Entre los narradores latinoamericanos nacidos después de 1970 se destaca el colombiano Juan Gabriel Vásquez. Lector constante, autor temprano, se ha ido nutriendo con algunos de los grandes nombres de los siglos XIX (escribió sobre Joseph Conrad, y Stevenson) y XX (Vargas Llosa, Javier Marías, Alice Munro). La otra gran fuente ha sido la complejidad geográfica de su experiencia: mientras estudiaba derecho, en 1996 ganó un importante premio de cuentos en Barranquilla. En cuanto recibió el diploma se fue a París, donde vivió hasta 1998, y pasó a Bélgica por unos meses. Finalmente ancló en Barcelona, desde 1999 a 2012. Desde entonces vive en Bogotá, donde nació.
Su esfuerzo se ha concentrado en las novelas. “El ruido de las cosas al caer” (Premio Alfaguara), “Las reputaciones” y “La forma de las ruinas” (la más extensa y compleja) enfocan la historia reciente de Colombia en cuidadosas y sorprendentes estructuras, obsesionado por investigar el tema de la violencia, que arrasó al país durante décadas.
Los nueve relatos de “Canciones para el incendio” absorben distintos lugares y momentos, en algunos casos con la complejidad que suelen tener las novelas. Un ejemplo es el que bautiza al libro, donde persigue los rebotes a través del mundo de varios personajes, en especial una mujer que termina destruida por los prejuicios y la rigidez de la Colombia donde termina por vivir. Tanto allí como en otros, Vásquez interviene a menudo como actor o como guía. Ocurre en “Aeropuerto”, donde acude a un llamado de extras para filmar con Polanski en París: el tono es inmediato, como en una crónica. Aunque encima del largo momento se cierne la sombra de Sharon Stone.
Vásquez domina el arte de hacer que el lector no abandone. Es envolvente, grave o leve, al estilo de otros autores: desde Cortázar, hasta Bolaño o Guadalupe Nettel. En “Mujer en la orilla” una fotógrafa se ve conectada con la violencia por su trabajo. Combina momentos muy distantes entre sí en el tiempo con otros inmediatos, como el de un caballo desbocado. El trazo de unión es delicado y a la vez potente, esquivo.
“El doble” despliega un tema clásico: el acto azaroso (sacar un número de dos para ir a la guerra) que transforma a dos amigos: a uno en un muerto y al otro en su probable doble vivo. La guerra está presente también en “Las ranas”, aunque es la de Corea, adonde fueron soldados colombianos. “Las malas noticias” elabora hechos que parecen una cosa y son otra. Y “El último corrido” concreta la sugerencia de nostalgia y desgaste del título.
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