De alguna u otra manera, María Eugenia Vidal siempre se las arregla para ser noticia. En el verano, cuando ya nadie le auguraba sobrevida política tras su derrota lapidaria contra Axel Kicillof, sorprendió a todos con un novio nuevo que no solo atrajo a la prensa del corazón sino que la devolvió a las páginas políticas. El efecto Quique Sacco, con unas pocas fotos caminando de la mano por la playa, la reinstaló en la escena pública y le devolvió su lugar perdido en la interna PRO. Porque a la audiencia, claro, le encantan las historias de amor.
Ahora, "Heidi" lo hizo de nuevo. Sin querer, desde ya. Su flamante e inesperada condición de paciente asintomática de coronavirus -además del contagio de su pareja, que ya demostró ser más que un romance de verano- la coloca otra vez en una situación de centralidad mediática. Y otra vez por algo totalmente ajeno a la política en sí. Así como antes la lovestory con Sacco lograba la empatía de los potenciales votantes, ahora el drama de la enfermedad de moda refuerza y revalida ese vínculo que tanto le cuesta al resto de los cambiemitas, desde el hosco Mauricio hasta el aburrido Horacio. Ninguno de ellos, claro, tiene una vida de telenovela como la de Vidal.
Claro, primero María Eugenia debe curarse. Pero el Covid-19 sin duda la reposiciona. Su desafío viral es exprimirle el jugo a esta circunstancia fortuita. Sacar lo mejor de lo peor.
En el verano, cuando a partir del efecto Sacco los periodistas de esta revista charlábamos con otros integrantes del PRO sobre lo que se insinuaba como el resurgimiento de la ex gobernadora, varios de ellos se quejaban. "¿Por qué estamos hablando de Vidal?", se molestaban por lo bajo.
Hoy, esa pregunta vuelve a rondar sus cabezas.
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