Thursday 28 de March, 2024

OPINIóN | 11-12-2018 14:57

El Gobierno tras el G20: de vuelta a la tierra

Nunca antes se habían juntado en suelo argentino tantos jefes de Estado y primeros ministros de naciones poderosas, además de un príncipe heredero.

No se equivocan quienes dicen que la del G20 fue la reunión internacional más importante que jamás se haya celebrado en el país. Nunca antes se habían juntado en suelo argentino tantos jefes de Estado y primeros ministros de naciones poderosas, además de un príncipe heredero. Para asombro de casi todos, incluyendo a los más optimistas, todo se realizó sin contratiempos mayores. En esta ocasión, un gobierno que es notorio por su propensión a cometer aquellos “errores no forzados” que tantas críticas le han valido hizo gala de un grado de profesionalismo organizativo que fue realmente llamativo.

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Entre los más sorprendidos por lo bien que todo salió habrá estado Mauricio Macri, el que por algunos días desempeñó con éxito el papel nada sencillo del mediador ecuánime para que, a pesar de sus muchas diferencias, Donald Trump, Xi Jinping, Vladimir Putin, Angela Merkel, Emmanuel Macron, Mohammed bin Salman, Narendra Modi, Theresa May y los demás pudieran codearse amablemente por un rato.

Al darse cuenta de que, lejos de ser el desastre que habían previsto los consternados por la violencia de ciertos hinchas de River Plate, el encuentro del G20 en Buenos Aires será recordado, tal vez con nostalgia, como un modelo del género, Macri se puso a llorar. Puede que haya entendido que, aun cuando un día lograra transformarse en un secretario general de la ONU o algo similar, nunca más le tocaría ocupar el centro del escenario mundial de manera tan vistosa. Después de medio año repleto de malas noticias, acababa de disfrutar de tres días en que la vida le sonreía y había más aplausos que abucheos.

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Desgraciadamente para Macri y quienes lo rodean, arreglarse para que una veintena de potentados quisquillosos se comporten bien es una cosa y gobernar la Argentina es otra muy distinta. Las palabras pesan menos que los hechos concretos que siguen jugándole en contra. Asimismo, el que desde el punto de vista oficial la reunión del G20 haya sido un triunfo notable virtualmente asegura que la oposición peronista, que en efecto lo boicoteó, se esfuerce por minimizar los eventuales beneficios políticos que espera conseguir. Los hay que comparan lo sucedido con los festejos del Bicentenario del 25 de mayo de 2010, pero en aquel entonces Cristina no se veía frente a una oposición resuelta a aprovechar todas las oportunidades para debilitarla sin preocuparse por las consecuencias.

Por lo demás, a esta altura todos saben muy bien que Macri se siente a sus anchas en los lugares frecuentados por integrantes de la elite mundial, lo que, tal y como sucede en el caso del presidente francés Macron, lo perjudica a ojos de quienes lo toman por una persona incapaz de vincularse emotivamente con la gente común.

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Pese a su fama de ser un país ombliguista obsesionado por lo que piensa el resto del mundo acerca de sus vicisitudes y particularidades, la Argentina dista de ser el único al cuyo gobierno le importa mucho la imagen internacional. Por el contrario, casi todos invierten grandes cantidades de dinero comprando publicidad y contratando a lobbistas con la esperanza de llamar la atención ajena a sus presuntos logros. En este ámbito, el de Macri ha sido muy eficaz, ya que a cambio de un gasto módico ha conseguido difundir la impresión de que ha emprendido con seriedad la tarea hercúlea de sacar a la Argentina de una crisis que ya ha durado casi un siglo, quizás más, lo que es bueno para su reputación personal pero no lo es necesariamente para la de un país que precisa dejar de ser uno de los símbolos máximos del fracaso económico fuera del mundo comunista.

La buena imagen internacional que tiene Macri mismo no ha bastado como para atraer a tantos inversores como esperaba a comienzos de su gestión; por razones comprensibles, quienes manejan las grandes carteras de valores son reacios a arriesgarse en un país que se ha hecho mundialmente célebre por su capacidad para decepcionar a todos, incluyendo, desde luego, a sus propios habitantes. Es por lo tanto natural que, fronteras adentro, los elogios por la buena organización de la cumbre del G20 motivan escepticismo. Nadie ignora que Macri es capaz de llevarse muy bien con virtualmente todos los mandatarios extranjeros –el venezolano Nicolás Maduro es una excepción–, sin por eso saber convencer a empresarios y financistas que les convendría respaldarlo con dinero contante y sonante.

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Si bien exageran los que insisten en que los votantes siempre dan prioridad al bolsillo, ya que tanto aquí como en otros países inciden muchos factores inmateriales, es innegable que la mayoría tiende a estar más interesada en la evolución de la economía que en las hazañas diplomáticas que el gobierno de turno se atribuye. De todos modos, es más que probable que las décadas venideras se vean dominadas por la lucha de Estados Unidos por continuar siendo la potencia hegemónica y los esfuerzos de China por poner fin al largo “siglo norteamericano” y, con él, al medio milenio de supremacía occidental, para que el mundo retome lo que a juicio de sus dirigentes es su forma predestinada en que todo gire en torno al “reino del medio”.

Trump es un mandatario impulsivo que confía más en sus propios instintos que en las lucubraciones de sus asesores, pero de haber triunfado en las elecciones de noviembre de 2016, Hillary Clinton hubiera tenido que adoptar una actitud parecida frente al desafío planteado por China. Lo mismo podría decirse de Xi, ya que cualquier otro líder chino, (siempre y cuando no se tratara de un aislacionista del tipo que, una y otra vez, ha surgido para poner fin a etapas de expansionismo chino como la de inicios del siglo XV que, de haber durado algunos años más, hubiera cambiado por completo la historia mundial), estaría procurando firmar pactos con países como la Argentina que están atiborrados de recursos materiales valiosos.

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A los norteamericanos no les gusta demasiado que la Argentina se haya visto atraída por la fuerza gravitatoria del coloso emergente, pero para contrarrestarla tendrían que mostrar que están en condiciones de darle mucho más. Mientras China no intente hacer valer su poder para presionar a los “socios” latinoamericanos, tratándolos como vasallos, las advertencias formuladas por los encargados de la política exterior norteamericana no servirán para mucho.

Si bien Trump ha brindado mucho apoyo concreto a Macri –de no haber sido por la aprobación estadounidense, el país hubiera tenido que enfrentar una pavorosa corrida cambiaria sin la ayuda del Fondo Monetario Internacional que, por “antipopular” que fuera la decisión de pedirle plata, lo salvó de una depresión muchísimo más dolorosa que la que está sufriendo–, el que más provecho sacó de las oportunidades ofrecidas por la cumbre fue su rival chino Xi que, huelga decirlo, pensaba no sólo en ganancias comerciales a corto plazo sino también en las ventajas estratégicas de estrechar los lazos con la Argentina. A buen seguro, Xi entendió que el momento le era propicio, ya que el gobierno macrista no puede darse el lujo de permitir que cálculos geopolíticos lo priven de recursos financieros que por ahora no están disponibles en otras partes del mundo.

Felizmente para Macri, poco antes de firmar los chinos más de treinta acuerdos con el país, Trump y Xi declararon un armisticio en la guerra comercial que están librando, con el norteamericano postergando los aranceles adicionales que tenía en mente para castigar a quienes denuestan por no acatar las reglas fijadas por Estados Unidos y el chino afirmándose dispuesto a comprar más productos agrícolas para mitigar el gigantesco superávit comercial que tanto molesta al magnate. Puesto que entre los beneficiados de tales concesiones estarán los granjeros del Medio Oeste que apoyan a Trump, Xi maniobró con habilidad cuando los dos, flanqueados por sus ayudantes, cenaron juntos en el Palacio Duhau. Como es su costumbre, Trump cantó victoria, calificando de “increíblemente positivo” el acuerdo alcanzado. Veremos. El gran juego entre Estados Unidos y China apenas si ha comenzado.

Como pudo preverse, el documento final que firmaron los asistentes a la cumbre del G20 resultó ser más descafeinado que los redactados en ocasiones anteriores. Contenía las banalidades presuntamente bienintencionadas que suelen aprobar personajes que, en muchos casos, tienen ideas muy distintas acerca de temas como los derechos humanos, los problemas causados por “los grandes movimientos de refugiados”, la reaparición fuerte del nacionalismo y la amenaza que plantea al multilateralismo y así por el estilo.

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Aunque Trump, Xi y compañía, para no hablar de Putin, el turco Recep Erdogan y el príncipe heredero saudita Ben Salman, acusado él de haber ordenado el asesinato y descuartizamiento de Jamal Khashoggi, un miembro de la Hermandad Musulmana y ex operador de la familia real, además de periodista que escribía para el Washington Post, optaron por no oponerse al supuesto consenso internacional sobre asuntos clave, todos tendrán su propia manera de interpretarlo, acaso por entender que si no se produjera una declaración conjunta el G20 terminaría desbandándose. Para alivio de Macri, pues, parecería que la agrupación, que se formó en 1999 en circunstancias muy diferentes de las actuales, seguirá existiendo por algunos años más y que la Argentina continuará integrándola.

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James Neilson

James Neilson

Former editor of the Buenos Aires Herald (1979-1986).

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