Thursday 18 de April, 2024

OPINIóN | 10-06-2023 09:31

La sonrisa del dragón

El último viaje de Massa y su comitiva a China replantea el alineamiento internacional de la Argentina. Los acuerdos con Xi Jinping y el frío de EEUU.

Hace casi veinte años, el entonces presidente Néstor Kirchner anunció que China estaba por invertir tanta plata en el país que en adelante habría que colgar un retrato suyo al lado de aquel del Libertador José de San Martín en todos los despachos oficiales. Aunque el torrente de dinero que Néstor esperaba conseguir nunca se materializó, lo que presuntamente tenía en mente distaba de ser insensato.

Como muchos otros, el fundador de la dinastía K entendía que la expansión económica de China modificaría drásticamente el mapa geopolítico del mundo e intuía que a la Argentina le convendría vincularse cuanto antes con la eventual superpotencia de mañana, emulando así a San Martín que despejó el camino para que el país tuviera una relación estrecha y beneficiosa, que duraría más de un siglo, con el Imperio Británico.  Puede que Sergio Massa, con lo de “Argenchina” cuya aparición festejó, haya fantaseado con asegurarse un lugar igualmente destacado en el panteón nacional.

De resultar ciertas las previsiones de los convencidos de que el futuro se escribirá en chino mandarín, ni el gobierno actual ni sus sucesores inmediatos podrían darse el lujo de minimizar el significado del cambio así supuesto. Después de la Segunda Guerra Mundial, el presidente Juan Domingo Perón, cometió un error garrafal al oponerse frontalmente a la hegemonía patente de Estados Unidos que creía sería pasajera. Andando el tiempo, procuraría reconciliarse con el cada vez más imponente “Coloso del Norte”, pero ya era demasiado tarde. Desgraciadamente para el país, la resistencia inicial del general a reconocer que el orden mundial basado en el poder de Estados Unidos duraría por mucho tiempo, lo hizo consolidar el modelo socioeconómico que está desintegrándose ante nuestros ojos, con consecuencias terribles para la mayor parte de la población.

Sea como fuere, mientras que en 1946 era razonable suponer que países de cultura occidental continuarían desempeñando un papel rector en el mundo, puesto que tanto Estados Unidos como su principal rival, la Unión Soviética, se habían inspirado en ideas netamente europeas, la situación actual es muy diferente. Aunque la elite china ha adoptado una versión sui géneris del marxismo, su forma de pensar debe mucho a sus propias tradiciones, en especial a las confucianas, de suerte que para los demás es aún más difícil entender lo que los motiva de lo que era para los “kremlinólogos” que intentaban descifrar lo que ocurría en el seno del régimen soviético.

El cada vez más autocrático presidente chino Xi Jinping y quienes lo rodean son nacionalistas. Sienten orgullo por lo logrado a través de los milenios por la gran civilización china que, no lo olvidemos, en distintas épocas era por mucho la más próspera e intelectualmente más sofisticada del mundo. Desde su punto de vista, sería natural que China retomara su lugar en el ápice de un orden internacional jerárquico en que los demás pueblos ocuparían puestos más humildes.

Hasta hace poco, China disfrutaba de una relación mutuamente beneficiosa con Estados Unidos en que, a cambio de encargarse de la producción de bienes de consumo y de tal modo ayudar a reducir el costo de vida de los norteamericanos, aprovechaba las ventajas comerciales y tecnológicas que les brindaba el orden mundial regenteado por Washington. Sin embargo, al darse cuenta los norteamericanos de que, con su ayuda, China estaba erigiéndose en una superpotencia rival que se guiaría por valores que les son radicalmente ajenos, llegaron a la conclusión de que habían sido víctimas de una gran estafa. Con todo, si bien quisieran “desacoplarse” de China con la esperanza de frenar su desarrollo económico privándola de acceso al mercado norteamericano, no les será nada sencillo hacerlo sin poner fin a la globalización y de tal manera provocar una gravísima crisis económica mundial que a buen seguro los perjudicaría.

Frente a China, Joe Biden ha resultado ser aún más agresivo que Donald Trump. En Washington, los jefes militares están preparándose anímicamente para una eventual guerra en defensa de la independencia de Taiwán que, para Pekín, es sólo una provincia rebelde que tarde o temprano tendrá que ser reincorporada a la Madre Patria, una guerra que, de acuerdo común, sería una catástrofe aún mayor que la provocada por la invasión de Ucrania por el ejército de Vladimir Putin. Sin embargo, aun cuando los dos gigantes opten por seguir compitiendo de manera pacífica, ambos harán cuanto puedan por aumentar el poder económico, tecnológico y diplomático propio en desmedro de aquel de su contrincante, lo que ya ha comenzado a plantear problemas a los muchos países, entre ellos la Argentina, que quisieran sacar provecho de la “guerra fría” que se ha desatado.

Tanto Estados Unidos como China cuentan con ventajas y desventajas. El sistema político norteamericano a veces parece ser tan disfuncional como el argentino, mientras que la dictadura china tiene forzosamente que privilegiar los intereses de una elite que se cree sin más alternativa que la de tratar de controlar hasta los pensamientos del resto de la población, La legitimidad del régimen depende de un pacto informal según el cual su derecho a gobernar se basa en el éxito innegable de su estrategia económica, lo que entraña el riesgo de que una recesión, o las secuelas del colapso demográfico que ya está incidiendo en la vida del país, darían lugar a disturbios inmanejables.

Por ahora cuando menos, Estados Unidos está tecnológicamente más avanzado que China, pero Xi y quienes lo rodean confían en que el empleo sistemático de la Inteligencia Artificial le permitirá adelantarse. En este terreno, cuentan con la ayuda de “progresistas” norteamericanos que están resueltos a subordinar todo, comenzando con la calidad académica, a la “equidad” racial y sexual, una obsesión que ya está teniendo un impacto muy negativo en las facultades científicas de Harvard y otras universidades aún muy prestigiosas.

Si China tiene una carta de triunfo en la lucha por superar a Estados Unidos en la carrera tecnológica, es la voluntad de esforzarse, es decir, “la cultura de trabajo”, de los integrantes más talentosos de su población. Como acaba de recordarnos Máximo Kirchner que, para extrañeza de muchos, acompañó a Massa en su expedición a los dominios de Xi en busca de dinero fresco, “es admirable lo que hizo China” en el ámbito de la enseñanza.

No se equivocó el jefe de La Cámpora, pero olvidó señalar que el sistema educativo chino se destaca por su rigor extremo. A diferencia de lo que es habitual en la Argentina, el país del “ingreso irrestricto” y de la mentalidad facilista correspondiente, en China los jóvenes que quieren ir a una universidad tienen que superar el temible Gaokao, una prueba que figura entre las más exigentes y competitivas del mundo entero.

Para prepararse, es normal que, durante años, millones de adolescentes chinos, cuidadosamente vigilados por sus padres, estudien al menos diez horas todos los días. Si por algún motivo los docentes se declararan en huelga, serían linchados por sus vecinos o, si tuvieran suerte, enviados a un campo de reeducación en alguna región remota, ya que incluso los contrarios al régimen comunista comparten la fe más que milenaria de los chinos en la meritocracia. De más está decir que sería maravilloso que Máximo, impresionado por un sistema educativo que ha contribuido enormemente a la transformación sumamente rápida de China de un país paupérrimo en una gran potencia económica, ordenara a la gente de La Cámpora militar para que la Argentina lo adoptara, pero la posibilidad de que lo hiciera es virtualmente nula.

Según Massa y otros oficialistas, los chinos estarán dispuestos a ayudar financieramente a “Argenchina” con “swaps” ampliados, yuanes y así por el estilo sin pedirle nada a cambio. Dicen que no son como los técnicos pedantescos del Fondo Monetario Internacional que, por razones incomprensibles, quieren que el gobierno preste más atención a los números. Es una ilusión.  Si bien es cierto que en ocasiones el régimen chino aplica criterios que son más geopolíticos que económicos cuando le interesa relacionarse con países en apuros, nunca vacila en aprovechar su capacidad para presionar a los endeudados para que lo apoyen en el escenario mundial, además de obligarlos a hacer concesiones que son lesivas a la soberanía nacional.

Lejos de ser un acreedor blando, como uno de los integrantes principales del FMI, China ha adoptado posturas tan severas como las de Alemania y Japón que están entre los más reacios a continuar aportando al “plan llegar” de Massa por entender que aprobarlo sería contraproducente no sólo para la Argentina sino también para el sistema financiero mundial.

Si resulta que tengan razón quienes prevén que China desempeñe un papel internacional preponderante en los años que vienen, no manifestará mucha simpatía por países que parecen incapaces de mantenerse solventes. Los chinos no se sienten abrumados por “la culpa post-imperial” que aflige a los europeos y, hasta cierto punto, los norteamericanos. Tampoco se sentirán conmovidos por la pobreza extrema en otras partes del mundo; después de todo, tienen derecho a decir que, para superarlo, les bastaría con hacer lo que, a partir de 1979, ha hecho su propio gobierno. Se trataría de una propuesta que, claro está, no motivaría mucho entusiasmo en las filas de kirchnerismo.

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James Neilson

James Neilson

Former editor of the Buenos Aires Herald (1979-1986).

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