Tuesday 1 de April, 2025

OPINIóN | 27-03-2025 19:25

El país de los contrastes insuperables

La guerra de relatos entre Milei y el kirchnerismo sigue ensanchando la grieta. El revisionsismo interesado de los años 70.

Cuando de la política se trata, Javier Milei y Cristina Kirchner se asemejan. Son maniqueos. Les encantan las dicotomías drásticas. Ambos quieren figurar como líderes del bien en una lucha cósmica que está librando contra el mal que ven encarnado en el otro. Aunque sus idearios respectivos son muy distintos, los dos tienen mucho en común: el egocentrismo extremo, el dogmatismo a menudo arbitrario, el desdén por la libertad de expresión, la tendencia a satanizar a los adversarios y cubrirlos de epítetos hirientes.

No sorprende, pues, que el diálogo a través de las redes que ha entablado el dúo -si bien parecería que la estrella de Cristina esté apagándose, siguen siendo los dos políticos más importantes del país- haya resultado ser tan desopilante, con los “Che Milei, experto en economía con o sin dinero… y cripto estafas” de Cristina, y las réplicas de Milei con su “Che Cristina... Corriste”, acompañado por tuits del secretario de Estado norteamericano, Marco Rubio, que por fin logró lo que ha querido hacer desde hace años y anunciar que la ex presidenta no podrá entrar en Estados Unidos por “participación en corrupción significativa”.

En boca de Cristina, lo de “Che Milei” tendrá cierto sentido: lo mismo que el hombre que, en el plano internacional, se adueñó de la interjección tan argentina y que quería estatizar absolutamente todo, el fanático del mercado libre desprecia a los gay aunque, a diferencia del guerrillero emblemático, no piensa en fusilarlos o ponerlos en campos de concentración. A veces los extremos se tocan.

El capital político más valioso de Milei consiste en su voluntad de hacer cuanto resulte necesario para poner fin a la inflación que, en última instancia, es fruto de la irresponsabilidad de generaciones de políticos. El de los kirchneristas es “la memoria”, debidamente distorsionada, de la dictadura militar que gobernó el país entre el 24 de marzo de 1976 y el 10 de  diciembre de 1983. Será porque entienden que les beneficia repudiar una dictadura que se fue bien antes de que naciera la gran mayoría de los habitantes del país que los kirchneristas y sus compañeros de ruta se hayan acostumbrado a celebrar el 24 de marzo -como hubieran hecho los militares mismos de haber prosperado su “proceso”- con mucho más fervor que el 10 de diciembre, una efeméride que pertenece al radical Raúl Alfonsín.

Milei está resuelto a privar a los comprometidos con el “relato” kirchnerista de lo que creen es una fuente de legitimidad. Lo está haciendo en nombre de “la memoria completa” que, desde luego, es mucho menos sencilla que la construida por los kirchneristas con materia que les suministraron veteranos de Montoneros y sus herederos biológicos o culturales.

Para marcar el aniversario, el gobierno difundió un video producido por el escritor y historiador Agustín Laje que señaló, con mesura, que la versión propagada por sus enemigos ideológicos de lo que había ocurrido en el país medio siglo atrás era decididamente sesgada, que los “jóvenes idealistas” también habían perpetrado un sinfín de crímenes de lesa humanidad y, para escándalo de los creyentes, que es arbitrario el número sacralizado de desaparecidos, 30.000. 

Por ser cuestión de un artículo de fe, negar que dicha cifra corresponda a la verdad comprobable motiva más indignación entre quienes se adhieren a los movimientos que siguen sacando provecho de los crímenes de la dictadura que críticas al rol en el drama sanguinario de aquellos tiempos de las organizaciones terroristas y a la pusilanimidad de los políticos e integrantes del Poder Judicial que dejaron todo en manos de los militares. Por desgracia, tendrán que transcurrir más años antes de que la sociedad pueda enfrentar con objetividad lo que sucedió en los años setenta del siglo pasado.

Hay otras dicotomías que fascinan a los políticos. Una es el contraste entre la Capital Federal que, para muchos, simboliza la civilización, y el duro conurbano bonaerense, que a su juicio está entregándose a la barbarie. Los macristas soñaban con incorporar a la ciudad que dominaban al resto del país; muchos peronistas quisieran que el conurbano se apoderara del reducto porteño del macrismo, de ahí las alusiones frecuentes al “AMBA” y a lo bueno que sería tratarla como una unidad.   

La impresión de que el Gran Buenos Aires ha degenerado en una inmensa zona apenas gobernable se ha visto fortalecida por el salvajismo ya rutinario de delincuentes jóvenes que no vacilan en matar a quienes les llama la atención aun cuando sean personas dispuestas a darles todo cuanto piden o niños que por algún motivo los estorban. Puede que tales sujetos desalmados sean “víctimas” de la sociedad en que se criaron, pero ello no quiere decir que sea progresista resignarse a permitirles continuar asesinando hasta que hayan cumplido 16 años.

Aunque sería una exageración decir que la política argentina gira en torno al conurbano violento que suele aportar muchísimos votos a candidatos peronistas  que son hostiles al cambio, quienes siguen rigiéndolo se suponen en condiciones de frustrar los planes de aquellos gobiernos nacionales que se niegan a dar prioridad a sus intereses inmediatos. ¿Lo están? A juzgar por su reacción frente a los disturbios violentos de hace un par de semanas que tomaron por un intentona golpista por parte de caciques bonaerenses, no lo creen Milei y sus allegados. Antes bien, están convencidos de que les convienen los esfuerzos por intimidarlos de quienes se han acostumbrado a dominar el territorio superpoblado y paupérrimo contiguo a la Capital.

En su opinión, los episodios truculentos que fueron protagonizados por peronistas, izquierdistas y bandas de sociópatas sirvieron para recordarles a los demás que en verdad no existe una alternativa civilizada a su propia administración, que hay que elegir entre el libertarismo por un lado y el kirchnerismo feral por el otro. Habrán coincidido los resueltos a sacar provecho del drama de los ancianos que cobran la mínima, ya que la semana siguiente celebraron una protesta mucho más pacífica. El que tales personajes hayan llegado a la conclusión de que la violencia callejera podría perjudicar a los acusados de provocarla es una señal positiva.  

Por fortuna, parecería que las opciones ante el país están menos limitadas de lo que creen los mileístas y sus opositores más cerriles. No se tratará de blanco y negro, sino de encontrar la forma de amalgamar el realismo económico con el respeto por las reglas institucionales que son propias de una sociedad democrática. Sin embargo, el que a Milei y quienes lo rodean no les gusten los matices plantea muchos peligros. Uno es que, para conquistar la voluntad de los habitantes del conurbano, terminen contagiándose de los vicios de los “barones” históricos de los municipios más ruinosos. 

Los partidarios de Milei hablan mucho de “la batalla cultural” que dicen estar librando contra la corrección política woke, la “degeneración fiscal” y otras enfermedades, pero se ha hecho dolorosamente evidente que no les preocupan en absoluto fenómenos culturales vinculados con la conducta personal. Gracias a la falta de preparación combinada con un grado excepcional de prepotencia de demasiados legisladores oficialistas, éstos han colaborado con los kirchneristas e izquierdistas más combativos para asegurar que las sesiones de la Cámara baja se asemejen a riñas de gallos que dan vergüenza ajena. Es como si los mileístas creyeran que comportarse de manera menos indigna sería propio de macristas y radicales cuyos buenos modales son, a su juicio, síntomas de tibieza. Se resisten a entender que, como dice el refrán, “lo cortés no quita lo valiente” y que un argumento bien expresado puede ser mucho más eficaz que una andanada de insultos pueriles o ataques físicos.

Milei apuesta a que las elecciones que están aproximándose le permitan contar con más diputados y senadores. A menos que cometa más errores no forzados en los meses que nos separan de la votación, es probable que los consiga, pero si los de la nueva camada se parecen a los libertarios que ya ocupan escaños en la legislatura, el presidente correrá el riesgo de enfrentar rebeliones casi cotidianas que distarán de ayudarlo. Parecería que Milei y su hermana, “el jefe” Karina, son tan proclives como Cristina a rodearse de oportunistas, adulones e inútiles, acaso por considerarlos más manejables de lo que serían los aportados por una eventual “fusión” con el Pro de Mauricio Macri y fragmentos del radicalismo.   

Lo mismo que otros outsiders que, para sorpresa de los profesionales de la política y los interesados en sus actividades, triunfan en elecciones, Milei se vio beneficiado por la convicción difundida de que le sería fácil remplazar a las mediocridades venales de “la casta” por hombres y mujeres mucho más idóneos que, se daba por descontado, abundaban en el país. Es posible  que quienes piensan así estén en lo cierto, pero también lo es que algunos miembros vitalicios de “la casta” se las hayan arreglado para desprestigiar la política hasta tal punto que nadie que sea talentoso y honesto soñaría con dedicarse a ella. En tal caso, el país tendrá que resignarse a ser gobernado hasta nuevo aviso por personas que, a pesar de sus diferencias ideológicas, comparten el mismo estilo, uno que, huelga decirlo, es inapropiado para una democracia madura.

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James Neilson

James Neilson

Former editor of the Buenos Aires Herald (1979-1986).

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