Thursday 28 de March, 2024

MUNDO | 21-05-2019 15:30

Visión limitada: terraplanismo político

La perturbadora insistencia en calificar de “golpista” a los esfuerzos para que los militares dejen el poder en Venezuela.

La sola idea de explicar a los terraplanistas que el planeta es redondo, provoca un hastío inmenso y agobiante. Sencillamente, no se puede sostener de manera seria lo contrario. Aunque haya grupos que afirmen que la tierra es plana, nadie puede creer que exista de verdad esa convicción que se resiste nada menos que a lo evidente.

Defender dictaduras en nombre de la democracia y los derechos humanos incursiona en la dimensión del terraplanismo político. Quienes defendían el régimen de Pinochet podían hacerlo en nombre de un modelo económico, pero no en nombre de la democracia, los Derechos Humanos y los fundamentos del pensamiento liberal.

Del mismo modo, las minorías intensas que defienden al régimen de Maduro deben renunciar al uso de banderas como la de los Derechos Humanos y la defensa de las mayorías populares.

(Te puede interesar: Golpe en Venezuela: Maduro cierra filas)

Frente a la oceánica evidencia que implica un éxodo de dimensiones bíblicas inundando el continente, provoca un hastío perturbador ver militantes y dirigentes que les discuten a quienes son las víctimas de una realidad a todas luces opresiva.

Suenan a terraplanismo político porque resulta demasiado evidente el desastre causado por un régimen esperpéntico que se sostiene en virtud del monopolio de las armas. Por cierto, no es el carácter autoritario de ese régimen lo que moviliza la injerencia norteamericana, como tampoco la de Cuba, Rusia, China, Irán y Turquía.

Si a Washington lo movilizara la democracia y las libertades, no tendría por aliadas a las monarquías oscurantistas y criminales de la Península Arábiga. La Casa Saud ha mostrado su naturaleza criminal, pero a diferencia de la dictadura militar venezolana, los súbditos del reino no pasan hambre ni mueren por falta de medicamentos ni emigran en masa hacia los países vecinos.

La ONU calcula en más de siete millones los venezolanos que se encuentran en riesgo por el colapso económico y la Cruz Roja despliega una operación de ayuda humanitaria de la misma envergadura que la desplegada en Siria. La diferencia es que el país del Oriente Medio padeció una guerra devastadora que estalló porque la “Primavera Árabe” activó conflictos étnicos y no porque la población sufriera hambre ni falta de energía, agua y servicios salud.

(Te puede interesar: Venezuela al límite: modo recalculando)

En cambio la debacle venezolana se debe a exclusivamente a la monumental inoperancia y la descomunal corrupción de quienes conducen el Estado. Por eso en Venezuela el apoyo a Maduro es minoritario. Ni siquiera es un régimen que ejecute lo que Rousseau llamó “voluntad general”. Con Hugo Chávez todavía era un poder mayoritarista. O sea, el poder que excluye y avasalla a las minorías pero cuenta con respaldo mayoritario. Pero desde hace varios años, es la dictadura de una casta militar, apoyada por la minoría social que recibe las migajas del sector privilegiado.

¿Cómo logra sostenerse un gobierno despreciado por las mayorías populares?

Esas mayorías llevan años de protestas que acumulan muertos y presos políticos por centenares. Pero el blindaje militar del régimen lo hace invulnerable.

Uno de los secretos visibles de ese blindaje está en la extensión del generalato. Las fuerzas armadas de Venezuela tienen más generales que la OTAN. Si se suman los coroneles se obtiene un alto mando castrense absurdamente grande. Esa deformación estructural permitió hacer del alto mando una casta privilegiada, para la cual defender el régimen es defender sus propios privilegios.

El otro secreto visible fue seguir el modelo egipcio iniciado por el coronel Nasser y completado por Anuar el Sadat y Hosni Mubarak: dar a los militares el control de las áreas estratégicas de la economía. Los poderes de esa casta convierten al alto mando en un bloque indivisible.

(Te puede interesar: Venezuela: tensión por los tanques en la frontera con Colombia)

A eso se suman los secretos invisibles del poderío y la riqueza que mantienen unida a la casta militar: el control de actividades ilegales de altísima rentabilidad como el narcotráfico y la minería clandestina en la cuenca del Orinoco.

Imperando un régimen esencialmente militar, al contrapoder que encabeza Juan Guaidó sólo le queda, como camino hacia elecciones libres y creíbles, lograr lo que lograron las multitudes que se congregaron frente al principal cuartel de Khartum para pedir a los militares que derroquen al dictador que masacró aldeas cristianas y animistas en Sudán. ¿Se puede calificar de golpista a las protestas que lograron el derrocamiento de Omar al Bashir?

(Te puede interesar: Guaidó logra apoyo militar para la “Operación Libertad”)

Los crímenes de Maduro no se pueden comparar con los del tirano sudanés que exterminó aldeas enteras en Darfur, pero acusar de golpistas a quienes buscan partir el bloque militar para que termine el régimen, implica defender la dictadura.

El problema en Argelia no es que masivas protestas populares hayan logrado que los militares derrocaran a Abdelaziz Bouteflika. El problema es que todavía se aferra al poder el clan militar que imperaba con el viejo déspota como rostro institucional.

(Te puede interesar: Las lecciones de Venezuela)

Tiene mucha lógica rechazar una intervención militar norteamericana. También tiene lógica cuestionar la injerencia de Washington en los asuntos internos del país caribeño. Una larga historia negra de intervencionismo político, económico y militar de Estados Unidos en Latinoamérica explica el rechazo y la desconfianza que despierta el activismo de Washington en la región.

Peor aún si lo pilotean personajes como Elliott Abrams, protagonista del escándalo Irán-contras en los tiempos de Ronald Reagan, y John Bolton, artífice de fechorías belicistas como la falsa denuncia sobre los arsenales químicos de Saddam Hussein. Aunque el rechazo a la injerencia norteamericana sería más equilibrado si lo acompañara un rechazo a las injerencias cubana y rusa, desconfiar de las políticas de Washington y oponerse a una acción militar externa, tiene lógica.

Lo que no tiene lógica es acusar de golpistas a quienes pretenden que los militares saquen a Maduro del Palacio de Miraflores, terminen con el poder de Diosdado Cabello y permitan una transición hacia elecciones libres sin proscripciones ni fraude.

Plantear eso es lo mismo que defender a Maduro. Y defender a Maduro esta altura del desastre, es terraplanismo político.

Galería de imágenes

Claudio Fantini

Claudio Fantini

Comentarios