Juan Domingo Perón pasea por las calles de Buenos Aires. Va en el asiento de copiloto de un Ford Fairlane, y cada tanto asoma su cabeza por la ventana. “Esto está igual”, y “que raro está esto”, va diciendo, perdido en el paisaje como un turista. En el auto también viajan un oficial de su confianza, al volante, Juan Manuel Abal Medina atrás y, respectivamente, una pistola y una ametralladora. El General cortó hace cinco días la racha de 17 años sin pisar el país y ahora no quiere diseñar el futuro de la Argentina, limar los detalles de su regreso a la Presidencia o preocuparse por algún atentado de la dictadura de Lanusse: quiere, como un mortal más, ojear la ciudad porteña que tanto extrañó.
La primer parada, como no podía ser de otra manera, es en su propia biografía. El Palacio Unzué, el lugar en el que vivió con Evita y en el que ella murió. Pero la otrora residencia presidencial había sido demolida por la dictadura de Aramburu. “Son unos miserables”, escupe el caudillo, ante lo que hoy es la Biblioteca Nacional. Después empiezan a dar vueltas por la ciudad, sin un rumbo preciso. La Plaza de Mayo, el Congreso, Liniers, el barrio de Flores, el centro. Durante todo ese recorrido, Abal Medina relojea la ametralladora que había dejado sobre el suelo del auto. “Yo no tenía ni la menor idea de cómo se manejaba, no era fierrero, pero ¿qué iba a hacer?”, recuerda ahora, medio siglo después.
La siguente parada del tour sorprende al protagonista de esta nota, al último testigo de Perón. Es en Moreno al 1130, la casa en la que Abal Medina había crecido. Estaba algo cambiada de lo que había sido en su infancia: una bomba había arrasado parte del frente, y todavía se veían los destrozos. “Ahí el General me preguntó, o más bien me dijo: 'Acá vivían ustedes de chicos. Acá compartían dormitorio con Fernando'”.
La visita de Perón a ese lugar -desconocida como la mayoría de sucesos que ahora revela- tenía sentido. Esa casa, o más bien el apellido de los que habían vivido dentro, catalizaba todos los dramas y las complejidades de esa época. Juan Manuel era el secretario general del Movimiento, lo que lo convertía, después de Perón y a la par del sindicalista José Ignacio Rucci, en el político con más representatividad dentro del espacio. Para ese momento ya había organizado lo que poco tiempo atrás parecía imposible: el regreso del caudillo al país, que coronó coprotagonizando la foto con el paraguas que todo argentino, al día de hoy, conoce.
Pero también era el hermano de Fernando, el hombre que había fundado Montoneros, el que había apretado el gatillo de una 9 milímetros contra Aramburu -“General, vamos a proceder”- y el primer responsable de llevar ese apellido al estrellato de la galaxia peronista. Fernando, en palabras de Juan Manuel, se convirtió en un “mito”, una condición que sin pedir permiso lo alcanzó también a él y con la que, 50 años después, todavía mantiene una compleja convivencia. Sin embargo, mucho antes que todo eso, Fernando era el chico con el que compartió cuarto, padres y años, y que, con su trágica muerte, le dejó un agujero que cinco décadas después parece no haberse achicado. “De esto no puedo hablar más”, dirá varias veces, luego de largas pausas y con la voz quebrada, cuando aparezca el nombre de su hermano a lo largo de esta entrevista.
Es que todos estos sucesos centrales de esa década que todavía sangra fueron para Juan Manuel capítulos de su propia vida. Algunos los recuerda con profunda alegría y otros con todo lo contrario. Fue protagonista de una historia que explica una parte importante de la Argentina de hoy, y cuyos secretos guardó bajo llaves durante 50 años. Hasta ahora.
Cuarentena. Volver sobre todo esto fue, para Juan Manuel, peligroso. No es una manera de decir. Hace tres años la EPOC que lo obliga a usar respirador a toda hora se agravó y, cuando creyó que había llegado su hora final, experimentó algo parecido a la culpa.
“Me sentía en deuda con el General. Se ha escrito mucho sobre él, sin hacerle justicia: todos han escrito o hablado buscando hacerse un Perón a la medida de tal o cual camino político. Yo fui su colaborador y su amigo, y tuve una cercanía que no sé de otro que la haya tenido. Y, aunque el tema central es el General, también sentía eso con mi hermano, por lo que después fue Montoneros. Quería contar quién fue y qué hizo Fernando”.
Por eso Abal Medina tomó, a principios del 2022 y con 77 años encima, una decisión arriesgada. Decidió suspender los tratamientos y la rehabilitación para su enfermedad para poder concentrarse en la escritura de un libro. No fue sólo una apuesta médica, sino también personal. El correlato de frenar ese proceso fue estar cuatro meses sin recibir más que la visita esporádica de su médico. Durante todo ese tiempo, en el que no vio ni siquiera a sus hijos -amén de que no sabe usar el Zoom-, la vida se volvió rutinaria para el último secretario del Movimiento: se levantaba a la mañana para escribir cuatro horas de corrido, se tiraba a descansar con un concentrador que produce oxígeno, y volvía a la redacción desde las 5 hasta las 9 de la noche.
Ese regreso autoimpuesto al pasado, al suyo y al de Argentina, tuvo dos consecuencias. La primera fue el libro que acaba de publicar editorial Planeta, “Conocer a Perón”, y que, según todos los catálogos, ya está entre los más vendidos del mes. La segunda fue el proceso tortuoso que experimentó el autor, al volver a recordar historias que durante todo este tiempo sólo las había compartido con su padre o con el propio Perón.
“Fue realmente duro. Para mí... yo quedé... mirá, te cuento una cosa muy puntual. El libro lo escribí de corrido. Tengo recuerdos que creo que son bastante fieles, evidentemente fueron cosas muy emotivas y muy relevantes a nivel político para mí. Creo que podrían pasar 150 años más y las escribiría igual. Pero fue tal el impacto que me causó revivir todo aquello que no mucho después de terminar de escribir quise dedicarle a mis hermanos y a mis hijos los primeros ejemplares y no pude. No podía agarrar la lapicera y escribir. El estrés que me causó revivir todo aquello me lo impidió, fue muy fuerte. Recién ayer pude escribir la primera dedicatoria, que es sencilla, un abrazo y demás. Pero antes no podía”.
Gran conductor. Juan Manuel se acuerda de la fecha, hora y lugar del momento que cambió su vida para siempre: las 4 menos 5 de la tarde del 20 de enero de 1972, en la Quinta 17 de octubre en las afueras de Madrid. Faltaban diez meses para el regreso, y en la puerta de la residencia a la que peregrinaba todo el círculo rojo de aquel momento estaba, con una ancha sonrisa, esperandolo Perón.
Durante todo el año anterior, Juan Manuel, un periodista y abogado que había emigrado desde su temprano nacionalismo católico hacia el peronismo -con una influencia directa de Arturo Jauretche, Leopoldo Marechal, y José María Rosa, eminencias de la época con las que compartía cafés y amistad-, le había enviado cartas al General con información sobre la situación argentina que se fue probando muy precisa.
Cincuenta años después, y con el diario del lunes, parece una obviedad que el destino de Perón no era otro que regresar y ser presidente, pero en ese momento la realidad era exactamente la contraria: Lanusse, el dictador de turno, bravuconeaba diciendo que al General “no le daba el cuero para volver”, mientras que una parte importante del peronismo especulaba o negociaba -o ambas- con el no regreso y con la salud del líder para posicionarse mejor de cara al futuro. Pero Abal Medina tenía astucia y fe de que Perón iba a lograr el retorno, y mediante las cartas fue ganando su confianza y despertó el interés del caudillo.
“Esa relación me llenó de nuevas perspectivas que no tenía cuando lo conocí, y fue mi mayor orgullo haber trabajado para el General. Siempre tuvimos ese trato. Yo le decía 'señor' o 'señor General', aunque si teníamos un diálogo largo le decía sólo 'General'. Él siempre me dijo doctor”.
Cuando conoció a Perón tenía tan solo 27 años. Fernando tenía cuatro menos cuando lo asesinaron, el 7 de septiembre de 1970 -desde entonces “el día del Montonero”- en un tiroteo en William Morris. En ese momento, a dos meses de la muerte de Aramburu, era el prófugo más buscado del país y también era el héroe absoluto de la resistencia. Por primera vez desde el golpe de 1955 el peronismo había pasado a la ofensiva con el crimen, y había revivido como nunca en 15 años la llama del movimiento. Para Perón -que en palabras de Abal Medina “en la lucha por el regreso no iba a sacarse a ningún aliado posible de encima”-, aquel episodio significó la primera posibilidad de hacer pie dentro de lo que era la izquierda combativa que, como había probado el Cordobazo, tenía un componente mucho más marcado del marxismo que del justicialismo.
Familia. Por eso es que, en aquel primer encuentro, el General le pidió algo a lo que sólo había accedido ante sus padres y que, desde entonces, sólo volvió a hacer para su libro y para esta entrevista: “Si no le resulta difícil, me gustaría que me contara cómo era Fernando”, le pidió Perón, una charla que luego derivó hacia Montoneros y hacia el “Aramburazo”.
Acá hay que entender la doble dimensión que tenía y sigue teniendo el tema para Juan Manuel. Él, por un lado, había tomado una orientación política muy alejada de la de su hermano, pero a la vez ese fantasma lo seguía adonde iba. Una escena lo explica más que mil palabras: el día del funeral de Rucci, varios sindicalistas lo miraron más que de reojo cuando se apersonó, a pesar de que Fernando llevaba tres años muerto, de que Montoneros -la organización autora de ese crimen- había tomado un camino distinto al original -con, por ejemplo, la incorporación de las marxistas Fuerzas Armadas Revolucionarias- y del hecho de que Juan Manuel jamás había tenido algo que ver. También funcionaba en sentido contrario, cuando multitudes lo aclamaban aún antes de ser el hombre de confianza de Perón. “Como una vez me dijo Cámpora, es un apellido que despierta en el movimiento un eco emocionado”.
Abal Medina cuenta: “Yo rehuía a toda aparicion pública. Pero seguía apareciendo e inevitablemente se me asociaba, aunque yo no hacía nada en esa dirección sino más bien lo contrario. No lo decía en aquel momento, cuando vino la persecución, porque me parecía una cobardía deslindarme cuando era un peligro, pero a la vez no quería tomarme méritos que no me correspondían. Pero siempre aclaré que no fui montonero”.
Sin embargo, ante la insistencia de Perón en Puerta de Hierro, Abal Medina le relató el último encuentro con su hermano. Fue días después del crimen de Aramburu. Una mujer desconocida llamó a la casa y, mediante un sistema que había diseñado antes con Fernando, lo citaron a Rivadavia al 2300. Un auto Dodge frenó ahí y lo hizo subir. A las cuadras apareció el otro Abal Medina. “Fernando, ¿qué están haciendo?”, le dijo, y luego intentó convencerlo de que abandonara el país. Este episodio, que Juan Manuel no puede ni quiere recordar con detalles en la entrevista, está contado en el libro.
“Pero Fernando se negó -cuenta-. Lo vi inquieto. Aparentemente, estaba tranquilo, pero algo traía. Entonces me dijo: 'Matar es terrible... es tremendo', o al revés: 'Es tremendo, es terrible'. Estaba claro que el haber matado no le había hecho bien. Me apretó los hombros desde atrás, yo le apreté las manos, y se bajó del auto. Esa fue la última vez que nos vimos”.
En el texto también narra un episodio junto a Norma Arrostito, entonces pareja de su hermano y figura mítica de Montoneros, en el que hablan de los días finales de Fernando.
Abal Medina: Con un hilo de voz, Norma me contó que un día se despertó a la madrugada al notar que Fernando no estaba a su lado y que lo vio de rodillas, sobre el otro lado de la cama. “Estaba rezando”, me dijo. Fernando rezaba por Aramburu, por la familia de Aramburu y también rezaba por él, y entonces le dijo: “No sabés lo que deseo que eso no hubiera sucedido”. No era una frase política; sé que Fernando no tuvo dudas en la justicia de su acción. Pero esa reflexión posterior definía su posición humana como católico y su profundo respeto por la vida humana. Norma me dijo que quiso salir de ese momento haciéndole alguna broma tonta sobre el arrepentimiento cristiano, pero Fernando, muy serio, le pidió que no lo tomara en broma, que era precisamente el arrepentimiento de un cristiano lo que sentía. Terminó ese relato llorando y me abrazó fuerte.
Noticias: ¿Y cuando le contó esto a Perón, qué le dijo él?
Abal Medina: Fue una escena muy emotiva. Dijo que fue un hecho de profunda justicia. Yo no puse en duda su juicio, sólo le comenté que no dejaba de ser una muerte y que hubiera deseado que las cosas no se hubieran dado así, que no hubiera sido mi hermano. Pero... pero bueno... ese tema fue muy duro para Fernando, muy duro para él. No quiero hablar más de este tema, no quiero volver sobre eso.
Noticias: Hay una idea de que Montoneros cambia su sentido desde su formación original, con Fernando, a lo que fue cuando ya estaba Perón en la presidencia. ¿Coincide?
Abal Medina: Arturo Jaurteche un día me dijo que si Fernando estuviera vivo todo lo que pasó no hubiera sido igual. Le pregunte por qué y me dijo: “Fernando no era marxista, era peronista”.
Volver. Fernando también se le apareció, en la memoria, cuando fue a abrazar a Perón en la escalerilla del avión que lo trajo de regreso. “Fue un recuerdo inevitable, muy fuerte, que se me apareció”, dice Juan Manuel, y termina así con un misterio de cinco décadas: por qué él fue el único que, en aquel día inolvidable, no sonrió para la foto. Parecía una premonición. Juan Manuel era de los pocos que no se entregaban al jolgorio generalizado y que advertían que la situación era muy delicada.
“Había mucha gente que no entendía lo grave y peligrosa que era Argentina. Y tuvimos la desgracia de la salud del General. Si los militares no hubieran sido tan tercos y hubiera podido regresar antes, o si hubiera podido vivir unos años más, la historia argentina hubiera sido muy distinta, Argentina se hubiera ahorrado una terrible tragedia”.
Las sonrisas duraron poco. Luego de 49 intensos días de mandato de Cámpora, Perón volvió a una presidencia que duró poco. En el medio asesinaron a Rucci, el General se peleó con Montoneros, la Triple A comenzó su historia sangrienta y, finalmente, el caudillo murió.
Noticias: Uno de los grandes misterios es la relación de López Rega con Perón. ¿Por qué creció tanto?
Abal Medina: Creció porque todo el mundo le hacía caso, en esa materia sí que no cargo con ninguna responsabilidad. Tengo algunas culpas, pero yo nunca ayudé a crecer a López Rega, todo lo contrario.
Noticias: ¿Y cómo logró esa influencia sobre Perón?
Abal Medina: La terminé de entender ahora, en los finales de mi vida. La influencia que tiene la gente que cuida al enfermo mayor es notable. En determinado momento él manejó toda la medicación, que para un enfermo ese es un tema vital. Es difícil entenderlo para un joven, como me pasaba a mí en aquel momento. Lo he entenido con los años. López Rega le era útil en algunas cosas y se había ganado mucho a la señora Isabel. Era muy hábil y totalmente servil, y se fue transformando en indispensable.
Noticias: ¿Cómo lo impactó el asesinato de Rucci?
Abal Medina: El General quería como hijos a dos personas: Galimberti y Rucci. Eran los dos que se le permitían hacerle bromas al General, y a los dos a los que les decía “mi hijo”. El asesinato fue demoledor. Ese día lo ví y me dijo “me mataron a mí, peor, me mataron a mi hijo”, y me dijo que “eran unos criminales”. Yo le dije que tenía razón. A mí también la noticia me demolió. Era muy amigo del “Petiso” y habíamos pasado juntas unas muy bravas.
Noticias: Dice que tiene algunas “culpas”. ¿Cuáles?
Abal Medina: Creo que era demasiado joven y eso no me hizo ver algunos peligros. Debí haber sido, y es un cargo que tengo hasta hoy, más enérgico sobre algunas cosas, como el recibimiento en Ezeiza, del que yo estaba absolutamente en contra de que se hiciera como se hizo. Se podría haber evitado Ezeiza.
En este punto, Juan Manuel se disculpa. Su enfermedad le complica tener una charla muy larga de corrido. Y el teléfono del último testigo de Perón se corta. Es el 17 de noviembre del 2022, y hace cincuenta años Abal Medina abrazó al General y entró en la historia.
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