Saturday 14 de December, 2024

POLíTICA | 26-06-2020 07:35

Investigación exclusiva: ¿qué pasa entre Alberto Fernández y Cristina Kirchner?

Crece la presión para fundar el albertismo mientras la Vice marca agenda. La estrategia de dar pelea a través de sus funcionarios. La interna por Vicentín.

Alberto Fernández y Cristina Kirchner se ven todas las semanas. Los dos políticos que más arriba están en el escalafón gubernamental se cruzan de mínima dos veces cada siete días, y tienen largas charlas en las que suelen recorrer el amplio abanico de temas que incluye la gestión. Por eso, a priori, la cena que compartieron en la noche del jueves 4 de junio, que transcurrió en la quinta de Olivos, no debería resaltar entre todos los otros encuentros que mantuvieron, que se suelen mantener en reserva. Pero lo hace: de esa reunión el Presidente salió convencido de anunciar la expropiación de Vicentin, algo que haría el lunes siguiente. Si la decisión de intervenir y de enviar un proyecto de ley para que el Estado se haga cargo de la cerealera fue quizás el momento más emblemático en la construcción política del nuevo Gobierno, en la comida entre el Presidente y su vice se esconde la gran incógnita que recorre al país desde que CFK anunció quién sería su candidato: ¿qué pasa entre ellos?

La versión oficial ante esta consulta de NOTICIAS es, como suelen ser las respuestas formales, color de rosas. “No hay diferencias, piensan lo mismo”, es la escueta respuesta del vocero de uno de los dos protagonistas de esta edición. Pero, un paso más allá del cassette, el caso Vicentin pone de relieve que, de mínima, conviven tiempos distintos dentro del Gobierno. “Alberto arrancó a lo Cristina, anunciando una expropiación sin consultar, y después volvió a ser más él”, dice un hombre del massismo que desconfía de las intenciones del cristinismo duro y que conoce bien a ambos. Aunque todas las evidencias apuntan a que Fernández tenía la decisión tomada antes de consultarlo con CFK, también era de esperar que ella, que seguía el tema a través de su delfina senadora, Anabel Fernández Sagasti, diese su bendición. Entonces, ¿quién toma las decisiones?

A la carga. Aunque a Alberto, y a varios de su Gabinete, le moleste la consulta persistente, la duda es válida desde el 18 de mayo del año pasado. Es que, desde el momento mismo en que CFK subió el video anunciando quién sería su candidato, la paradoja singular de que el líder -al menos en los papeles- del espacio fuera alguien sin poder ni votos propios hace válida la duda sobre quién gobierna. Lo habilita no sólo la lógica política argentina sino también la historia: en este país, la experiencia de que lo presida alguien sin espalda propia, como Héctor Cámpora, siempre terminó mal. “El Tío” pueder dar fe.

Quizá porque el pasado trae malos recuerdos sobre este punto es que cada tanto el Presidente se incomoda cuando se lo preguntan. Hace no mucho lo fue a ver alguien a quien conoce hace décadas, un intelectual que hoy está del otro lado de la grieta, que le empezó a insistir sobre la creciente proyección de CFK en el Gobierno. Fernández lo retrucó con una frase que luego empezarían a repetir los suyos. “Yo aporté entre 10 y 15 por ciento de los votos al Frente. Sin Cristina no se podía, pero sin mí tampoco. No tengo jefa”, es la lógica por la cual el Presidente, quizá con razón, se siente imprescindible, y hace referencia a cómo su presencia logró ampliar la base política del kirchnerismo. Según este razonamiento el Presidente y la vice son dos polos que se complementan y que permiten la gobernabilidad, y uno no puede avanzar sobre el otro de la misma manera en que no se puede levantar un techo sin las cuatro paredes que lo sostengan. Uno de los ministros más importantes, que conoció a Alberto en una campaña de hace algunos años, apoya esta visión: “A veces hay diferencia de criterios, pero está claro que comparten el objetivo y el rumbo”.

En el segundo pelotón, los temas en los que no hay fisuras, Fernández y CFK juegan como lo que son: un equipo que se conoce hace mucho. Uno de los campos que resalta es, irónicamente, un mundo en el que ninguno es experto, el de la economía. Martín Guzmán es uno de los ministros preferidos de la vicepresidenta, quien lo suele felicitar en público y en privado. “En economía hay una sintonía perfecta. Hasta ahora, Cristina no cuestionó ni un solo eje de la política económica, de la negociación de la deuda ni del Banco Central”, dice uno de los hombres más importantes del Gobierno en esta área. Un secretario de Estado, también clave en el equipo económico de Alberto, complementa: “En mi experiencia, nunca Cristina ni nadie de ella me dijo qué hacer”. Es cierto que hubo un cruce en este mundo, aunque está más ligado a la cartera que comanda Claudio Moroni, el ministro de Trabajo al que CFK mira de reojo. Es que CFK no estuvo de acuerdo en que se subsidiara el sueldo a las grandes empresas, incluso desde antes que se conociera que algunas como Techint y Clarín se habían anotado. Pero fue un tema menor, y un hombre fuerte del massismo en el Congreso aporta otra línea de razonamiento: “No hay conflicto acá porque CFK pone los lineamentos macro del Gobierno, y Alberto lo acepta y administra ese poder”.

Pero ese es el vaso medio lleno. Hay otras áreas en los que las “diferencias de criterio” entre Alberto y Cristina aparecen y se multiplican. Una es en la relación con la oposición. En el entorno de Horacio Rodríguez Larreta, el jefe de Gobierno porteño que aparece cada vez más cerca del Presidente, juran que el mandatario le confesó que a veces tiene que tolerar cierta molestia de la vicepresidenta cuando el hombre fuerte del PRO aparece por la quinta de Olivos. La decisión del Presidente de convocar de urgencia a Larreta en la noche del viernes 15 de mayo, cuando todo el cristinismo duro arreciaba en las críticas contra el ex jefe de Gabinete de Macri, habla por sí sola. “Te necesito”, decía el mensaje del Presidente a Larreta, en un tono particular. Un estrecho colaborador presidencial intenta bajarle el tono: “Siempre tuvieron estilos distintos. En el gobierno K, Alberto hablaba con Clarín, con el campo, con los de ATE que denunciaban al Indec. No es nada nuevo su trato conciliador, y no es algo que piense abandonar: cuando tuvo diferencias con CFK renunció, y eso ella lo sabe”.

A la cercanía con Larreta hay que sumarle otro factor de poder -y, quizá, de futura tensión-: alguien que se preocupa en cultivar esa relación, y que también se ocupó de quedarse callado mientras pasaba la tormenta Vicentin, es Sergio Massa. El presidente de la Cámara de Diputados viene tejiendo en silencio, y con destreza, sus alianzas, y ahora tendrá una parada difícil, donde tendrá que juntar los votos para una expropiación que no comparte. En la resolución de ese debate en el recinto que preside podría haber una señal de la salud del Gobierno: ¿si le tocara resolver a él la votación habría un nuevo Cobos o jugaría sus fichas para el lado oficial? De cualquier manera, podría ser un parteaguas en la larga carrera del ex intendente de Tigre.

Peleas palaciegas. Pero la mayoría de las veces las batallas no las dan -ni las quieren dar- directamente ellos. “Entre Alberto y Cristina está bárbara la relación, ahora, de ahí para abajo nos vamos a arrancar los ojos como un buen gobierno peronista”, pronosticaba uno de los hombres fuertes del Instituto Patria unos meses atrás. Y tuvo razón. El caso del Ministerio de Justicia, por ejemplo, es paradigmático. Marcela Losardo, la abogada que es íntima amiga de Alberto desde hace décadas, intenta resistir los embates del kirchnerismo duro como puede, y eso que le había puesto a Fernández una condición para asumir: que no le coparan la cartera, una práctica que el gobierno K había ejecutado en el pasado con precisión quirúrgica. El Presidente no pudo -o no quiso pagar los platos rotos- y la presencia de Juan Martín Mena, el segundo del ministerio e íntimo de CFK, horada la gestión de Losardo, mientras que la tan prometida reforma judicial se hace desear. Quizá con el paso del tiempo se replantee esa decisión: uno de los pocos debates fuertes que tuvieron Cristina y Alberto, a fines de abril, y que trascendió la intimidad de su relación, involucró a Mena. Luego de que Nicolás Wiñazki publicara en el diario Clarín la primicia de que el secretario de Justicia tendría poder sobre el Acceso a la Información Pública, el área de esa cartera que se ocupa de dar respuesta a los pedidos de información oficial, cuentan que CFK entró hecha una furia a Olivos y le espetó al Presidente que algún miembro importante de su Gabinete había filtrado la información para dejar expuesto a su delfín judicial. Aunque el tema luego se diluyó y no pasó a mayores, esconde en sí una realidad: la vicepresidenta está autorizada a hacer fuertes reclamos cuando se le dé la gana, sobre todo en esa área. Es que, aunque es más que probable que jamás haya sido verbalizado, Fernández lleva un mandato implícito en su gobierno: ayudar a apagar los incendios judiciales que acechan a Cristina y a su familia para antes de 2023.

Un dato más sobre Justicia, donde no sólo gana lugares el cristinismo: Juan Grabois, el dirigente social que apoya al Gobierno aunque cada vez parece más rebelde (ver recuadro), logró colar a una mujer de su confianza en un área clave (el Centro de Acceso a la Justicia), y también da fe de cómo se lima la autoridad de Losardo.

La pelea por la designación de funcionarios, un tema que viene demorado -como se lo ha hecho saber CFK a Alberto-, es otro de los focos de conflicto. Ahí aparece de nuevo la vice haciendo su juego: en YPF, donde fue a parar el hombre al que Fernández quería como ministro de Economía, Guillermo Nielsen, colocó a Sergio Affronti como CEO, un hombre que le responde directamente en la que es una de las grandes cajas que controla el Estado. Eso se repitió con Fernanda Raverta en la Anses, por ejemplo, en Aerolíneas Argentinas y en el Pami, por nombrar algunas, mientras que hay al menos cinco ministros -Bauer, Rossi, De Pedro, Basterra y Salvarezza- que la sienten como su líder. Además de Sergio Berni, el secretario de Seguridad bonaerense que cuestiona casi a diario a su par nacional y desafía la autoridad presidencial. Ahí la apuesta es doble: en Olivos están convencidos de que el médico y militar no habla jamás sin la venia de CFK.

Afuera de esa puja de poder convive otra: la creciente presión de los sectores de poder que tuvieron roces con el cristinismo duro en el pasado por fundar el “albertismo”. Los sindicalistas Armando Cavalieri, Gerardo Martínez y Andrés Rodríguez ya se lo pidieron directamente al Presidente, quien, con la cintura que lo catapultó al lugar donde está, se salió del tema con elegancia. “No hay que fundar ni el albertismo, ni el cristinismo, sino el frentedetodismo”, pide un íntimo amigo presidencial que tiene cargo.

Final abierto. Tal vez el problema para entender cómo, al menos hasta ahora, se maneja el Gobierno sea más estructural que político: en una Argentina agrietada es difícil pensar -y creer- en fórmulas no binarias. Sobre todo tratándose del peronismo, un movimiento fundado por un general donde el respeto y la obediencia a la cadena vertical de mando están inscriptos en su ADN. Pero, a seis meses de llegar a la Casa Rosada, la dupla Fernández-Fernández amenaza con entrar a la historia como una novedosa fórmula de poder: Alberto no es un títere, pero se cuida mucho de no cruzar a CFK en temas sensibles, y ella no lo domina, pero tampoco se pasa los días mirando los estrenos de Netflix. Hay también una cuestión casi matemática: el kirchnerismo es el socio mayoritario, tanto en votos como en tropa, dentro del Frente de Todos, y entonces, como sucede en cualquier alianza política, es lógico que ocupe más relevancia que el resto. Y no sólo eso, sino que también es de esperar que el Gobierno se “vicentinice” con el paso del tiempo, es decir que el grupo con mayor presencia vaya imprimiéndole su carácter a los otros sectores e incluso al propio Presidente.

Sin embargo, el Frente de Todos no completó ni siquiera un cuarto de su mandato. A medida de que el Gobierno empieza a caminar las tensiones comienzan a aflorar, mientras que va creciendo el cansancio lógico de los políticos que lo integran, a la par que va bajando su paciencia para calmar las internas. La resolución a la pregunta más formulada en Argentina tendrá todavía que esperar, aunque una cosa es clara y no es nueva: si los deja de unir el amor los va a unir el espanto al llano, que suele venir acompañado, en este país, de causas judiciales y otras desgracias. La mitad del poder es mejor que nada de poder.

por Juan Luis González y Alejandro Rebossio

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