La última vez que tuvieron serias diferencias lo arreglaron con un poema. Fue en el 2018, cuando Cristina Kirchner y Aníbal Fernández llevaban casi un año sin hablar: había en el medio recelos por elecciones perdidas, decisiones no compartidas y también alguna cuita de carácter más personal. En aquel encuentro en Recoleta, el hombre le recitó una frase de Gabriel García Márquez apenas la vio: “Las mujeres dicen que los problemas de pareja se resuelven con diálogo, pero problema que se dialoga termina en pleito con seguridad. Primero hay que hacer confianza, después olvidar y después seguir para adelante”.
Pero, cuatro años y un intento de magnicidio después, parecería que los entredichos entre el ahora ministro de Seguridad y el kirchnerismo no se van a arreglar solamente con una “anibalada”. En ese espacio le reprochan no haber estado a la altura en el cuidado de CFK y ahora la relación atraviesa un mal momento, en un nubarrón que alcanza también al propio presidente Alberto Fernández.
Chispazos. Aníbal es línea fundadora del espacio y, con veinte cargos en la función pública en su haber, tiene espalda para moverse como líbero. Porque sabe que tiene espalda es que viene acumulando desencuentros con el kirchnerismo: su resistencia a La Cámpora -“Máximo de política no tiene idea”, dijo- data desde su frustrada campaña bonaerense en el 2015 y también de antes. Pero la sucesión de hechos en los últimos tiempos llevó esa tirria a otro nivel.
Es que, antes del fallido magnicidio, el camporismo y el ministro habían tenido cruces. En el pasilleo del Gobierno hay varios que rastrean el problema hasta su génesis: el hecho de que Aníbal llegó al ministerio siendo un histórico del kirchnerismo pero que desde entonces apareció, en la interna, mucho más cerca del Presidente. El ministro jugó para Alberto en cada encrucijada que tuvo el mandatario. Defendió a Guzmán y a Kulfas a capa y espada y a Alberto luego de la fiesta en Olivos, y es de los pocos que sigue apostando por su reelección. Hasta llegó a apuntar contra la propia vicepresidenta por los constantes dardos que ella le envía a su compañero de fórmula. “Llegó cristinista y ahora juega con Alberto, es un alcahuete”, le reprocha el kirchnerismo. Aníbal, en cambio, sostiene la versión de que el Presidente es uno solo y que en el peronismo lidera el que tiene el bastón.
Piedrazos. El primer sacudón fuerte fue luego del ataque al despacho de CFK en el Senado, en marzo. El camporista Andrés Larroque, entre otros, apuntó contra la falta de protección que brindó el Gobierno, y Aníbal recogió el guante y tuvieron una polémica tuitera.
Pero la gota que rebasó el vaso fue el intento de asesinato a CFK. Fue una secuencia llamativa: luego del famoso incidente con las vallas de Larreta, un fallo del juez porteño Roberto Gallardo determinó que la seguridad de las calles de Recoleta pasaría a manos de la Policía Federal, es decir, de Aníbal. Siete días después llegó el magnicidio frustrado, y todos los dardos K -desde “Wado” de Pedro a Juliana Di Tullio, por nombrar algunos- cayeron sobre el ministro. Hebe de Bonafini incluso pidió que lo echen.
En medio de ese complejo clima, Aníbal le ofreció su renuncia a Alberto. “No pierdas un segundo defendiéndome, está a disposición mi renuncia”, le dijo luego de una reunión de Gabinete donde el Presidente lo había sentado a su lado. Alberto, que sabe que ya no le quedan demasiados leales, no la aceptó y días después estaban viajando juntos a Estados Unidos. Era la primer gira presidencial en la que participaba el ministro. “Fue una mojada de oreja subirlo al avión y mostrarlo tanto, llevarlo a la cena con Macron”, dicen los críticos.
Ella y él. La reunión la pidió la propia Cristina y duró una hora y media. Fue en su casa en Recoleta, una semana después del fallido intento de asesinato. “Ni una sola vez me habló de la Policía o me hizo una queja en ese sentido”, dice Aníbal. La idea que flota en el ministerio de Seguridad es que las críticas K vienen de quienes son más papistas que el Papa. “Con ella estoy bien, después cada uno puede opinar. Pero es verdad que lo de Hebe me dolió en el alma”, cuenta el funcionario. Los que quieren a Aníbal son menos contemplativos: “Los camporistas lo quieren serruchar, lo operan por todos lados”.
A un mes del intento de asesinato a Cristina, Aníbal sigue defendiendo a su jefe de policía (ver recuadro) y, sobre todo, sigue en su puesto. “De fútbol y seguridad opinan todos y la mayoría no sabe nada”, dice. Parece que todavía hay anibaladas para un rato más.
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