Sin políticas adecuadas en lo institucional, lo social y lo económico, la Argentina no podrá retomar el crecimiento y no resolverá sus crecientes problemas de empleo, pobreza y distribución del ingreso. Esta afirmación parece obvia, pero no lo es tanto, porque hasta ahora no se le ha encontrado la solución. Tales políticas no están diseñadas y no parecen ser fáciles de implementar.
Vamos por partes ¿Qué tienen que ver las instituciones con la productividad inclusiva (PI)? Tienen mucho que ver, porque ellas marcan el rumbo, hacia dónde va el país, y esto es crucial para el monto y la calidad de las inversiones. En contraste, hoy vemos que el rumbo de la Argentina es confuso: capitalismo, ¿liberal, social y productivo, de Estado o mejor ninguno?; ¿Mercosur? ¿con o sin acuerdo con la Unión Europea?, o más bien ¿China y Rusia? o, en fin, ¿una combinación de todos ellos?
El rumbo es necesario, siempre, pero más aún en un país como la Argentina, que desde hace diez años tiene, en promedio, el mismo PIB y el mismo nivel de vida. Por eso, las instituciones afines al desarrollo económico, como los derechos de propiedad, la educación de calidad para todos y la integración al mundo, son esenciales.
Todo lo dicho puede sonar agradable ¿pero es también factible? Nosotros pensamos que sí, como lo muestra el caso de la República de Corea –habitualmente llamada Corea del Sur- que, sin usar el nombre, se guio por una productividad inclusiva (Martín Calveira y Eduardo Fracchia (https://www.iae.edu.ar/es/ConocimientoEImpacto/iniciativas/PI/Paginas/default.aspx). A partir de la década de 1960 gestionó un proceso de industrialización acelerada con crecimiento económico sostenido e impulso a la productividad de los factores. Actualmente se evidencia la mayor participación de robots en la industria manufacturera a nivel mundial, bajo nivel de desempleo y es líder en inversión I+D en términos del PIB, 4,7%. El crecimiento del PIB por habitante desde la década de 1960 es 11% promedio anual, representando 8% del PIB per cápita de los países desarrollados en 1960 hasta cercano a un 80% promedio en la década 2010-2019. Esta evidencia de mayor inclusión del empleo en el PIB fue acompañada por un proceso de inclusión al sistema educativo. La tasa de promoción en la enseñanza primaria se mantuvo en 100% promedio en el período 1970-2019 y la educación secundaria logró, hacia fines de la década de 1980 una escolarización del 93%.
De tal modo, el desempeño macroeconómico, el fuerte crecimiento del PIB per cápita y la inclusión educativa interactuaron sostenidamente en Corea, y dicho vínculo entre los factores cruciales de la PI, fueron la causa central de la rápida convergencia con los países desarrollados. Partiendo de tener sólo un 8% del PIB per cápita de los países de la OCDE, en la década del sesenta, llegó a casi el 80% en la década pasada (ver el Cuadro).
Los objetivos e instrumentos de la PI pueden sintetizarse en lo siguiente. Aumentar la calidad y la cantidad de la inversión en capital humano y en capital físico para permitir crear los millones de empleos formales necesarios para erradicar la pobreza y reducir la desigualdad.
Factibilidad y políticas. En lo que se refiere a la factibilidad de la PI, en una encuesta por muestreo de todas las empresas de la Argentina con más de 10 empleados, encontramos, entre otras cosas, lo siguiente:
Encuesta por muestreo de Productividad Inclusiva
- Respuesta alentadora y crucial para la factibilidad de la PI: una mayoría del 57% de los empresarios considera posible aumentar la productividad por persona (p/p), manteniendo el personal y un 22% piensa que es posible, aun aumentándolo.
- Sólo 17% de las empresas no ve posible aumentar la productividad por persona y sólo 4% de las firmas piensa que es necesario reducir el personal para aumentar la productividad por trabajador.
- Esta mayoría de 79% que puede aumentar la P/p sin reducir personal es muy importante porque suponemos que la generación de nuevos puestos de trabajo dependerá de la expansión de sus negocios (nuevas inversiones)
Los acuerdos. También es claro que, en el contexto de las grietas que predominan en la Argentina y en muchos países, es muy difícil lograr reformas económicas y sociales, sin acuerdos previos. En circunstancias similares, acuerdos básicos exitosos fueron conseguidos por España en los setenta, Israel en los ochenta, Chile en los noventa y Sudáfrica en la primera década del siglo XXI.
Los desafíos macroeconómicos de corto plazo: alta inflación, déficit, gasto público y endeudamiento y la PI. Como lo muestran los casos mencionados, en especial los tres primeros, los problemas macroeconómicos estuvieron presentes. En la Argentina de hoy, un acuerdo con el FMI debe estar presente y con sello propio, al menos para no caer en la temida cesación de pagos (default). Los mercados financieros no creen que se logre o se cumpla dicho acuerdo: el “riesgo país” de la Argentina se encuentra por encima de los 1700 puntos o 17% de interés anual. Esto implica que, para prestarle a nuestro país, se exigiría una imposible tasa cercana al 19%, dado que el riesgo país se mide sobre la tasa de los bonos del Tesoro de EEUU, que hoy se acercan al 2%. Esta tasa, que luce usuraria, se debe al desconocimiento del rumbo que finalmente adoptará la Argentina. Todavía no se sabe por qué “modelo” optaremos, si será del tipo de Cuba o Nicaragua, y ni que hablar de Venezuela. No lo creo, pero aun el “coqueteo” con ellos tiene consecuencias, no sólo para el rumbo sino también para la macro de corto plazo y para la sostenibilidad de la deuda pública.
Obviamente –aunque no para todos- el rumbo que se elija incide mucho sobre la inflación y la macroeconomía en general. Si el rumbo es el adecuado, los problemas macroeconómicos se resolverán más rápido y con menores costos sociales. La razón es evidente: con un rumbo claro, habrá mucha más y mejor inversión en capital humano y en capital físico.
Políticas para ayudar a la PI. Una de las trabas más importantes para la inversión que existen hoy es la alta presión tributaria y la mala calidad de los impuestos, mucho peor que las de nuestros competidores, incluyendo a Brasil. Tales son los casos de los impuestos a las exportaciones e ingresos brutos, este último ya criticado por Adam Smith en 1776 y al que atribuía la ruina de la industria española, Estas trabas pueden sortearse parcialmente desde el inicio de un nuevo programa, licitando rebajas de los malos impuestos y otorgándolas a quienes menos rebajas exijan por dólar de inversión. También puede jugar un análogo papel definiendo clara y rápidamente a qué acuerdos comerciales la Argentina dará prioridad.
* Juan J. Llach es licenciado en Sociología (UCA) y en Economía (UBA). Fue viceministro de Economía y ministro de Educación de la Nación. Actualmente en el IAE y en la Facultad de Ciencias Empresariales de la Universidad Austral.
por Juan José Llach*
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