Los escándalos varios de corrupción y usos abusivos del poder para beneficiar amigos y cofrades no es algo nuevo en la Argentina y muy probablemente habrá nuevos casos a futuro. Ese tipo de prácticas consisten en un uso patrimonialista del poder, como bien lo consideró Max Weber.
El patrimonialismo consiste en la apropiación y uso de los bienes públicos como si fueran privados. Así se puede nombrar a personas en agencias del Estado con la discrecionalidad que lo haría un privado en su empresa. Los ejemplos sobran. Corren y corren. Las tapas de diarios, los noticieros televisivos y los tuits ahora difunden hechos de este tipo una y otra vez.
En algunas reflexiones públicas asoma La Crónica, la avenida Tacna y Santiago, Carlitos, Zavalita, Wilson, no para preguntarse cuando se había jodido el Perú, sino la Argentina. Sin embargo, las cosas no parecieran ser tan lineales, donde habría un momento, un instante de quiebre.
Ya hemos mencionado a Juan Agustín García en alguna columna. Pensador argentino olvidado al que recurriremos otra vez para refrescarnos que lo nuevo es en gran parte viejo.
En uno de sus libros, “La ciudad indiana”, libro publicado en el año 1900, García describe las características de la política, la sociedad, la economía y la educación en la Buenos Aires colonial. Una economía “chica” limitada al ámbito de la ciudad y ni mucho más allá, daba enorme poder discrecional y arbitrario al funcionario de turno. Según García, “en el concepto colonial la sociedad política es una dependencia del soberano, su bien, su patrimonio, una fuente de riqueza a explotarse.”
Los puestos públicos de la administración intermedia se ofrecían al mejor postor. El número de funcionarios con capacidad decisoria variaba según la demanda. La retribución era recaudar impuestos y participar de modo directo o indirecto del contrabando. El horizonte es el cortoplacismo y la riqueza fácil, sin importar mucho el cómo.
Para García, “así desde sus orígenes el sistema financiero de la ciudad se caracteriza por el déficit; el administrativo por la imprevisión. Se administra en una forma infantil. Lo necesario cede siempre a lo superfluo. El gasto vano y decorativo, el despilfarro, es la idea madre, dominante en el proceso histórico de esta economía colonial. Antes de arreglar algún camino, cegar los pozos que imposibilitan el tránsito por las calles más centrales, atender cualquiera de las necesidades apremiantes no satisfechas, se pagan luminarias, toros y cañas, se atiende a la vanidad decorativa del Regimiento, que ocupa su puesto de honor en estas representaciones”.
La ley es un decorado. García remarca que “una legislación inadecuada, que violentaba las tendencias naturales del país, produjo como consecuencia forzosa la corrupción general. La podredumbre se inicia en las capas superiores. Desciende y se infiltra en toso el organismo social, corroyendo sus fuerzas más vivas. Las personas de elevada posición, los acaudalados, consiguen las concesiones, monopolios y privilegios cohechando a los funcionarios; los otros se arriesgan en el delito. Desde el alto empleado hasta el esclavo, todos viven en una atmósfera de mentiras, fraudes y cohechos. La sociedad se educa en el desprecio por la ley; idea tan dominante y arraigada que a poco de andar e transforma en sentimiento, se incorpora al porteño pervirtiendo su inteligencia y su moralidad”.
Para García, los impulsos de una sociedad colonial están latentes, adormecidos. Estallan y toman fuerza en los sucesos de quiebre: “en las épocas revolucionarias y de agitación social, resurgen con nuevos bríos esos sentimientos coloniales, y con la misma energía de antes, cambian momentáneamente los ideales, los gustos y las aspiraciones comunes”.
Vacunas, rutas, estadios, gas, petróleo, parecieran ser accidentes de coyuntura. La base geológica es de una dureza de cuarzo, topacio y corindón. Las herramientas para doblegar estas capas tan resistentes deben ser las adecuadas. Y llevará su tiempo.
Christian Schwarz. Dr. Sociología (UCA).Docente UCA, UNTREF, UCES.
por Christian Schwarz
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