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OPINIóN | 29-06-2020 15:15

Héroes románticos del siglo XXI

Aquí esta Florent- Claude, un personaje del siglo XXI, que además de llevar medicación antidepresiva en su bolsillo, lleva un moderno teléfono celular.

 

 

Hace un año y medio, recibí de regalo el último libro de Michel Houellebecq, Serotonina. Para esa época, difícil era imaginarnos de la manera en la que hoy nos encontramos, recluidos, desconcertados, angustiados, por la incertidumbre de una Pandemia y, si alguien lo hubiese vaticinado, la clasificación de esta idea en la biblioteca de los nuestros pensamientos, habría quedado ubicada en el género de ciencia ficción.

Enero de 2019. Era la primera edición del último libro de este controvertido autor, que nunca deja de sorprenderme a pesar de que sus tramas parecerían estar calcadas las unas de los otras. El común denominador que se hace presente una y otra vez en sus obras, es que los personajes nunca se relacionan en buenos términos con el amor, sino que sufren profundos desengaños, porque este sentimiento es para ellos una entelequia. Siempre su estado emocional es de poca conexión afectiva con el Otro que, contrariada por la redundancia de relatos de connotación sexual, deja en evidencia una clara disociación entre la corriente tierna y la erótica en los protagonistas principales de las tramas.

En el caso particular de Serotonina, su personaje principal, Florent- Claude Labrouste, es un típico hombre diagnosticado como depresivo en la sociedad occidental del siglo XXI, medicado con un psicofármaco muy de moda que libera serotonina que, es descripto por él, como un comprimido pequeño, blanco, ovalado, divisible, que transforma a la vida en una sucesión de formalidades, permitiendo engañar, que lo vuelve “impotente” en el plano sexual.

La temática muestra que es un libro cuya trama se desarrolla en un escenario de una muy lejana cercanía, de los meses previos al Covid 19. Pero en ese momento, lo que más sorprendente me había resultado de la trama, además de la inclusión en “modo ruidoso” y sin pelos en la lengua de la medicación psicofarmacológica, fué la aparición de la tecnología, aunque en un “modo mucho más silencioso”.

Doce años atrás, Hernán Casiari dijo: “…Piense el lector, ahora mismo, en una historia clásica que conozca al dedillo, con introducción, con nudo y con desenlace. ¿Ya está? Muy bien. Ahora ponga un teléfono móvil en el bolsillo del protagonista. No un viejo aparato negro empotrado en una pared, sino un teléfono como los que existen hoy: con cobertura, con conexión a correo electrónico y chat, con saldo para enviar mensajes de texto y con la posibilidad de realizar llamadas internacionales cuatribanda…”

Bueno, estimados lectores, ha llegado el momento, aquí esta Florent- Claude, un personaje del siglo XXI, que además de llevar medicación antidepresiva en su bolsillo, lleva un moderno teléfono celular. Sin embargo, todavía para esa época, no debía llevar puesto un incómodo barbijo, ni contar con alcohol en gel en su morral ni permisos para circular.

La medicación antidepresiva, se incorpora casi decorativamente como un elemento facilitador que le permite a florent hacerse cargo de su deseo. De hecho, el libro lleva el nombre que justifica su participación. La tecnología también Houellebecq lo soluciona muy ingeniosamente, incluyendo una contingencia que sucede en las afueras de Normandía, Francia, lugar que en ocurre el desenlace de la historia, donde una tenue e ineficaz señal de Wifi en la parte más álgida de la trama, le impide dañar la ficción que nos quiere contar porque es cierto que resulta imposible imaginarse un personaje literario contemporáneo fuera de los avances tecnológicos. El autor además apela a características ermitañas de los personajes que invitan a imaginarlos no muy afectos a la tecnología, permitiendo que la trama siga su fascinante curso. Para darles una idea, la mujer amada con la que Florent quería reencontrarse después de muchos años, no debería haber tenido Instagram, ni Facebook, ni WhatsApp con foto de perfil, que le permitan despejar sus enigmas acerca de si ella había rehecho su vida amorosa, o habría tenido hijos, algo poco creíble para una persona experta en redes sociales que en instantes accede a lo que el otro quiere mostrar.

El personaje, refiriéndose al anhelado encuentro con ella, dice “había descartado por completo la solución de la llamada telefónica; había conservado mucho más tiempo la idea de una carta, las cartas personales son hoy tan poco habituales que siempre causan impacto…”

Mal o bien, Florent es una especie de héroe romántico que se juega por sus sentimientos y va en busca de su amada con el intento de reconquistarla. Ahora, que después de sortear las peripecias de su viaje se anime o no, es otra cuestión. Pero hasta ahí llega. Recorre Francia, la busca, (perdón por el spoileo), y la encuentra. A partir de aquí, los finales pueden ser muchos, dejo el espacio en blanco. Pero lo más trascendente es que, con su antidepresivo a cuestas, carga también en su equipaje a un deseo decidido, asumiendo el riesgo que esto implica en el plano del amor que se caracteriza por un permanente desencuentro.

Fíjense, todas las historias novelescas, románticas, tienen como principal hebra de la trama al desencuentro, a los amores contrariados, a las asimetrías entre amantes y amados que hacen que uno de los personajes se tenga que arriesgar, viajar, recorrer cielo y tierra, para saber “dónde está el otro” y que, por ahora, en la literatura solo se puede solucionar con personajes reticentes a las redes y malas señales de Internet. Eso permite que se pueda escribir una apasionante ficción.

Evadidos estos obstáculos, se me presenta el otro, más mortal, porque uno no pude dejar de preguntarse cómo serán a partir de ahora las nuevas tramas, las nuevas novelas, en la que los personajes se encontraran imposibilitados de concretar un encuentro, en la que un enamorado no podrá aunque muera de ganas, recorrer kilómetros y kilómetros para reencontrar a su amada, porque será detenido por controles sanitarios desamorados que le exigirán la posesión de permisos en los cuales nunca se contemplan excepciones para el amor, porque está decretado que si alguien debiera morir, sea de amor y no de Covid 19.

Y entonces se me ocurre pensar que tal vez haya que aliarse a los antiguos “enemigos”: mejorar la relación con la tecnología, la señal de wifi y rever los efectos de la medicación de quien la necesite, sólo para preservarnos de que esta pandemia no interrumpa la escritura de nuestras novelas, porque esto, en algún momento, va a terminar y allí deberemos sacarnos el móvil del bolsillo, las respuestas inmediatas, la anticipación de los finales y recorrer muchos kilómetros a riesgo de que el rechazo pueda ser uno de los posibles desenlaces. Pero lo habremos hecho y les puedo asegurar que, mal o bien, nadie podrá quitarnos lo bailado.

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Paula Martino

Paula Martino

Psicoanalista.

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