“Imagine yourself suddenly set down surrounded by all your gear, alone on a tropical beach close to a native village, while the launch or dinghy which has brought you sails away out of sight”
Bronislaw Malinowski, Argonauts if the Western Pacific (1922)
En la música los silencios sirven para ordenar las notas, creo que los hábitos hacen algo parecido para ordenar los hechos extraordinarios. Por eso hace unos días sentí tanta angustia cuando me llovió la realidad y perdí mis quehaceres.
En las últimas horas me confirmaron que no voy a volver a mi casa. Que no va a ser ahora y que no sabemos por cuando tiempo. Me recordaron que aquel fenómeno que paralizó todo y a todxs, también me tocaba.
Es difícil pensar qué hacer cuando sabes que ronda un acontecimiento inminente. Sabía que era imposible que abordara el avión, que me recibieran en Ezeiza, que contara como había sido todo y que me fuera a dormir con mi gata. Aún así, algo en mí quería abrazarse a lo improbable y suponer que podría mediar la suerte o la magia.
La certeza de que no iba a ser fácil volver me acompañó desde mi primer día en Nairobi, la capital de Kenya. Las cosas se complicaban, las fronteras cerraban, lo negocios bajaban sus persianas, la gente se distanciaba. Era inevitable que mi regreso se viera interrumpido y eso hizo que cada día fuera un a tientas de la suerte. Perdí mis vuelos a otros lados, compré los últimos libros de una librería, visité el último parque sin saberlo. Me dije y me lamento “bueno, esto lo hago después”.
Me descorazonó saber que no iba a volver. Pero también le puso un coto a tanta pesquisa inútil.
Ya sé que murió mi vacación, ya sé que no hay avión que me espere, ya sé que no hay un día de vuelta. Es un limbo, pero sobre todo es una espera.
Mi viaje, que tenía ínfulas de ritual de pasaje, ahora es un momento sostenido en el tiempo, sin horas y sin final a la vista. Me asfixia esa idea.
No quiero abrazarme a la idea de “igual otrxs están peor”, porque eso que parece empatía con el dolor ajeno no es más que una patética forma de egoísmo que, no conforme con no hacer nada por alterar tus circunstancias, aplaude el vano deseo de que los males de otrxs sigan exactamente iguales. Mi relación con el ser y estar quiero que sea distinta. Quiero vivir en la incertidumbre, no devenir en la espera, ni ser lo que no son otrxs.
Saber que por el tiempo que sea voy a estar a la espera de un mail, de un llamado, de una respuesta con fecha, hora y número de embarque, me hizo acordar a Don Diego de Zama y al Coronel de García Márquez. Esa sensación de que tu tiempo es una trama. Esperar que te digan que podes salir como único futuro y como cierre de tu historia. El ser en el transcurrir.
Me gustaría saber cuántas veces bajaré a la playa antes de gritar que comeremos mierda. Pero la espera no funciona así. Te da indicios para que te aferres, números para que hagas cuentas, rumores para que hagas sueños. Y, al final, volver a subir sin ganas, sentarte en el portezuelo y volver a rumiar que quizás mañana.
Me preguntaron si extraño o si me quiero volver, pero todo lo que quiero es saber. Saber si tendré que comprar regalos y preparar historias, o saber si tendré que buscar trabajo y ver cómo me las arreglo.
Mi reflejo, seguramente cobarde, es volver a hacer rutinas. Ver que tengo algo por lo que levantarme temprano y putear al cielo cuando me quede dormido. Sentirme en casa es saber que tengo esa comodidad: la de las corridas, los horarios, las tereas, los “quehaces”. Extraño eso.
Extraño saber que hay una normalidad que odio. Un trabajo que me da ganas de irme de vacaciones, un amigo que me hincha las pelotas, una canilla que gotea, una chica que me gusta, un programa de radio que me hace compañía.
Pero no quiero ser Diego de Zama. No quiero estar atrapado en un loop eterno sin respuesta. No quiero que me devore ese objetivo de esperar una encomienda que me libere y me suba a mi destino. Quiero que no me importe.
Quiero que no me desvele, ni me absorba, ni me interese saber cuando vuelvo. Quiero vivir de otra forma con lo que va a venir.
El desierto de lo real de ésta pandemia es que no lo inventó nadie. Si así fuera, y muchxs comprensiblemente eligen el camino de aquella creencia, habría también un final deliberado, y no. No lo hay.
Por eso, no debiera ser el saber a dónde nos empujan todos éstos acontecimientos lo que nos traiga sosiego. Sino la certeza de que no hay nada atrás y que es preciso dibujarlo.
Quiero sentirme iguales, hermanado con otrxs en la brutal realidad de no saber qué carajo pasa. Quiero que sea esto mi yo más creativo, disfrutar de que no hay futuro.
El capitalismo generó las condiciones de ésta porquería, pero también la de muchas otras que hace rato nos venían jodiendo la vida. El objetivo, entonces, no es devenir espera, no es ser una trama, no es esperar una carta, no es esperar que en la tele nos digan que se acaba el mundo, es vivir sabiendo que ya se acabó, que lo que viene ahora lo debemos escribir.
por Juan Francisco Olsen, antropólogo
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