Alberto Fernández está por cumplir un mes en el Gobierno. Es poco tiempo y a la vez mucho, la medida justa, digamos, para saber cómo pueden ser sus siguientes años.
En ese mes, caliente por la economía y al mismo tiempo anestesiado por las fiestas y las vacaciones, no le fue nada mal. Ya hay una encuesta de Hugo Haime y Asociados que dice que el Presidente tiene 70 puntos de imagen positiva y que el 56 por ciento de los consultados aprueba sus primeras medidas. En el Gobierno aclaran, con cola de paja, que ellos no pagaron esas mediciones.
La misma encuesta dice que la vicepresidenta, Cristina Kirchner, de la que Alberto Fernández casualmente busca independizarse, sigue en conflicto con la opinión pública. El 48 por ciento opina que debería ir presa por corrupción, y el 40 dice que es inocente.
¿Dónde está hoy la dirigente más influyente del país, la que hace pocos meses dio un paso al costado y eligió a otro candidato para ganar las elecciones? Está en Cuba, con su hija, alejada por ahora de esta coyuntura nueva.
En un solo mes, Alberto Fernández ya festeja lo que dicen las primeras encuestas e impone su agenda. Incluso logró aprobar una suba impositiva de proporciones considerables en medio de las distracciones de fin de año. Demostró ductilidad, una cualidad que se le desconoce a su socia, siempre tan temperamental, tan pasionaria, tan a todo o nada.
El astuto y gris Fernández, sin hacer tanto ruido, consigue lo que se propone.
¿Y la copiloto? ¿Dónde está?
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