El 26 de octubre, La Libertad Avanza consolidó su dominio electoral y Javier Milei se afirmó como el líder central del nuevo panorama político. Sin embargo, tras la euforia del triunfo, el denominado “triángulo de hierro” del Gobierno —Karina Milei, Santiago Caputo y Guillermo Francos— atraviesa su momento de mayor tensión. Caputo, principal estratega de campaña y vínculo con Donald Trump, aspiraba a ocupar la Jefatura de Gabinete. Desde su rol operativo, influye sobre áreas sensibles como la ex SIDE, Aduana, DGI, Justicia y Salud, y buscaba concentrar poder para negociar con los gobernadores la Ley Bases II y el Presupuesto 2026. Su objetivo era convertirse en una suerte de “primer ministro” del presidente.
Pero Karina Milei, secretaria General de la Presidencia y figura clave del círculo íntimo, frenó esa avanzada. En las 48 horas posteriores a las elecciones, reafirmó a Guillermo Francos como jefe de Gabinete y lo envió a fortalecer puentes con gobernadores peronistas. Según una frase que circula en la Casa Rosada, “poder y solo poder: demasiadas cajas tiene Santiago, y eso incomoda”. Francos, dirigente peronista moderado, con trayectoria en el Banco Provincia durante la gestión Scioli y en el BID bajo Alberto Fernández, funciona como contrapeso: es negociador, carece de ambiciones presidenciales y mantiene alineación directa con Karina. Él mismo lo ratificó: “El Presidente nunca me hizo un comentario sobre esto. Yo sigo en mi cargo”.
El movimiento incluyó otro gesto significativo: la reivindicación del clan Menem, históricamente enfrentado a Caputo. Martín Menem, titular de la Cámara de Diputados, consolidó un bloque crítico al asesor, acompañado por Francisco Paoltroni —expulsado anteriormente por sus choques internos—. Tras haber sido desplazado en septiembre para darle espacio a Caputo, Eduardo “Lule” Menem recuperó influencia de la mano de Karina.
Aunque Caputo mantiene relevancia internacional y protagonismo en Washington, su margen de acción interno se reduce. El mensaje es claro: en el proyecto Milei, la lealtad interna prevalece sobre el rédito electoral. El gabinete busca ahora estabilidad para avanzar en negociaciones con el FMI y sostener gobernabilidad. La incógnita es cuánto tiempo resistirá el esquema actual. La interna libertaria, lejos de disiparse tras la victoria, amenaza con profundizarse y tensionar la arquitectura de poder oficial.














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