Diez años atrás, un martes de Carnaval como el que se aproxima, el entonces Papa Benedicto XVI sacudió a la Iglesia con su inédita renuncia al trono de Pedro. Con sus últimas fuerzas, sin rumores previos ni intrigas palaciegas, el Papa alemán blandió su atronadora renuncia como el único gesto capaz de alumbrar un cambio, de abrir una magna transición.
Días después, el 26 de febrero, el entonces arzobispo de Buenos Aires viajaba a Roma, como tantas otras veces, con su valija escueta y el maletín negro del que no se desprende. Iba a sumarse al cónclave con otros 114 cardenales electores.
Lo despedí telefónicamente: “El Papa Benedicto con su renuncia ha puesto a la Iglesia en una sintonía de cambio tal que si el cónclave le responde en esa frecuencia, el Papa que de ahí surja no lo dejará volver, querrá tenerlo cerca”. Y se lo dije con honda convicción no porque vislumbrara que él sería el elegido.
Vinieron después el retiro de Benedicto a la casa veraniega de los Papas y los decisivos encuentros de cardenales previos al cónclave durante los cuales descolló Bergoglio. Hasta el anochecer de aquel miércoles 13 de marzo cuando apareció en el balcón de San Pedro y la plaza y el mundo —la Argentina en él— estallaban en un solo grito: ¡¡¡ Papa argentino!!!!
Y en aquél instante imborrable, histórico, Bergoglio encontró el mejor modo de comunicar el cambio abierto por la atronadora renuncia de Benedicto y rubricado por las demandas del cónclave, líneas directrices de su pontificado: “Vengo del Sur, soy el obispo de Roma, me llamaré Francisco, como el Poverello de Asís, como aquél a quien Jesús pidió que reparara a su Iglesia”.
Diez años que interpelan particularmente a los católicos y a los que no lo son. Hacer memoria de aquel sacudón espiritual —¿o solo euforia?— es una oportunidad para la reflexión y la acción. Los argentinos contemporáneos de Francisco ¿estaremos a tiempo de evitar el escándalo histórico de convertirlo también en el primer Papa de la era moderna que no volvió a su Patria? ¿O toda la culpa la cargaremos en los hombros del cardenal que se fue hace diez años?
*Por José Ignacio López, periodista.
por José Ignacio López*
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