Saturday 12 de April, 2025

OPINIóN | 05-04-2025 08:19

Mantenerse a flote en un mar tumultuoso

La inestabilidad financiera de estos días en la Argentina se ve agravada por las tensiones mundiales. El papel de Donald Trump.

Puede que a Javier Milei le sea beneficioso figurar como el mejor amigo extranjero de Donald Trump, pero aun cuando su relación personal con el impulsivo presidente norteamericano signifique que la Argentina no se vea incluida entre los blancos principales de los misiles tarifarios que “el hombre más poderoso del mundo” está disparando en todas las direcciones, al país no le conviene en absoluto el nerviosismo que ya ha provocado en los mercados internacionales.

Como siempre sucede cuando impera la incertidumbre, los grandes inversores están alejándose de lugares inseguros como la Argentina, cuyo prontuario en dicho ámbito es inigualable, razón por la que el índice riesgo país está regresando a los niveles de varios meses atrás. Por desgracia, no hay demasiados motivos para suponer que el clima mejore en los meses venideros. Mal que les pese no sólo a Milei sino también a muchos otros que están mirando lo que está ocurriendo con preocupación, todo hace pensar que, hasta nuevo aviso, seguirán soplando vientos adversos muy fuertes para virtualmente todos, pero en especial para países con economías frágiles.

Las dificultades en el frente externo que no pueden sino incidir en la gestión de Milei se ven acompañadas por otras que están surgiendo en el interno, donde su propensión a cometer errores no forzados está suministrando municiones a los defensores más rabiosos del “modelo” corporativo que está procurando desmantelar.  Para más señas, si bien parecería que, en términos generales, la macroeconomía está funcionando de manera adecuada, al Gobierno no le está resultando del todo fácil tranquilizar a los convencidos de que, una vez más, el peso está sobrevaluado y que, más temprano que tarde, será necesario dejar que el mercado determine la tasa de cambio. ¿Sería traumática una devaluación? Aunque nadie sabe la respuesta a dicho interrogante, es evidente que tanto Milei como el ministro de Economía, Luis Caputo, creen que una provocaría un salto inflacionario que les costaría apoyo electoral, y que por lo tanto quieren demorarla hasta después del 26 de octubre, pero no hay garantía alguna de que los mercados, tan impacientes ellos, les permitan hacerlo.

Es posible que Milei, que no teme obrar con gran rapidez cuando las circunstancias lo exigen, resulte ser un buen piloto de tormentas, pero para mantener a flote el barco nacional en que todos estamos viajando, tendrá que refaccionarlo. Se trata de una tarea que ha emprendido con un grado de entusiasmo que alarma a los técnicos del Fondo Monetario Internacional que, acostumbrados como están a que los líderes de los países que conforman su clientela los acusen de ser criminales resueltos a hambrear a la gente honesta, parecen sentirse incómodos frente a uno que se enorgullece de su ultraliberalismo. Sea como fuere, se sabe que el FMI está presionando a Milei y Caputo para que pongan fin cuanto antes al cepo que, a su juicio, está obstaculizando las inversiones que el país claramente necesita para estimular las partes productivas de la economía. Llamar a los economistas locales que piensan así “mandriles” o “econochantas”, hace sospechar que el Presidente sabe muy bien que tienen razón pero que, por motivos que son más políticos que económicos, prefiere pasar por alto sus advertencias.

En distintos momentos del pasado, los planes del gobierno de turno se han visto duramente afectados por devaluaciones imprevistas no sólo en países latinoamericanos como México y Brasil sino también en otros lejanos como Turquía. Tal y como están perfilándose las cosas, pronto habrá crisis cambiarias graves en docenas de países merced a la voluntad de Trump de aprovechar políticamente la fortaleza relativa de la inmensa economía norteamericana para atacar sin remordimientos a vecinos como Canadá y México, aliados tradicionales en Europa y otros que, en su opinión, no le muestran el respeto debido.

Si bien Trump confía en que Estados Unidos salga ileso de los muchos conflictos que está desatando y que, gracias a su belicosidad, empresas manufactureras que tienen fábricas en China, México y otros países en que la mano de obra cuesta poco opten por repatriarlas. Algunas ya han empezado a hacerlo, pero es de prever que los aranceles y otras medidas que está aplicando el gobierno del “hombre naranja” tengan un impacto sumamente negativo en el costo de vida norteamericano, lo que lo perjudicaría en las próximas elecciones legislativas. Es que en ambas cámaras, los republicanos tienen una mayoría muy exigua y sí, como suele suceder, el oficialismo pierde algunos escaños en las elecciones de medio mandato, a partir de noviembre del año que viene la oposición demócrata estaría en condiciones de frustrar a quien está procurando llevar a cabo una especie de revolución -sus críticos dirían una contrarrevolución- que devuelva a Estados Unidos “la grandeza” de otros tiempos. Así las cosas, tiene buenos motivos para apurarse.

Si Trump tiene éxito y, como resultado de sus esfuerzos, el resto del mundo se ve constreñido a pagar tributo a la superpotencia, enriqueciéndola aún más, todos los demás países sufrirán. ¿Y si fracasa? De tener razón los pesimistas de los que hay cada vez más, en tal caso Estados Unidos correría el riesgo de convertirse en el epicentro de un terremoto económico mundial tan destructivo como la Gran Depresión de hace un siglo que, además de empobrecer a centenares de millones de personas a lo ancho y lo largo del planeta, tuvo un sinfín de consecuencias políticas nefastas al brindar oportunidades a los totalitarios de derecha e izquierda que en aquel entonces abundaban en todas partes. Será por temor a que algo parecido nos aguarde en el futuro próximo que los líderes de la Unión Europea acaban de pedir que cada uno se prepare para sobrevivir a una situación catastrófica ocasionada por una guerra convencional, como la de Ucrania, un ciberataque que paralice todas las redes eléctricas y las comunicaciones de que tanto depende u otra calamidad equiparable. 

Trump se cree un negociador genial. Basándose en su experiencia como magnate de bienes raíces, da por descontado que el dinero es un arma tan potente como las que están en manos de las fuerzas armadas. No ha vacilado en insinuar que la usará para obligar a Dinamarca a entregarle la isla autónoma de Groenlandia que, afirma, es de tanta importancia estratégica que Estados Unidos la precisa para la guerra fría que está librando contra Rusia y China. También tiene los ojos puestos en Canadá; con frecuencia, dice que sería del interés de sus habitantes vivir en el Estado número 51 de la Unión y que, si insisten en negarse a reconocerlo, estaría dispuesto a depauperarlos, bombardeando la economía de su país con aranceles punitivos, hasta que cambien de actitud. ¿Habla en serio? Por un rato, los canadienses tomaban lo que decía por un chiste de muy mal gusto que repetía con el propósito de sacar de sus casillas al premier woke Justin Trudeau, que pronto renunciaría, pero si bien persisten dudas en cuanto a sus intenciones reales, el grueso de la población ha reaccionado adoptando una postura resueltamente nacionalista.

Algo similar está ocurriendo en Europa. Trump y el vicepresidente J. D. Vance raramente dejan pasar una oportunidad para llamar atención al desdén que sienten por los europeos. Los tratan como parásitos ingratos que durante décadas han estafado a sus protectores norteamericanos. A juicio de Vance, ni siquiera respetan los valores democráticos, ya que los gobiernos no vacilan en tomar medidas para perjudicar a dirigentes políticos que los medios califican de derechistas o populistas, y son tan contrarios a la libertad de expresión que en algunos países, comenzando con el Reino Unido, son capaces de detener a quienes se mofan de las piedades progresistas en boga, en especial las que tienen que ver con transgéneros, el islam y otros temas que motivan polémicas no sólo en el Viejo Continente sino también en los círculos académicos norteamericanos.

Desde el punto de vista de Trump y Vance, Europa ha sido víctima de las mismas fuerzas que en su opinión han causado muchísimo daño en Estados Unidos,  pero mientras que, gracias a ellos, su propio país está recuperándose del mal, los de Europa, con la eventual  excepción de Hungría y, tal vez, Polonia, están moribundos. ¿Exageran? Si uno toma en cuenta las tendencias demográficas, los norteamericanos podrían estar en lo cierto. A menos que los europeos pronto comiencen a reproducirse como hacían sus bisabuelos y. mientras tanto, frenen “la invasión” de inmigrantes indocumentados, como está haciendo Estados Unidos, no tardarán en verse remplazados por personas procedentes de África y el Oriente Medio de costumbres y creencias que son radicalmente distintas. No es cuestión de una eventualidad poco probable que podría ocurrir en el futuro remoto sino de lo que a buen seguro sucedería antes de que sean ancianos aquellos europeos que aún son jóvenes.  Con tal que Vance, de 40 años, alcance la edad de Trump, que tiene 78, verá si el destino de Europa sea tan triste como pronostica o si, para sorpresa de muchos, sus habitantes se las arreglan para superar los problemas sociales y culturales que los están afligiendo, problemas, como los supuestos por la caída abrupta de la tasa de natalidad, que están comenzando a afectar a la Argentina también.

También te puede interesar

Galería de imágenes

En esta Nota

James Neilson

James Neilson

Former editor of the Buenos Aires Herald (1979-1986).

Comentarios