Monday 2 de December, 2024

OPINIóN | 01-07-2023 11:02

Ha llegado la hora de la derecha

La designación de Massa como candidato es la admisión de CFK de que ella ya no seguirá controlando al peronismo. Lo que viene.

Es como si Vladimir Putin hubiera tenido que nombrar primer ministro al señor de la guerra Yevgeny Prigoshin y los propagandistas del régimen trataran de hacer pensar que el motín que casi desató una guerra civil en Rusia fue en realidad una maniobra genial del jefe. Cristina no puede sino saber que, de todos sus muchos enemigos, Sergio Massa es por lejos el más peligroso. En el proyecto personal del candidato del oficialismo no hay lugar para ella o para “los ñoquis de La Cámpora”, como los llamó cuando estaba en la vereda de enfrente.

Tampoco lo hay para el primitivismo económico de los kirchneristas más belicosos; aun cuando sus propias ideas sean un tanto difusas, Massa está tan convencido como los jerarcas comunistas chinos de que el capitalismo funciona decididamente mejor que cualquier alternativa. ¿Es, como gritan Juan Grabois y compañía, un maldito “neoliberal”?  Desde el punto de vista de los kirchneristas más enardecidos, no cabe duda de que sí lo es.

Por extraño que parezca en un país agrietado en que las internas políticas suelen ser extraordinariamente rencorosas, pertenecen al mismo espacio ideológico los tres personajes de los cuales uno -siempre y cuando Javier Milei no nos sorprenda en los meses próximos- terminará el año engalanado con la banda presidencial. Todos son pragmáticos de centroderecha. Patricia Bullrich se asemeja bastante a la dama de hierro inglesa, Margaret Thatcher, Horacio Rodríguez Larreta a los conservadores tibios que la creían demasiado dura y Massa podría ser un republicano norteamericano del tipo de los que estaban a cargo del partido así denominado antes de la irrupción del fenomenalmente disruptivo narcisista Donald Trump, el ídolo de los perdedores que tiene mucho en común con Cristina. 

Los dirigentes de Juntos por el Cambio rezan para que el fracaso antológico de la gestión del ministro de Economía resulte ser más que suficiente como para garantizarle una derrota sonora en las PASO y las elecciones auténticas. Por su parte, Massa se esforzará por trasladar la culpa por su incapacidad para frenar la inflación a los kirchneristas cuya proximidad se ha visto obligado a soportar para sobrevivir en el cargo. Sin ser excesivamente explícito hasta que se sienta plenamente liberado, tarde o temprano el tigrense lo hará a fin de debilitarlos por entender que es de su interés desvincularse por completo de los responsables de llevar la Argentina al borde de un precipicio escarpado por el cual podría deslizarse.

¿Le obrará en contra de Massa su reputación bien merecida de ser un político excepcionalmente sinuoso, un “panqueque” nato nada fiable que suele venderse al mejor postor para entonces apuñalarlo por la espalda cuando deje de serle útil?  Hasta cierto punto, pero es posible que la astucia desinhibida que para muchos es su marca de fábrica lo ayude al brindar la ilusión de que estará en condiciones de sacar provecho de las convulsionadas circunstancias mundiales.

Después de todo, parecería que Massa se las ha arreglado para engatusar a los gélidos técnicos del Fondo Monetario Internacional para que no abandonen a su suerte a un país gobernado por gente que no vacila en tratarlos con desprecio. De no haber sido por la voluntad de las mujeres que hoy en día dominan el Fondo de darle el beneficio de todas las dudas concebibles, la crisis económica que está desangrando la Argentina sería aún más destructiva de lo que ya ha sido.

La promiscuidad política que siempre ha caracterizado a Massa ya está ocasionando problemas en Juntos por el Cambio; cuenta entre sus “amigos” a Rodríguez Larreta y Gerardo Morales. No les será tan fácil tratarlo con el desdén extremo que manifestarían si fuera cuestión de otro integrante del elenco oficialista. Cuando Cristina probó suerte con el binomio grisáceo conformado por Wado de Pedro y Jorge Manzur, los de Juntos por el Cambio creían ya tener ganada la elección presidencial, pero la rebelión exitosa de Massa, el que se vio acompañado por una serie de gobernadores provinciales e intendentes preocupadísimos por lo que ocurriría si Wado resultara ser tan piantavotos como Leopoldo Moreau en 2003, los ha forzado a recapitular. Mientras que la semana pasada tenían buenos motivos para suponer que el peronismo estaba moribundo, ahora los tienen para temer que logre resucitar luego de experimentar una nueva mutación ideológica. Hay muchos que suponen que un ajuste peronista sería menor cruel que uno instrumentado por otros.

Luego de dar prioridad a la cohesión de su propia bandería interna, Cristina tuvo que batirse en retirada. Aunque siga aferrándose al presunto plan original de hacerle la vida imposible a su sucesor, atacándolo desde el primer día enviando al centro de la Capital Federal columnas nutridas de piqueteros y movilizando a los militantes, hijos éstos de la “generación diezmada” que permanecen leales al pensamiento de sus progenitores biológicos o espirituales montoneros, además de contingentes de lúmpenes callejeros, como según voceros de la oposición hicieron los kirchneristas en Jujuy, sorprendería que una estrategia tan agresiva contara con el respaldo del grueso de los peronistas.

A diferencia de los kirchneristas más fanatizados que estarían perfectamente dispuestos a sacrificar al país, con sus habitantes adentro, en aras de un “relato” supuestamente revolucionario, muchos peronistas preferirían aportar a una eventual recuperación nacional. Demás está decir que Massa comparte tales sentimientos; para un hombre acostumbrado a codearse con la flor y nata del empresariado norteamericano y otros dignatarios internacionales, no le interesaría ser tomado por el líder en potencia de una horda de mendigos que dependen de la caridad ajena. 

Lo mismo que Cristina, Massa tendrá su plan B. Esperará que, si pierde esta vez, le corresponderá un premio consuelo muy valioso: el liderazgo del peronismo. A pesar del optimismo que le es congénito, incluso podría creer que en verdad no le convendría hacerse cargo del desastre provocado por los kirchneristas ya que, pase lo que pasare, el próximo gobierno tendrá forzosamente que instrumentar un ajuste nada agradable que le supondrá un costo político significativo. Entonces, los peronistas se verían ante la opción de comportarse de manera llamativamente irresponsable, como pedirían los leales al cristinismo, y emular a los dirigentes de Juntos por el Cambio que, como sus representantes insisten en recordarnos, durante los años últimos se han destacado por su moderación constructiva. Mientras que los que, como Cristina, privilegian el corto plazo estarán resueltos a hacer trizas cuanto antes de un gobierno de signo no kirchnerista que se animara a ajustar en serio, otros querrán asegurar que sea por lo menos manejable la herencia que reciba los que vendrán después.

Desde el punto de vista de quienes se niegan a abandonar la antigua y anticuada costumbre de interpretar todo cuanto sucede en términos geométricos, el centro de gravedad de la política nacional acaba de girar fuertemente a la derecha. Lo mismo que en muchos otros países, a la mayoría no le están impresionando los eslóganes de quienes quisieran entregar la economía a cohortes de burócratas militantes, sindicalistas y otros que serían asesorados por intelectuales de mentalidad parecida.

La semana pasada, en Grecia, un gobierno pro-mercado que promete continuar impulsando el programa de reformas respaldado por el FMI que fue inicialmente repudiado por la mayoría, consiguió un triunfo amplio a costillas de los partidos de la izquierda populista. Algo similar está ocurriendo en otras partes de Europa como España e Italia donde “la derecha” está avanzando con rapidez merced a su capacidad para movilizar a jóvenes perjudicados por el fracaso de gobiernos de inspiración progresista o meramente centrista.

Puede que la prédica de Milei a favor del anarco-capitalismo haya contribuido muy poco a la popularidad que los sondeos le atribuyen, pero es evidente que su defensa apasionada del mercado libre y sus diatribas furibundas contra los vinculados con el orden establecido han incidido mucho en los debates políticos.  Hasta hace muy poco, en la Argentina la militancia pro-capitalista era propia de un puñado de excéntricos; gracias en buena medida a Milei, está poniéndose de moda. Ya no es preciso aclarar que se trata de una necesidad desafortunada impuesta por las circunstancias, dando a entender así que uno comparte los sentimientos “humanos” de los comprometidos con el populismo de retórica vagamente progre que tanto daño ha provocado.

Así pues, no extrañaría del todo que, para alejarse del fracaso calamitoso del kirchnerismo, aquellos que siguen considerándose leales al evangelio de Perón y sus satélites regresaran al “espacio” que ocupaban cuando Carlos Menem y Domingo Cavallo dieron al país una década de estabilidad monetaria que, no obstante el eventual colapso de la convertibilidad, legó a los gobiernos de Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner una economía que, bien manejada, hubiera podido crecer tanto como las de otros países latinoamericanos. Por desgracia, primero Néstor y, en los años siguientes, su viuda, optaron por “invertir” en política y en sus negocios familiares buena parte de lo que heredaron, de ahí el estado catastrófico del país que sus sucesores tendrán que intentar gobernar.

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James Neilson

James Neilson

Former editor of the Buenos Aires Herald (1979-1986).

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