* * * Desde que arrancó la cuarentena y nos obligó a hacer todo desde nuestros hogares, los balcones han sido un tema. Porque hay unos cuantos que se entusiasman con expresarse desde allí, sean o no profesionales de alguna actividad artística, en una suerte de serenata al revés. Y entonces, están los desaforados que ponen música a altísimos volúmenes y los que cantan arias, los que sienten impulsos patrióticos y arrasan con el Himno Nacional y los que optan por el reggaeton, los que hacen música de cámara y los que se dan el gusto de compartir un potente equipo de sonido que jamás se atreverían a usar de igual modo en otras circunstancias. En medio de todo eso, algunos disfrutan y se divierten con las muestras más o menos atractivas de sus vecinos y otros gritan improperios porque no soportan sumar placeres ajenos a la ya de por sí difícil situación de encierro. Y son muchísimos, la mayoría, los que no dicen nada y esperan con paciencia y en silencio a que el resto ame u odie explícitamente este tipo de manifestaciones.
En un intento de ponerle un tono canchero a toda esta movida –sólo posible desde quienes viven a la calle y en edificios de pisos altos, claro–, el Ministerio de Cultura de la Ciudad decidió institucionalizarlo. Pidió a los balconeros que se inscribieran, convocó al DJ y conductor Ale Lacroix –uno de los que ponen música un par de veces a la semana desde su casa– a funcionar como maestro de ceremonias e hizo una selección de quienes se difundirían luego en un vivo de Instagram. Hubo muchos otros que en el mismo momento estaban haciendo lo suyo, pero solamente diez fueron los que se vieron en el video oficial, en una elección que dejó afuera a la zona sur de la ciudad. Según se dijo, fueron muchos los inscriptos y unos 100 los que, de todos modos, estuvieron haciendo sus rutinas balconeras en ese momento. Pero los que se vieron fueron Nicolás Bernardo con su música electrónica + mapping, la soprano Mariana Carnovali, los cantantes de pop/rock Dani Ferrett, Ine Maguire, Tomás Berberian, Rafa Otegui, Meri Tezza-Mauro Scaparro y Grace Portillo, la jazzera Grisel D’Angelo y el violinista clásico Pablo Saraví. Simpático por momentos, intrascendente por otros, nos llevaron por ventanas y balcones de Cañitas, Recoleta, Caballito, Barrio Norte, Palermo, Belgrano, Colegiales y el centro porteño. Todos ellos artistas profesionales, casi inevitablemente, estuvieron muy por debajo de sus capacidades “normales”; por carencia de recursos técnicos domésticos y porque la transmisión por la red elegida fue muy deficiente. De todos modos, el muy entusiasta Lacroix (que tuvo que remar una tarea complicada) le puso garra y prometió nuevas ediciones. En tal caso, sería preferible evitar la presencia del ministro cerrándola como esta vez: los funcionarios mostrándose en sus acciones de cultura, casi siempre, restan más que lo que suman.
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