Hay muy pocas personas que influyeron tanto en la vida y en la cabeza de Alberto Fernández como Esteban Righi. “El Bebe” -tal era su apodo, aunque ni una sola vez el Presidente lo llamó así y ni siquiera lo tuteó- fue su mentor cuando recién era un adolescente que hacía sus primeros pasos en la Facultad de Derecho, y de su mano conoció aquel mundo. Righi también fue el ministro del Interior de Héctor Cámpora y en aquel trajín, como cualquier funcionario que fue parte de aquel breve gobierno, se convirtió en un experto en las internas del peronismo, que en aquel entonces era tironeado con real violencia entre Montoneros, los sectores más conservadores de ese movimiento y hasta el propio Perón.
En algún momento de los 49 días que duró aquella presidencia, un periodista le preguntó a Righi cuál era el principal objetivo del “Tío” para su mandato. “Mantener un cuidadoso equilibro, es decir, no inclinar su gobierno hacia los sectores más radicalizados ni hacia los más tradicionales”, contestó el hombre. Pasó casi medio siglo desde entonces, pero parece que Fernández otra vez volvió a tomar nota de lo que decía su histórico profesor: sabe que su tarea número uno es intentar que el Frente de Todos se doble pero que no se rompa. Es decir: tiene que lograr que la historia no se repita como farsa y aún menos como tragedia.
Es que el tsunami que provocó el tuit de Cristina Kirchner que criticaba al Presidente podría convertirse en uno de esos momentos claves que cambian los rumbos o los climas de los gobiernos, como en algún momento lo fue el “no positivo” de Julio Cobos o la renuncia de “Chacho” Álvarez durante la presidencia de De la Rúa. “Todos sabemos que fue un mensaje de Cristina, no sólo una calentura tuitera”, admiten desde la Casa Rosada. Y, a dos semanas de aquel dramático domingo, todos parecen haber tomado nota. Incluso CFK.
Teléfono descompuesto. En los últimos dos años Argentina tuvo que lidiar con fenómenos de los que no se tenía ningún registro histórico. El de 2020 fue la pandemia, y el de 2019 ocurrió cuando una vicepresidenta nominó a su Presidente, y le dio los votos, el armado y el lugar. Jamás había ocurrido, y desde aquel 18 de marzo se abrió una dimensión desconocida en la política local. Las oleadas de esta inusual configuración de poder siguen llegando hasta la orilla del presente. Por ejemplo, en las últimas dos semanas el país, y en especial el oficialismo, asistieron atónitos al cruce de mensajes y reproches públicos entre los dos líderes de la coalición. La que abrió el fuego amigo fue CFK, que, con la excusa de una nota del periodista Alfredo Zaiat en Página/12, advirtió sobre el riesgo de “equivocarse”.
En la Quinta de Olivos lo tomaron como lo que fue, y, una semana después y esta vez con el pretexto del anuncio de la octava extensión de la cuarentena, el mandatario recogió el guante. “Si alguien pretende que yo deje de dialogar, va a ser imposible”, dijo el Presidente en la conferencia de prensa, y luego, en el mismo medio del cual había salido la editorial de la polémica, contó que no compartía el análisis “sesgado” de Zaiat. A nadie en la cúpula oficial se le escapó el metamensaje: Fernández le contestó a Fernández. Y marcó la cancha.
Esta conversación con delay y extremadamente pública mantuvo ocupado a todo el Gobierno e hizo transpirar a más de uno. Apenas estalló la bomba, el Presidente se hizo carne de la máxima de Righi y convirtió en política de Estado su trabajo para intentar controlar la interna, que amenazaba con desmadrarse. Mantuvo reuniones de trasnoche con Máximo Kirchner en la Quinta de Olivos y habló largo y tendido con Sergio Massa, el hombre cuya influencia no deja de crecer en el Gobierno y sobre el que circulan rumores de un “ascenso” político que para algunos suena a castigo.
También reforzó el diálogo con CFK, aun cuando los dos, en conversaciones privadas, esquivaron el espinoso tema durante varios días. Si el dardo de la vice fue sorprendente, el recuento de bajas y heridos de la escaramuza, hasta ahora la más importante en lo que va del Gobierno, también es llamativo.
La Reina Salomón. Al círculo íntimo del Presidente la oleada que desató CFK no le cayó para nada bien. Jamás lo admitirían en público, pero creen, en lo que es una opinión extendida en la Quinta de Olivos, que esta vez a ella se le fue la mano, por mucho. Alberto parece compartir esa postura: sus actos después de la intifada tuitera hablan por sí sólos.
Sobre CFK hay una idea que se hizo carne en estos días en una parte importante del oficialismo. Son los que apelan al inoxidable refrán del “dime con quién andás y te diré quién eres”. Es que quizás haya más conclusiones políticas para sacar en el reparto de jugadores de cada bando de la interna que en la interna en sí. Luego de que la vicepresidenta abriera la puerta para el pase de facturas, se subieron a esa ola de bronca Hebe de Bonafini, Julio de Vido -el ex superministro K al que Cristina ni siquiera saludó la última vez que lo vio, a mediadios de 2019 en una audiencia judicial-, el conductor radial Victor Hugo Morales, los periodistas Eduardo Aliverti y Horacio Verbitsky, el politólogo y ex 678 Edgardo Mocca, el intendente ultra K de Pehuajó Pablo Zurro, también con asiento en el Instituto Patria, que llamó al Gobierno a dejar de “retroceder”, y el piquetero Fernando Esteche.
No hace falta ser un experto analista político para notar la profunda soledad política de las figuras que sostuvieron la tesis K de que el Presidente corría el riesgo de “equivocarse”. Es decir: de aquel lado del Frente de Todos quedaron figuras con poca o nula representación real y con mucha o extrema imagen negativa en el grueso de la sociedad, mientras que a Fernández salió a apoyarlo el grueso del peronismo nacional e incluso un fundador de La Cámpora, Andrés Larroque.
La ex presidenta, que entiende de política como casi nadie en el país, parece haber captado esta señal. Es lo que piensan, al menos, cerca del Presidente: creen que con las evidencias en mano, y también en un gesto franciscano de ofrecer la otra mejilla, CFK admitió, a su particular manera, el error. Por eso, por primera vez desde que ganaron las elecciones, ella elogió en público a un ministro nacional. “Clarito como el agua”, dijo en un tuit sobre Martín Guzmán, el ministro de Economía, el 21 de julio.
Aunque este funcionario es por lejos su preferido en el Gabinete -muy atrás parecen haber quedado los tiempos en que cerca de Axel Kicillof, otro mimado de CFK, recordaban cómo el actual gobernador jamás quiso compartir paneles con Guzmán, con el que no coincide demasiado en la teoría económica-, el mensaje fue menos hacia el ministro que en son de paz interna. Está claro: cuando habla Cristina se hace oír, aún cuando sea en menos de 200 caracteres.
Diálogo hasta que duela. Luego de que dejó de ser solo el profesor adjunto de Righi en la Facultad de Derecho, Fernández abrazó su otra vocación que, décadas después, lo llevaría a ser Presidente: el diálogo, que en términos prácticos y políticos se traduce en la rosca y en el toma y daca. Es por eso que ante la consulta de NOTICIAS a funcionarios y estrechos colaboradores del mandatario la respuesta suele ir en la misma dirección. “¿Qué cuál es el plan de Alberto para contener las internas? Diálogo y más diálogo, hablar con todos, lo mismo que hizo siempre y lo que mejor sabe hacer”, cuenta un amigo suyo desde hace décadas, que hoy ocupa un cargo en un importante organismo del Ejecutivo.
El hombre lo conoce: es exactamente eso lo que hizo Fernández en la última quincena. A pesar de las tensiones logró, con la ayuda de Massa y también del dialoguista Cristian Ritondo -hombre cada vez más resistido por los duros macristas-, concretar una reunión con el bloque opositor legislativo, llamó a Víctor Hugo en plena emisión radial para corregirlo sobre el tema Venezuela, en un momento en que el conductor se encontraba en otra diatraba verbal contra la política oficial, dio varias entrevistas en son de paz, habló, gracias a la gestión del embajador de Estados Unidos, su amigo Jorge Arguello, y del omnipresente Gustavo Béliz, con el establishment empresarial de aquel país, agrupado en el “Council of América”, envió a “Wado” de Pedro a hablar con gobernadores para calmar sus miedos y tensiones, y se reunió con la cúpula de las Fuerzas Armadas para anunciar una recomposición salarial.
Incluso tuvo tiempo de cruzar un saludo al aire con su otro “mentor”, el músico Litto Nebbia, y hasta publicó un tema inédito que compuso en homenaje a un amigo que murió, que tocaba en la banda Súper Ratones, y que fue furor en las redes. Otra vez, ante el avance de la interna, Alberto corrió como bombero y volvió a mostrar su mejor habilidad, la de adaptarse cual camaleón para cada interlocutor del amplio Frente de Todos. Es su gran arte, pero tiene sus riesgos.
El plan B(eto). El Presidente parece no hacerle caso a lo que varias veces le aconsejaron sus íntimos: que tiene que empezar a delegar, que tiene que cuidarse y bajar un cambio. A lo mejor sí lo considera, pero no encuentra viable otra alternativa. “Se va a desgastar”, admite resignado uno de sus colaboradores más estrechos, que ya intentó y no logró convencer a Fernández de que busque alguna otra manera para tratar contener las internas, que al cierre de esta edición volvieron a tener una escalada por un nuevo round entre Sabina Frederic y Sergio Berni, del cual están hastiados en Olivos.
El peligro de la sobreexposición del Presidente, como también deja en evidencia la polémica con Viviana Canosa -que dijo que él la presionaba con mensajes a su celular-, es tan real que el Gobierno parece haber tomado nota: Santiago Cafiero y toda la jefatura de Gabinete (ver recuadro) que conduce levantaron bastante el perfil en los últimos tiempos.
Por ahora Fernández parece haber logrado capear el temporal. Sin embargo, el “plan diálogo” podría no tener patas demasiado largas, sobre todo teniendo en cuenta que en algún momento, como le ocurre a todos los gobiernos, el desgaste propio de la gestión se empezará a sentir entre sus miembros. Hay, también, otro problema de fondo, que es el que inquieta al círculo duro K. “Es falsa esa idea de que con diálogo se soluciona todo, de que las diferencias políticas se terminan si nos sentamos todos en una mesa y charlamos en tono ameno”, le dijo Mocca a Aliverti, en una entrevista para el histórico programa del conductor en Radio La Red. El mensaje es claro: a pesar del eslogan, para una parte del oficialismo no es “con todos”.
Sin embargo, es en este punto donde se tocan las críticas del núcleo duro con la autocrítica que ya empieza a ensayarse en Olivos. “Lo que nos falta es dejar de ser solo un gobierno 'de pandemia', empezar a afrontar otros problemas, otros temas, y mejorar la realidad. La verdad, la mejor manera de controlar la interna es con más gestión”, admiten desde la Quinta, en un pedido que ya circuló entre varios ministros. Es decir que, contrariando a la máxima de Raúl Alfonsín, otro de los admirados de Fernández, en Presidencia son conscientes de que con diálogo solamente “no se come”. Los que hablan con CFK dicen que ese, empezar a tener resultados reales y concretos, es el fondo de su reclamo a su ex jefe de Gabinete.
Volver mejores. El filósofo Antonio Gramsci hablaba del problema político que son los “empates hegemónicos”, que se dan, en palabras del marxista italiano, cuando lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer. En este pantano parecería encontrarse Fernández, que, también apurado por la pandemia, no logra todavía darle luz a un Gobierno sólido, al que encima una parte de la coalición, que además es la más importante, le reclama respuestas rápidas, concretas y, muchas veces, polémicas.
Este empate podría empezar a cambiar si el Presidente lograra anotar el gol que significa cerrar las negociaciones con los bonistas extranjeros por la deuda. La salida de la cuarentena es otro tema que podría ayudar. También podría darle una mayor contención la aparición de un grupo político que lo ungiera, de una vez por todas, como el jefe indiscutido de la coalición. Es decir, si se diera lo que él y varios de su círculo se empeñan en no dejar nacer, porque entienden que traería más división que unidad: el “albertismo”.
Ese camino empieza a acelerarse: el miércoles 22 Cafiero organizó un almuerzo con el sindicalista Santa María, los ministros Katopodis, Rossi y Trotta, el gobernador Manzur y el intendente Zabaleta, un grupo que bien podría encarnar “el albertismo”, y en simultáneo el legislador Juan Manuel Valdés y el comunero Laureano Bielsa crearon el “Grupo Bicentenario”, una agrupación peronista sub 30 que bien podría encarar a la juventud del albertismo. Alberto va a tener que usar cuanto recurso le llegue para contener la interna. Sabe que el consejo de Righi, cinco décadas después, sigue siendo válido.
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