadura”, dijo en su programa. Contó también que la foto que apareció en la revista Gente dándole la mano a Astiz fue “una emboscada”.
Eran tiempos en que el progresismo kirchnerista la tenía en la mira y le facturaba haber trabajado en televisión en los años del Proceso. La autora de “se viene el zurdaje” estaba alineada con Macri versus Cristina y el revisionismo histórico no tardó en llegar. Incluso más lejos en el tiempo. También se la acusó de “peronista”.
Mirtha aceptó haberlo votado a Perón porque era la gran esperanza nacional. Hay fotos suyas en el Ateneo Cultural Eva Perón junto a otras actrices luciendo el escudo peronista, y la mujer de Raúl Apold (el legendario secretario de medios de Perón, que administraba recursos y confeccionaba listas negras) fue madrina de su hija Marcela.
Entrevistada por Silvia Mercado para su libro “El relato peronista”, le confesó: “En esa época, si no arreglabas con Apold no trabajabas; y aún así por cualquier razón podían enojarse con vos y ya no conseguías créditos para filmar ni te atendían en los despachos oficiales. Nosotros mismos tuvimos que irnos en un momento del país”. El star system lo construía el cine. Faltaba mucho para imaginar que su estrellato definitivo entraría en una pantalla más chica.
Desde 1968, con breves interrupciones, pasó por canales y surfeó gobiernos. En 1972, su mentor Alejandro Romay le cerró las puertas de Canal 9 porque en sus mesas hablaba de política. Y dos años después, el gobierno de Isabelita la prohibió por comentar que los únicos actores que trabajaban eran los peronistas. Mirtha siempre dijo que Raúl Alfonsín impidió su regreso a la televisión democrática. Se refugió en emisoras del interior hasta que Carlos Menem la devolvió a ATC en 1990.
Un poco negociando y otro poco increpando al poder según pasan los años, Mirtha Legrand sigue en carrera cada vez más firme: “¿Qué me van a hacer?”, pregunta Mirtha cuando se le menciona su desparpajo. “¿Me van a sacar de la televisión? ¿Me van a prohibir? ¿Me van a mandar la AFIP? Todo eso ya lo he vivido.” No amaga más con retirarse. Por estos días se negocia la emisión de su programa en verano desde Mar del Plata. El público se renueva y Mirtha Legrand también.
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