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OPINIóN | 20-10-2020 12:19

17 de octubre: la jihad nuestra de cada día

Entre esa movilización, y la que organizó la oposición a Perón en septiembre de 1945, nació oficialmente la grieta. Y sigue hasta hoy, aunque no es un fenómeno sólo argentino.

Con poco menos de un mes de diferencia, dos movilizaciones fundaron la ruptura simbólica más poderosa de la historia contemporánea de nuestro país. El 19 de septiembre de 1945 decenas de miles de personas marcharon desde el Congreso hasta la Recoleta encabezadas por un amplio arco político que iba desde los radicales hasta los comunistas pasando por socialistas y demócrata progresistas. El 17 de octubre, otra movilización, acaso mayor que la anterior, se dirigió a la Plaza de Mayo para exigir la libertad del Coronel Perón. Pocos meses antes las tropas rusas habían avanzado sobre Berlín y apenas unas semanas atrás las bombas atómicas estadounidenses sobre Hiroshima y Nagasaki dieron por terminada la Segunda Guerra Mundial. En ese mundo y en ese país nació oficialmente nuestra grieta.

La batalla por las interpretaciones sobre ambos hechos atraviesa las décadas que nos separan de ellos. ¿Eran los militares del 43 y Perón las expresiones locales del “nazifascismo”, como lo consideraban los movilizados de septiembre? ¿Eran los partidos políticos liberales la encarnación de la oligarquía y la plutocracia, tal como eran descriptos por los emergentes de octubre?

Ambas posiciones fueron bailando entre sí un larguísimo minué con momentos de mayor y de menor confrontación a lo largo del tiempo. El lenguaje y los discursos fueron mutando de acuerdo con las palabras de moda en cada momento. Pero desde la llegada al poder del kirchnerismo el combate recrudeció hasta alcanzar, tras la llegada al gobierno de Cambiemos, niveles de polarización inéditos.

La polarización del siglo XXI no es un fenómeno exclusivamente argentino ni mucho menos. Está presente de diferentes maneras en los Estados Unidos, en Brasil, en el Reino Unido, en Polonia, Hungría, España, Francia e Italia, entre otros países. No hemos sido originales en esto. Pero nuestra confrontación tiene sus particularidades tal como sucede en otros lugares. Por detrás, como una escenografía ominosa, transitamos la gran crisis de la democracia liberal, a la que imaginamos eterna desde 1990, tras la desaparición de la Unión Soviética y el final de la Guerra Fría. Cada vez con mayor furia, desde dentro de la propia democracia surgen fuerzas que la ponen en cuestión. La democracia no hace más que retroceder frente a la polarización.

La polarización entre los extremos kirchneristas y antikirchneristas, heredera legítima de la que dividió a peronistas de antiperonistas en 1945, es el ancla que mejor explica nuestro fracaso colectivo: la culpa es siempre del otro. De ellos, no importa quiénes, los que están del otro lado de la grieta. Hasta tanto peronismo y antiperonismo, kirchnerismo y antikirchnerismo no se vuelvan obsoletos y no los veamos como vestigios de otro tiempo en el presente, como partes de un sistema de suma cero, estaremos condenados a seguir marchando entre nuestros propios mitos y nuestros propios fantasmas, como en 1945. En tanto los enemigos sigan dispuestos a seguir peleando su guerra santa nada bueno nos espera. Ojalá seamos capaces de evitar nuestra autodestrucción poniendo el pasado en el pasado. Hasta ahora no lo hemos logrado.

 

*Por Pablo Avelluto, ex secretario de Cultura de la Nación.

por Pablo Avelluto*

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