Un año es mucho y poco tiempo. Mucho para esbozar el primer borrador de las características de un presidente que no se asemeja en nada a sus antecesores, pero muy poco para sacar conclusiones definitivas. El 10 de diciembre de 2023, Javier Milei asumió el poder con el 56 por ciento de los votos obtenidos en el balllotage, una cifra impactante. Pero lo que estremece aun más es que doce meses después, en un contexto de ajuste permanente y recesión obstinada, siga conservando esos índices de aprobación: un estudio de la consultora Aresco de Fererico Aurelio, su encuestador favorito, afirma que su imagen positiva sigue estando en ese nivel, incluso un poco más arriba, 57 puntos, después de varios meses de bajones.
¿Qué valoran los que siguen apoyando a Milei a pesar del deterioro de la calidad de vida y los recortes implacables en la economía, que produjeron, por citar un ejemplo, que la pobreza trepara 10 puntos, hasta el 55 por ciento, en los primeros meses de gestión? La respuesta no es sencilla. Más allá de los efectos alarmantes de la motosierra, como el desfinanciamiento de la educación pública, la licuación de las jubilaciones, el tarifazo de luz y gas, los alimentos que no llegan en tiempo y forma a los comedores populares o los funcionarios que, como el ministro Luis “Toto” Caputo, festejan que la clase media tenga que vender sus dólares ahorrados para llegar a fin de mes, lo que premian las encuestas es el indudable triunfo del líder libertario en el combate contra a inflación, su principal promesa de campaña, por ahora cumplida. Aurelio y otros consultores coinciden en que si Milei sigue siendo popular es porque el electorado que lo votó le tiene más paciencia que a un político tradicional -el factor del “outsider” que viene a desterrar a la casta- y también porque una amplia mayoría social consideraba inevitable este ajuste y cree estar viendo, después de los meses más duros, la luz al final del túnel. Los tímidos brotes verdes en algunos indicadores económicos, la baja del riesgo país, la euforia de los mercados financieros, el dólar quieto y la promesa de reactivación a la vuelta de la esquina, de cara a un año electoral, componen la foto del vaso medio lleno con el que Milei espera consolidar su poder en las elecciones de medio término. Incluso una recuperación en el nivel de desempleo y en el índice de pobreza, que el Gobierno ahora situía en 50 puntos -es decir, 5 menos que los 10 que subió entre diciembre y marzo- invita a pensar que el experimento de La Libertad Avanza podría salir bien.
Eso en cuanto al aspecto económico, es decir, al pan, que fue poco pero que, reactivación mediante, promete ahora volver a la mesa. Lo que sí hubo, en lo político, fue mucho circo. La batalla cultural de los libertarios para refundarlo todo, los insultos diarios del Presidente -hasta siete por jornada, según una estadística recién divulgada por Horacio Rodríguez Larreta- y el ataque sistemático a opositores desorientados, líderes del extranjero, periodistas y hasta figuras de la farándula, acusados de “cucarachas”, “lacras”, “ensobrados”, “ratas”, “zurdos” y un largo etcétera, le permitieron al mandatario mantener la centralidad política y también entretener a la opinión pública en los meses más duros del ajuste. Ni siquiera se salvó su vicepresidenta. Ni el FMI, señalado por albergar entre sus filas a ¡un comunista!
¿Por qué Milei hace lo que hace y, por ejemplo, le desea la quiebra a una editorial como Perfil, que no se somete a su látigo mediático? Es simple: lo hace porque puede. Los anticuerpos del sistema democrático parecen adormilados ante un nuevo liderazgo que puso patas para arriba a la política y la sociedad, y lo grave es que un exceso lleva al otro y que, cuando ya los límites de la convivencia responsable se rompieron, parece difícil volver a la normalidad.
Lo más peligroso del estilo de Milei no es el pan, que puede escasear o no, sino su violento circo, que amenaza con contaminar la joven democracia que supimos conseguir.
* Editor de Política e Información General de NOTICIAS. Autor de “El martirio. La historia secreta de la guerra entre Alberto Fernández y Fabiola Yañez” (Planeta)
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