Monday 6 de May, 2024

OPINIóN | 28-10-2023 11:00

En el reino de los ilusos

Las razones de la remontada de Massa y cómo sigue el duelo con Milei. Juntos por el Cambio, quebrado.

A veces, es mucho mejor perder una elección de lo que es ganarla. No es necesario ser un agorero para prever que el sucesor de Alberto Fernández se vea frente a una serie de desafíos que serán decididamente más explosivos que los que truncaron las gestiones presidenciales de Raúl Alfonsín, Fernando de la Rúa y Eduardo Duhalde; la Argentina que intentará gobernar es un volcán humeante en que las expectativas mínimas de la mayoría exceden por mucho la capacidad del país para satisfacerlas.

¿Podrá mantener la paz social Sergio Massa o, si consigue derrotarlo en el balotaje, Javier Milei? No hay muchos motivos para confiar en cualquiera de los dos. Por el contrario, todo hace pensar que, por astuto y audaz que sea el peronista todoterreno, no tardaría en verse desbordado por el desastre descomunal que él mismo ha agravado hipotecando la economía nacional para financiar su campaña proselitista, mientras que al libertario le aguardarían algunas semanas de caos que culminarían con su caída. En ambos casos, el país necesitaría contar con una alternativa democrática factible que, luego de celebrarse elecciones de emergencia, estaría en condiciones de restaurar cierto orden.

 ¿La tendría? Abrumados por el golpe, tan feroz como imprevisto, que el electorado les asestó el domingo pasado, los líderes de Juntos por el Cambio aún son reacios a reconocer que, por ser tan malas las perspectivas ante la economía nacional y lo tremendamente difícil que será modificarlas, la derrota que acaban de sufrir podría convenirles. Por cierto, de haber triunfado Patricia Bullrich, le hubiera esperado una ordalía brutal a la que le hubiera costado sobrevivir; como acaban de recordarnos los resultados de la primera vuelta electoral, la mayoría sigue negándose a reconocer la extrema gravedad de la situación en que se encuentra el país. Parece creer que algunos retoques indoloros le permitirían recuperarse de sus heridas.

En diciembre, el ganador de la lucha entre Massa y Milei se verá a cargo de una crisis que amenaza con adquirir dimensiones apocalípticas. Es lo que sucederá si la tasa de inflación, que ya es altísima, desemboca en una marejada hiperinflacionaria, y si se paran las muchas empresas que, sin los insumos importados que requieren, no podrán seguir produciendo bienes. De ocurrir lo que a esta altura parece inevitable, el grueso de la población aun solvente que está conformado por sectores de la clase media que hasta ahora se han mantenido a flote, se verá depositado en la pobreza. Lo mismo que aquellos kirchneristas que, convencidos de que Massa perdería, estaban preparándose para replegarse a cuarteles de invierno en sus reductos bonaerenses a la espera de una oportunidad para sacar provecho del caos que vaticinaban, de mantenerse intacto, Juntos por el Cambio podría ofrecerle al país una alternativa relativamente racional al gobierno que pronto iniciará su gestión; si está encabezado por Massa, será congénitamente débil porque debería su existencia menos a sus propios méritos que a la fragmentación de la mayoría que no comulga con el peronismo.

Massa lo entiende muy bien. Lejos del triunfalismo sectario que se apoderó de quienes lo aplaudían luego de enterarse de la victoria parcial que había conseguido, reaccionó frente a lo que, dadas las circunstancias, fue toda una hazaña subrayando su voluntad de liderar un “gobierno de unidad nacional”, es decir, uno en que radicales, afiliados del Pro y libertarios compartirían la responsabilidad por lo que se verá obligado a hacer para salvar al país de un tsunami hiperinflacionario realmente devastador que, entre otras desgracias, podría desatar disturbios callejeros masivos.

Massa sabe que, si bien el 36,4 por ciento de los votos que obtuvo le bastaba para distanciarse de Milei y humillar a Bullrich, fue llamativamente inferior al más de 48 por ciento que cosechó Alberto cuatro años antes. De no haberse dividido la oposición, los peronistas ya estarían tratándolo como un “mariscal de la derrota”. 

Que el ministro de Economía se haya convertido en favorito para alzarse con la presidencia le plantea un dilema nada sencillo. Aunque el éxito provisorio que se anotó el domingo puede atribuirse en parte a las dudas suscitadas por las características personales extravagantes de Milei y a la incapacidad de Bullrich de recuperarse anímicamente del revés que le significó no haber arrasado en las PASO, también incidió mucho el costosísimo “plan platita” que emprendió a fin de convencer al electorado de que, gracias a su generosidad y su presunta voluntad de defender el régimen de subsidios que se ha  instalado, no experimentará más penurias.

De más está decir que tendrá consecuencias poco felices la decisión del ministro y candidato presidencial de hacer de la economía una gigantesca caja electoral. Si bien desde el punto de vista de quienes apostaban a que, dentro de poco, el país fuera gobernado por “la derecha” encarnada por Bullrich o Milei, la estrategia así supuesta tenía cierta lógica perversa, desde aquel de un político que esperaba mudarse pronto a la Casa Rosada era, por decirlo de algún modo, un tanto miope. Tal y como están las cosas, Massa estaría por caer en la trampa que se las ha arreglado para tender. Es lo que sucederá si, una vez consagrado como presidente, se pone a ajustar y, entre otras cosas, permite que se aumenten los costos para los usuarios del transporte para que los boletos sean aún más caros que los que, en una maniobra propagandística muy eficaz, atribuyó a sus dos rivales.

Aunque es de prever que Massa culpe al Fondo Monetario Internacional por el ajuste que se verá obligado a emprender, dando a entender que si no fuera por las presiones del organismo no sería preciso ajustar nada, comprenderá muy bien que la lamentable realidad económica no le dejará más opción que la de reducir drásticamente el gasto público.

Si bien Massa continuará repartiendo dádivas entre quienes podrían suministrarle votos hasta el 19 de noviembre, el día fijado para el balotaje, e incluso, para ahorrarse problemas prematuros en el caso de que gane la contienda, el 10 de diciembre, todos los economistas profesionales coinciden en que no le será dado prolongar la fiesta modesta que el Estado está financiando por mucho tiempo más. Mal que les pese a aquellos que se han convencido de que la austeridad es un vicio neoliberal, el voluntarismo populista tiene sus límites. Por mucho que le desagrade a Massa, el gobierno que se propone formar tendrá que optar entre aplicar un ajuste sumamente severo y resignarse a que los mercados se encarguen de poner las cosas en su lugar, lo que equivaldría a confesarse impotente. Puede que la campaña del tigrense adoptivo haya sido una auténtica obra de arte pero, por basarse en la ficción de que el gobierno esté en condiciones de continuar beneficiando a todos los carenciados, no habrá forma de sostenerla indefinidamente.

Mucho dependerá de lo que suceda en las semanas próximas. Si quienes apoyaron en las urnas a Bullrich y el cordobés Juan Schiaretti, cuyo buen desempeño sirvió para eliminar de la carrera a la candidata de Juntos por el Cambio, privilegian su hostilidad hacia el kirchnerismo y por tal motivo deciden votar a Milei por considerarlo el mal menor, el libertario aún podría triunfar. Sin embargo, para hacerlo tendría que seducir a personas a las que hasta ayer nomás ha ido tratando con desdén insultante. Con Bullrich ya se perdonaron.

Al darse cuenta de que en la primera vuelta no había logrado mejorar su performance en las PASO, Milei felicitó a Jorge Macri por haber rozado el 50 por ciento en la Capital Federal y a Rogelio Frigerio por ganar en Entre Ríos, pero tales manifestaciones de aprecio no habrán impresionado a los de Juntos por el Cambio que ya están soñando con verse convocados para integrar el “gobierno de unidad nacional” propuesto por Massa -uno parecido al imaginado por Horacio Rodríguez Larreta cuando aún estaba en carrera-, y que se esforzarán por influir en la actitud de quienes los habían respaldado el domingo pasado. Aun cuando haya radicales que nunca votarían a Massa, tampoco habrá muchos que estén dispuestos a hacerlo a Milei, y lo mismo sucederá con católicos que se sienten molestos por los ataques virulentos a Jorge Bergoglio del libertario y sus acompañantes más locuaces. No extrañaría, pues, que el 19 de noviembre haya un récord histórico de abstenciones y votos en blanco. 

De todos modos, para Cristina y sus incondicionales, el que, a pesar de haber ayudado a provocar una debacle económica que ha tenido un impacto terrible en la vida de muchos millones de familias, Massa podría conquistar la presidencia de la República, es un problema mayúsculo. Son plenamente conscientes de que el hombre no tiene nada en común con Alberto y que les sería peor que inútil procurar hacer de él un títere obediente. En los meses últimos, Massa se ha alejado del kirchnerismo por entender que no sería de su interés que el electorado lo tomara por su representante. Ya le es rutinario hablar como si nunca formara parte el gobierno actual y que había aceptado ser ministro de Economía por razones exclusivamente patrióticas, lo que, por absurdo que parezca, le ha permitido brindar la impresión de ser un recién llegado a la política que está tan resuelto como el que más a romper con un pasado sobrecargado de frustraciones.   

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James Neilson

James Neilson

Former editor of the Buenos Aires Herald (1979-1986).

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