Friday 29 de March, 2024

POLíTICA | 08-09-2016 01:01

El combo politeísta de Juliana Awada: cree en Buda, Francisco y Ravi Shankar

La verdad tras sus fotos en un templo budista de China. Filosofía new age y bautismo católico a los 40.

¿En qué cree Juliana Awada? La pregunta parece oportuna después de las imágenes de estos días en las que aparece rodeada de monjes budistas en un templo de las afueras de la ciudad china de Hangzhou.

El padre de la primera dama, Abraham Awada, era un devoto de la Virgen de Luján pese a su condición de musulmán nacido en el Líbano. Una mezcla rara.

Cada vez que pasaban frente a una Iglesia católica le decía a ella:

–Vos entrá, que hay un Dios para todos.

Su madre “Pomi” Baker, de ancestros sirios, no le llevaba el apunte a la religión. Siempre estaba demasiado ocupada trabajando.

Su hermana Zoraida se había convertido en católica y casado por Iglesia con el muy creyente arquitecto Alberto Rossi, cercano al también católico Menem. Por amor ahora era tan beata como su marido.

Otros dos hermanos, Leila, la artista plástica, y Alejandro, el actor, se habían casado con miembros de la comunidad judía. Leila, después de separarse de un Awada, primo suyo y musulmán.

El hermano que falta, Daniel, el de la marca Cheeky, está en pareja con otra judía, la diseñadora de ropa que le presentó la celestina Juliana, Yanina Solnicki.

La hija mayor de la primera dama, Valentina, fue bautizada por pedido de su padre, el católico y millonario Bruno Barbier.

A Antonia, la menor, también la bautizaron cuando cumplió cinco meses.

Demasiadas creencias para una sola familia. O como decía el monoteísta Abraham, tan musulmán como devoto de la Virgen: un solo Dios para todos.

¿Y Juliana?

No creía en nada, o en todo caso solo creía en algo que el Vaticano considera una secta, la de El Arte de Vivir. Un combo tan marketinero como económicamente redituable de sabiduría oriental, doctrina new age y principios básicos del hinduismo y budismo, manejado por un personaje polémico: el maestro indio  Sri Sri Ravi Shankar.

Pero salvo por esa inclinación, tan típica de cierta clase alta y media, porteña, “progre”, laica y habitué de Palermo Hollywood, la primera dama era una agnóstica.

O una politeísta, si se prefiere.

Un alma en sintonía con el universo, como enseñaba su maestro indio.

Pero algo cambió para siempre el decisivo 13 de marzo de 2013, el día en que el Vaticano coronó como su nuevo jefe a Jorge Bergoglio, el inesperado argentino que hizo lo que ningún otro, convertirse en Papa.

Para la primera dama fue un cimbronazo, como se narra en la biografía no autorizada “Juliana”, publicada recientemente por Planeta.

De pronto, el Papa Francisco, el que había llegado desde el fin del mundo, se convirtió en un fenómeno planetario. Un viejito bondadoso que de un día para el otro provocó un boom de nuevos fieles, de jóvenes y no tan jóvenes que veían cómo les enseñaba humildad a los grandes líderes de la Tierra, incluso a sus intrigantes adversarios en el Vaticano. Un ícono taquillero a la altura del “Che” Guevara, la madre Teresa de Calcuta o Mahatma Gandhi. Había logrado trascender su metier para instalarse como un símbolo de estos tiempos.

Francisco era lo nuevo, lo que estaba de moda, y Juliana no iba a perdérselo.

Su maestro Sri Sri Ravi Shankar sabría entender.

El primero en dejar correr la noticia fue un colaborador de Horacio Rodríguez Larreta, el jefe de Gabinete de Macri en la Ciudad.

Llamó a un periodista de la revista NOTICIAS:

–No me preguntes cómo lo sé –le dijo–, pero la bautizaron a Juliana Awada.

–¿Pero no era musulmana? –se extrañó el periodista.

El funcionario bromeó:

–No sé. Si lo era, ya no lo es más. Fue hace poquito esto.

La ceremonia secreta se había celebrado un viernes de junio de 2014, un año después del ascenso de Bergoglio. Fue en la capilla del country Tortugas, en Pilar, donde su hermana Zoraida, la que ya era católica, vivía en una imponente casa junto con su marido, el arquitecto Rossi.

El cura era un español, quien dos años antes ya había bautizado a la pequeña Antonia en el mismo lugar.

Y la madrina era su hermana Zoraida.

Todo fue tan veloz que ni Macri alcanzó a ir.

–Fue algo muy íntimo, de menos de diez personas –me confió un amigo de la bautizada.

–¿Cómo tomó la decisión? –pregunté.

–El cura que la bautizó ya venía hablando con ella del tema –explicó el amigo.

–¿Efecto Francisco? –lo tanteé.

El amigo de Awada rio:

–No seas malo. También tuvo que ver que sus dos hijas y Macri sean bautizados.

¿Cómo se inició Juliana en el camino de El Arte de Vivir? Su primer acercamiento al mundo new age fue un viaje a Marruecos con su madre “Pomi” Baker en 2008, mientras estaba en plena crisis con Bruno Barbier. Allí no solo le tomó el gusto a lo oriental, sino que se enamoró del libro “Comer, rezar, amar”, otro hito de esa literatura que pregona la revolución interior, los ritos budistas y la felicidad individual.

Después llegaría el turno de Sri Sri.

Y del Papa.

Y del bautismo.

Tal vez Awada crea en todo eso a la vez, o lo que es lo mismo, en nada. Tal vez solo crea en sí misma, lo cual no está mal.

Esto le preguntó la periodista Any Ventura hace algún tiempo:

–¿Creés en Dios?

–Sí, creo en Dios –dijo Juliana.

–Cuando estás angustiada, ¿rezás? –siguió la periodista.

Y Awada se detuvo a pensar:

–Cuando estoy angustiada, lloro. Y entonces al rato se me va la angustia.

Ni rezos ni mantras a la hora de la verdad.

Solo lágrimas.

por Franco Lindner

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