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POLíTICA | 28-05-2021 16:00

Horacio Rodríguez Larreta y sus horas más oscuras

Con la ocupación de camas arriba del 80%, se debate sobre las clases. El miedo por la foto de Lara Arreguiz y la bronca con Patricia Bullrich. La conversación secreta con Alberto.

Fueron días de mucho vértigo para Horacio Rodríguez Larreta. Aunque el último año viene siendo, por lejos, el más complejo para él y para su equipo desde que se metieron en política, la última semana todo empeoró: luego de que el jueves 20 decidió, esta vez, aceptar el pedido del gobierno nacional y suspender las clases, entró en un torbellino de problemas, errores no forzados, cruces internos y, como no podía ser de otra manera, mala suerte. Es como escribió quien hoy volvió a tener un momento de fama, William Shakespeare: “Cuando llega la desgracia nunca viene sola, sino a batallones”. El Jefe de Gobierno porteño puede dar fe.

Un vistazo a su búnker lo describe más que mil palabras. Por primera vez desde que estalló la pandemia, la sede del gobierno en Uspallata está desierta. En parte es por la decisión de volver a Fase 1, por la que bajó mucho la afluencia del personal administrativo, pero también es por la racha negativa de casos positivos de Covid que acumula el equipo de Larreta: desde el jueves 20 en adelante, se contagiaron Felipe Miguel, su jefe de gabinete, el jefe de gabinete de él, y Fernando Straface, secretario general y hombre todoterreno de Larreta. La mala suerte viene a batallones.

No es la única novedad por esos pagos. También se instaló una sensación que viene desde el fin de la historia: el miedo. “Es la primera vez que lo veo a Horacio realmente asustado”, cuentan sus secretarios. En eso tuvo mucho que ver la triste foto de Lara Arreguiz, la santafesina de 22 años que murió por Covid esperando una cama en un hospital. En la Ciudad, en un momento en que la ocupación de camas de terapia intensiva está arriba del 80% de su capacidad, esa lamentable muerte pegó fuerte: la imagen circuló por los celulares de todos los funcionarios porteños, que temen que ocurra algo parecido en sus pagos. Un hecho así en la Capital Federal, televisado por todos los medios y seguido en todas las redes sociales -y seguramente fogoneado por la otra cuadra de la grieta-, sacudiría hasta los cimientos a la oposición. “Sería una trompada de knocaut”, admiten cerca de Larreta.

Y está claro que nada une como el espanto. En esta versión pandémica el temor se coló en la conversación privada que tuvieron Alberto Fernández y Horacio Rodríguez Larreta. Fue un par de horas antes de la videoconferencia de la mañana del jueves 20, en la que se terminaron de definir las nuevas restricciones. Ahí volvió a primar, por primera vez en mucho tiempo, la calma. En los últimos seis meses, luego de la pelea por la Coparticipación que sepultó lo que en algún momento parecía una “amistad”, habían hablado sólo dos veces: a finales de septiembre, en Olivos, luego de una reunión en la que también estuvo Kicillof quien luego los dejó solos durante 45 minutos, y a mediados de abril, luego del escándalo por la suspensión de las clases, días en los cuales cada bando acusaba al otro de cualquier barbaridad. Esta vez la reunión no fue mano a mano pero si fue, quizás, la más importante de todas: ya no hay margen, saben ambos, para un centímetro más de grieta o politiquería. El fantasma de la crisis sanitaria no distingue bandos y aterroriza a todos. Fue una charla no muy larga, en la que rápidamente se pusieron de acuerdo. Era, de cualquier manera, una conversación necesaria: el último encuentro entre Miguel con Santiago Cafiero y Carlos Bianco, los jefes de gabinete de Nación y Buenos Aires, para definir las anteriores restricciones, había terminado con mucha tensión.

Por eso es que luego de la conversación entre Larreta y Fernández los ánimos llegaron más tranquilos al encuentro con los otros gobernadores en aquella mañana. Sin embargo, ya cuando en la Ciudad aceptaron la idea de Fernán Quirós de suspender las clases -aunque en verdad el ministro quería ir hacia una Fase 1 más dura de la que quedó, en la que no se permitiera ni siquiera salir a correr-, intuían que se iba a venir la andanada.

Pero acá la historia se complejiza. Más allá de que en la Ciudad masticaban bronca con las críticas constantes de Axel Kicillof-“tanto les importa la educación que fueron los únicos que la suspendieron”, fue uno de los dardos públicos del bonaerense-, parte del ala política del larretismo se pregunta sobre el porqué del traspié. Porque no sólo la Ciudad pasó de asegurar que las escuelas no contagiaban a cerrarlas, sino que incluso no habilitó las clases virtuales y las suspendió durante tres días. Es un giro discursivo muy difícil de explicar, y es por eso que las miradas apuntan hacia la ministra de Educación, Soledad Acuña. Dicen en esos pasillos que la idea fue de ella, y que en el medio de la vorágine del cierre nadie se percató de que dejaban un flanco abierto para el Gobierno. “No sabes lo enojado que estaba Horacio”, cuentan en Uspallata. Y el futuro se augura igual de complejo: luego del fallo de la Corte Suprema, la decisión de extender o no la suspensión de las clases, y el costo político que viene aparejado, va depender enteramente de la Ciudad. Por ahora, la idea apuntaba a abrir las primarias y definir qué hacer con las secundarias en base a los casos de hoy y el fin de semana. Intríngulis política.

Pero lo que le está quitando el sueño al jefe de gobierno porteño, además de la pandemia, es la interna: Patricia Bullrich le volvió a ratificar a Larreta, frente a frente, que no se piensa bajar de una candidatura en la Capital para este año, mientras que María Eugenia Vidal no sólo no se termina de definir sino que dice ante cada micrófono que quiere ser la próxima presidenta. “Es lo que tiene que decir, es parte de una estrategia acordada con Horacio”, cuentan en el gobierno de la Ciudad, aunque cerca de la ex gobernadora minimizan esta versión y juran que recién en julio ella se decidirá. “Horacio es mi amigo, no mi jefe”, es una frase que suele usar la ex gobernadora para definir su relación con Larreta. 

Con Bullrich la situación está pasando de castaño a oscuro. La poca paciencia que le queda a Larreta y los suyos con ella es proporcional a los furcios que se manda la ex ministra. Luego del fallido por las coimas de Pfizer, en la Ciudad pensaban que ya nada los podía sorprender pero se llevaron una sorpresa. “Ni Stalin se animó a tanto”, lanzó Florencia Arietto, mano derecha mediática de Bullrich, sobre la decisión de Larreta de pegar carteles en los edificios sobre el nuevo protocolo Covid. Con el flanco ya abierto por la decisión de bajar las clases, la trompada de una, en los papeles, aliada, cayó más que pésimo. Dicen en la Ciudad que la entrada a Uspallata para Arietto quedó prohibida.

“¿Ves lo que te digo Mauricio? No podés confiar en Patricia”, le dijo Larreta a Macri, en una charla telefónica esta semana. Con precisión quirúrgica, el jefe de gobierno porteño viene operando sobre el costado que al ex Presidente, con sangre romana en las venas, siempre le pesa: la desconfianza. El cordón umbilical que une a Macri con Bullrich amenaza con cortarse.  

En medio de este lío es que Larreta y la Ciudad entran a la peor etapa de la pandemia. Se enfrenta a sus horas más oscuras.

 

 

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Juan Luis González

Juan Luis González

Periodista de política.

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