Néstor Kirchner se lo vaticinó allá por el 2008. “Vos vas a llegar, porque tenés ambición, amigos con plata y, sobre todo, porque sos un hijo de puta”, le dijo mientras lo invitaba a probar por un rato la comodidad del sillón de Rivadavia en el despacho principal de la Casa Rosada. Le veía pasta a Sergio Massa, que andaba por los treinta y tantos y acababa de asumir como jefe de Gabinete de Cristina Kirchner, y que no quería parar hasta llegar a Presidente, como su anfitrión.
Kirchner lo había logrado unos años antes, casi de carambola, cuando nadie apostaba un peso por él y muy pocos lo conocían. Pero tenía lo que hacía falta, ambición. Convenció a Duhalde para que lo aceptara como su delfín, sacó el 22 por ciento contra Menem en la primera vuelta y terminó en la Casa Rosada cuando el riojano se bajó de la segunda. Era un presidente casi ignoto, pero a la vez un temible animal de poder.
Massa también apuesta a llegar de carambola, con un empujón del azar. Acaba de tomar casi por asalto el Gobierno, empujado por la necesidad del resto de los miembros de la coalición peronista, y se muestra como la última bala frente a la crisis imparable. Lo lógico sería que, con una economía en picada y un dólar por las nubes, sus chances terminaran en nada, y en tal caso, también su carrera. Pero, ¿y si le va bien? La profecía de Néstor, si la suerte ayuda y el traje de salvador no le queda grande, podría terminar materializándose.
Massa llega a su flamante cargo de superministro como un bombero en medio de las llamas. Por primera vez, Cristina Kirchner y Alberto Fernández se deciden a entregarle el timón.
por R.N.
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