Alberto Fernández desembarcó en Facebook e Instagram en 2016, aunque solo publicaba de forma esporádica y allá por abril del 2019, en Twitter, tenía apenas 65.000 seguidores. Pero el 18 de mayo de 2019 a las 9:00 AM, cuando Cristina Kirchner posó su varita sobre él y lo ungió como su candidato a Presidente, las cuentas de Alberto volaron por el aire. A partir de ese momento, pasó a sumar unos 20 seguidores por minuto, pasando en dos días de 68.000 seguidores en Twitter a 127.000 y a 700.000 para el momento en que asumió la primera magistratura, el 10 de diciembre de 2019.
De más está decir que, si lo comparamos con otros casos más altisonantes en las redes, como el Wandagate, es decir, el escándalo por el presunto triángulo amoroso Wanda Nara, Mauro Icardi y Eugenia “La China” Suárez, estos números parecen insignificantes. Desde que estalló la controversia por los mensajes de Icardi, su actual esposa (vaya uno a saber por cuánto tiempo más) acumuló, sólo en 72 horas, 649.243 seguidores en Instagram, frente a los 141 que sumó Alberto Fernández en esa misma red social, durante ese tiempo. Un ejemplo más de cómo la agenda de la sociedad pasa por otras cuestiones que tienen cada vez menos que ver con la política.
Pero volvamos al caso Alberto Fernández. Una vez electo Presidente, el nuevo inquilino del Sillón de Rivadavia se puso firme frente a su equipo de comunicación al negarse a entregar por completo el manejo de su cuenta de Twitter. Dicen los que saben que Alberto Fernández es un obsesivo de esta red social, a la que llegó en 2010, por lo que no es de extrañarse que, desde el momento en que asumió (¿en complicidad con su equipo?), responda comentarios durante la madrugada, envíe saludos por cumpleaños, y hasta se anime a hacer bromas.
Lo que al principio tomó por sorpresa a la gente, lentamente se fue convirtiendo en un bumerang corrosivo: usuarios y periodistas comenzaron a preguntarse cómo era que el Presidente, pandemia y crisis económica de por medio, tenía tanto tiempo para estar enviando saludos por Twitter. Fue así que, en una nueva muestra de su indeclinable tendencia a declinar sus compromisos, Alberto cambió respuestas, saludos y bromas, por algo más sutil: poner “Me Gusta”. Punto, parece, para alguno de sus asesores.
Rápidamente, comenzaron a aparecer corazoncitos y retuits del Presidente tanto en publicaciones donde lo halagaban y felicitaban por su gestión (una manera válida de alimentar el ego) como también en tuits que despertaron polémica: desde agravios a periodistas hasta críticas muy fuertes contra opositores y medios de comunicación. En abril del 2020, en plena cuarentena obligatoria, por ejemplo, Alberto Fernández tuvo que salir a dar explicaciones luego de retuitear: “El gordito lechoso dice en A24 que @alferdez 'se aferra a la cuarentena por las encuestas'. O no entendieron la gravedad de lo que pasa o son muy malas personas. Y no se puede ser buen periodista siendo mala gente”.
Luego de la repercusión, el Presidente salió a poner paños fríos en la red del pajarito: “Un error involuntario llevó a que desde esta cuenta se haga un RT sobre una crítica que respeto, pero que contenía adjetivaciones que siempre creo que es mejor evitar. Cuando lo advertí en la mañana, eliminé ese RT. Lamento si alguien se ha sentido lastimado con ello”.
Para cualquier mortal, eso no sería exactamente una disculpa, pero en Twitter la ambigüedad es moneda corriente. Una semana después, otro retuit del Presidente también generó polémica: compartió una imagen del caricaturista Sergio Kohan, que lo tenía a Alberto Fernández junto a Vladimir Putin, presidente de Rusia, vacunando a un gorila.
Días más tarde tuvo que eliminar otra publicación por confundir la bandera de Nicaragua con la de Argentina en un tuit de las Naciones Unidas (ONU) que explicaba que apenas 13 países tienen un gabinete de ministros conformado por al menos 50% de mujeres y que Nicaragua encabezaba. Nuevamente, confrontado con la dura verdad que impone siempre la realidad, Alberto claudicó ante sus asesores y, si bien los “Me Gusta” halagadores del Presidente continúan, los retuits son mucho más custodiados. Podemos dar al Presidente el beneficio de la duda y creer que lo aprendió.
Pero quizás el fenómeno más extraño de la cuenta de Twitter de Alberto Fernández sea el historial de sus cruces con políticos que hoy son sus Ministros. Esas decenas de muertos en el placard siguen ahí, en su cuenta, a la vista de todes. En 2017 se peleó con Gabriela Cerruti, flamante portavoz del Presidente y encabeza la Unidad de Comunicación de Gestión Presidencia: “La única confundida sos vos que nunca fuiste peronista. Ganate una banca sin chicanear. A mí no Gaby”.
En 2011 Aníbal Fernández, su actual Ministro de Seguridad, tuiteó "[Alberto Fernández] se cagó en la amistad de Néstor Kirchner, PUNTO. Lo demás es cháchara por más que cambie el eje de la conversación. Pobre gil” a lo que Alberto respondió en una entrevista: “Los complejos de inferioridad no sé cómo resolverlos. Déjelo”. En 2013, tuiteó #LaCamporonga y compartió una nota en la que criticaba a Juan Cabandié y a Amado Boudou. Hoy, Cabandié es su Ministro de Ambiente y Desarrollo Sustentable.
¿Cómo seguirá el comportamiento tuitero del Presidente? ¿Qué pasará después del 14 de noviembre? ¿Habrá un cambio comunicacional en sus redes sociales? En comunicación política digital, un clic habla y los corazones y retuits son acciones repletas de poder.
Por Daniel Vico. Digital Strategist. Consultor Político Millennial.
por Daniel Vico
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