Thursday 5 de December, 2024

OPINIóN | 15-11-2023 17:50

Las elecciones más temidas

Por qué el ballotage es como elegir entre Atila el Huno y Genghis Kan. La teoría del mal menor y la Argentina que viene.

Aunque la Argentina sigue siendo muy rica en talento humano, nadie negaría que en la actualidad muchos que se dedican a la política no se destacan por su sabiduría, su capacidad administrativa o, claro está, por su honestidad personal. Es por lo tanto comprensible que tantos hayan llegado a la conclusión de que, en este ámbito tan importante para la vida de la gente, los peores se las han arreglado para marginar a los mejores para formar una meritocracia al revés, una “kakistocracia”, de ahí el éxito fulminante de la prédica en contra de “la casta”.

Una consecuencia del desprestigio de la política ha sido que, luego de un larguísimo proceso electoral, la ciudadanía tiene que optar entre Javier Milei y Sergio Massa, o sea, entre un improvisado que es cómicamente excéntrico y un hombre que se ha hecho célebre por su oportunismo serial, de tal modo creando una situación que motiva angustia aquí y asombro en otras latitudes, donde las extravagancias argentinas provocan risas.

Nadie ignora que, para salir del desierto inhóspito en que el país está vagando desde hace décadas, necesitaría contar con un gobierno realmente excepcional. ¿Lo tendrá?  Acaso exageren quienes hablan de lo repugnante que les es verse obligados a elegir entre Atila el Huno y Genghis Kan o dos figuras igualmente escalofriantes, pero muchos comparten el sentimiento así expresado. Si votan, lo harán para impedir que el que más repudian se adueñe de la presidencia, no porque confían en que uno sea el indicado para ocuparla.

Aquel debate penoso del domingo sólo sirvió para confirmar que Milei no se ha preparado para gobernar un país que a menudo parece resuelto a suicidarse y que Massa, el profesional de la política, está más que dispuesto a bombardear a sus adversarios con chicanas, carpetazos y cualquier otro misil que encuentre a mano. Si bien fue evidente que Massa ganó la reyerta verbal que tuvo lugar en la Facultad de Derecho de la UBA, es posible que le cuesten votos su afición al “bullying” y su intento de hacer pensar que en verdad no ha sido el ministro de Economía de la Argentina sino de Noruega o Qatar y que sabe muy bien resolver los problemas angustiantes que él mismo ha agravado mucho en el transcurso de su gestión. Veremos.  

Por desgracia, la voluntad popular es una cosa y la realidad otra muy distinta. Quién se encargue de la presidencia una vez terminados los trámites de rigor, se verá frente a un tsunami inflacionario que propenderá a cobrar cada vez más fuerza, un Banco Central sin nada valioso en las bóvedas, una reputación internacional terrible, el desempleo en aumento y lo que queda del sector productivo en vías de paralizarse por falta de los insumos que tiene que importar.

¿Qué hará el elegido? A juzgar por lo que dicen, ni Milei ni Massa tienen la menor idea acerca de lo que les convendría hacer; prefieren saltar por encima del corto plazo para concentrarse en lo que harían años más tarde si para entonces el país dispone de recursos suficientes como para permitirles poner en marcha sus programas respectivos. Suena muy bien aludir a un borrón y cuenta nueva que revierta los resultados de un siglo de decadencia, como hace Milei, o, en el caso de Massa, de lo positivo que sería que el gobierno emprendiera un sinnúmero de medidas concretas destinadas a ayudar a los rezagados, pero por ahora son palabras, nada más.

Aunque a primera vista parecería que la alternativa ante el electorado difícilmente podría ser más nítida, ya que por un lado está un profeta híper liberal y por el otro un representante cabal de “la casta” populista y estatista, son tales las circunstancias que, en términos prácticos, un gobierno encabezado por Milei, digamos, podría resultar ser muy similar a uno de Massa, o viceversa. Es que, para sobrevivir en el cargo, el próximo presidente precisará tener el apoyo de muchos integrantes del “círculo rojo” oligárquico, empresario, sindical y político, es decir, del viejo régimen.

Por extraño que parezca, hay señales de que está consolidándose un consenso en el sentido de que lo que necesita el país es mucho más capitalismo de verdad, no menos como quisieran los adherentes al viejo orden corporativo, para que, además de hacerse internacionalmente competitivo, pueda proporcionar a sus habitantes un nivel aceptable de bienestar.  No hay que olvidar que Massa inició su carrera política en la Ucedé de Álvaro Alsogaray y que a través de los años ha cultivado sus relaciones personales con influyentes hombres de negocios norteamericanos. A juicio de quienes no querían que fuera el candidato presidencial del “espacio” kirchnerista, es un derechista.

Mientras que Milei ya se ha aliado con Mauricio Macri, Patricia Bullrich, cuadros del Pro que les responden y algunos radicales que le perdonan los muchos insultos dirigidos a sus prohombres, Massa, como Horacio Rodríguez Larreta antes de ser eliminado de la carrera, se propone formar un gobierno de unidad nacional en que, insinúa, el encargado de rehacer la economía podría proceder de Juntos por el Cambio.

Aun cuando Massa sea un partidario instintivo del congénitamente corrupto “capitalismo de los amigos” y en el debate defendiera con fervor el proteccionismo, parece ser consciente de lo ventajoso que le sería si resultara elegido procurar respetar las reglas vigentes en los países más prósperos del mundo occidental. Después de todo, si bien el futuro de la Argentina dependerá principalmente de lo que hagan sus propios gobernantes, sería un grave error de parte del eventual presidente minimizar la importancia del papel que podría desempeñar la buena voluntad ajena.

El rol del Fondo Monetario Internacional en el drama argentino es ambiguo; figura como el presunto culpable de todas las medidas gubernamentales antipáticas sin dejar de ser una fuente imprescindible de fondos, lo que ocasiona roces casi diarios. Así y todo, continuará constituyendo el nexo principal entre el país y los centros económicos del mundo.  Felizmente para el sucesor de Alberto, a pesar de la presión de países ahorrativos como el Japón y Alemania y la hostilidad manifiesta de muchos kirchneristas, el organismo no quiere lavarse las manos de la Argentina por entender que la eventual implosión de la economía nacional tendría repercusiones muy negativas en el resto del planeta.

Es por tal razón que la extrema debilidad del país podría resultarle beneficioso en un momento de graves trastornos internacionales ocasionados por la ofensiva que han desatado los regímenes dictatoriales de Rusia e Irán, con el respaldo cauteloso del Partido Comunista Chino. Para Estados Unidos y sus aliados, la Argentina dista de ser una prioridad, pero hoy en día estarían más dispuestos a esforzarse por rescatarla de un desastre atribuible a un orden político interno disfuncional de lo que hubieran estado algunos años atrás, cuando, antes de la invasión de Ucrania y el zarpazo feroz de la organización islamista Hamas contra Israel, el panorama mundial les parecía más promisorio.

Aunque no cabe duda alguna de que Milei y sus socios macristas quieren romper cuanto antes con el pasado kirchnerista, Massa se ha visto constreñido a obrar de forma menos explícito. Con todo, ya insiste públicamente en que no es Cristina y, al subrayar su deseo de liderar un gobierno “de unidad nacional”, da a entender que se ha alejado de una secta que repudian no sólo quienes militan en agrupaciones declaradamente opositoras sino también muchos peronistas. ¿Son sinceras sus afirmaciones en tal sentido? Aunque nadie lo acusaría de ser fiel a sus propias palabras, es un hombre tan ambicioso que no se le ocurriría resignarse a ser manipulado por una “jefa” en las sombras.  Es de prever que, no bien los kirchneristas dejen de serle útiles, Massa por fin barrerá con “los ñoquis de La Cámpora” y, desde luego, con Cristina.

Mal que a muchos les pese, al elegido, o condenado, a tratar de gobernar un país que corre el riesgo de hundirse le será necesario atribuir casi todos los problemas a sus antecesores. Es lo que hicieron los kirchneristas con lo de “ah, pero Macri”. Milei ya tiene una lista muy larga de culpables: Yrigoyen, Alfonsín, el “maligno” Papa Francisco, los comunistas, los socialistas, los kirchneristas y virtualmente todos los demás políticos habidos y por haber.

Aunque es de suponer que Massa procurará mantener la tradición de ensañarse con el expresidente Macri por ser cuestión de un enemigo personal, entenderá que hacerlo ha perdido eficacia. No sorprendería, pues, que, una vez firmemente atornillado al mítico “sillón de Rivadavia”, hiciera de Cristina y sus adláteres los chivos expiatorios de la gran hecatombe nacional. Sucede que, en circunstancias como las actuales, la unidad buscada tiene sus límites. Por comisión u omisión, muchos aportaron a la tragedia que el país está viviendo, pero algunos, comenzando con los miembros del gobierno actual que, lo reconozca o no el ministro candidato, lo incluye, aportaron la mayor parte, razón por la que tendría que distanciarse lo más posible de quienes habrán sido sus compañeros hasta la noche del domingo, ya que, aun cuando perdiera frente a Milei, la remontada electoral memorable que ha protagonizado en circunstancias muy adversas debería asegurarle el derecho a ser considerado el jefe natural del movimiento peronista y sus muchos satélites.

 

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James Neilson

James Neilson

Former editor of the Buenos Aires Herald (1979-1986).

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