La puerta se cierra, las persianas se bajan y el volumen de la televisión se sube a un punto tal que se complica mantener una conversación. En este importante despacho de uno de los ministerios a los que CFK apunta sus dardos más filosos, es exactamente esa la idea: que no se escuche nada. “Es que hasta las paredes tienen oídos ahora. Acá estamos como los de Alcohólicos Anónimos: peleamos día a día”, le dice el hombre, mano derecha de un funcionario al que el cristinismo quiere ver sin trabajo, a NOTICIAS. Las PASO hicieron explotar la interna en el Gobierno y la crisis llegó a una instancia en la que, creer o reventar, en algunos pasillos solo se puede hablar en susurros. La Jefa siempre tiene el oído atento.
Es que las elecciones detonaron la bomba de tiempo dentro del oficialismo, donde la grieta entre el kirchnerismo y Matías Kulfas, Martín Guzmán y, en un escalón más abajo, Claudio Moroni –el tridente de los funcionarios más criticados dentro del área económica- apenas se podía disimular. El tsunami que ocasionó la paliza electoral provocó una crisis institucional y terminó con la expulsión de varios ministros y secretarios, pero con una notable curiosidad: ninguno de los grandes apuntados del área económica por la carta bomba de CFK se fue aún. “Ojo, que esto no es el fin de la guerra, apenas es una tregua”, dice uno de los que debió dejar su cargo. ¿Quién sobrevivirá a la próxima batalla?
Trinchera. El miércoles 15 fue un día impensado para todo el Gobierno, pero sobre todo para Guzmán. A la mañana presentó una Ley de Hidrocarburos -proyecto que, aún antes de tratarse en el Congreso, ya amenaza con naufragar por la resistencia K y de algunos gobernadores- en la Rosada, donde realizó una inesperada demostración pública de afecto. Hubo elogios a Kicillof (“Axel sabe muy bien”), a CFK (“me gustó mucho su último discurso”) y a Máximo (“siempre ayudando”), tres políticos que sabe que buscan presionarlo para que entregue su plan económico. Sonaba a manotazo de ahogado por parte del ministro, un último intento de ganar adhesiones. Una hora y diez minutos después de defender el proyecto, De Pedro presentó la renuncia y todo explotó.
Un testigo presencial de esas horas dramáticas, en las que el albertismo amenazó como nunca a salir de su estado embrionario, lo jura: dice que entre los que empujaban al Presidente a romper con el cristinismo se encontraban Guzmán y Kulfas. Cerca del primero lo niegan, cerca del segundo no se animan a desmentirlo. Si con el inquilino del Palacio de Hacienda hay, antes que todo, diferencias teóricas, con el ministro de Producción la situación se parece más un asunto de piel. Ni él puede ver al cristinismo ni viceversa. “El pelotudo de Kulfas que se dedicó a escribir libros en contra de Kicillof”, sintetizó la diputada ultra K Fernanda Vallejos en el ya famoso audio, en referencia a la publicación de “Los tres kirchnerismos”, el libro que sacó en el 2016. Esa herida jamás cerró.
La historia, sin embargo, terminó con un repliegue presidencial. En eso tuvo mucho que ver la carta de CFK, en la que apuntaba directamente contra el equipo económico albertista. “Una política de ajuste fiscal equivocada que impactó negativamente en la economía”, dijo, sin eufemismos, la vicepresidenta. Ella les tiró con munición gruesa e incluso, en el miércoles de furia, tuvo que mandarle un mensaje a Guzmán para minimizar el incidente y asegurarle que no “pedía su cabeza”. Quedaron en juntarse pronto. Por ahora, a pesar de que incluso el domingo de la derrota los ministros, de palabra, le habían ofrecido la renuncia a Alberto, ninguno dejó su cargo. Hasta ahora.
Contra las cuerdas. El miércoles 15 arrancó movido y terminó igual para Guzmán. Aquel día era el último, según los plazos legales, para enviar el Prespuesto 2022. Un alto funcionario del Gobierno, del ala albertista, asegura que el cristinismo “le pisó” el proyecto en varias oportunidades, y que solo se destrabó porque el propio Presidente se metió en el asunto con pies de plomo. Eso sucedió exactamente a las 23.45 de aquella noche: 16 minutos más tarde y se hubiera caído en una gravísima irregularidad. Pero fue una victoria como la que consiguió el Rey Pirro.
Cuatro días después explotó la bomba. El domingo 19 al mediodía Máximo habló con Horacio Verbitsky y le marcó la cancha al proyecto de Guzmán, que planea reducir de 2,1% a 1,7% del PBI los subsidios a la energía. Ese recorte supondría un aumento de al menos un 30% de las tarifas, incremento por el que, como se vio, los kirchneristas están dispuestos a ir a la guerra: ese intento de ajuste de parte del ministro, a principios de año, terminó con la batalla entre él y Federico Basualdo, subsecretario de Energía. Aquella fue la segunda crisis entre el cristinismo y el economista, y desde entonces la relación jamás se recuperó. En febrero había ocurrido el primer incidente con el kirchnerismo: Guzmán había ido al sur a intentar convencer a CFK de la necesidad de aumentar las tarifas, y la reunión secreta se filtró. En aquel lado de la grieta están convencidos de que fue él.
Ahora el que arremetió fue el líder de la Cámpora. “El Presupuesto se discutirá en el Congreso. Uno puede prever matemáticamente cuál debería ser el aumento pero también tiene que ver cómo está la sociedad, no puede actuar en base a cuentas matemáticas”, dijo, poniendo contra las cuerdas al plan de Guzmán. El ministro ya aceptó que va a tener que negociar, aunque todavía intenta pelear su idea original de seguir reduciendo el déficit fiscal. El debate con las tarifas toca en dos sentidos el núcleo del problema entre él y los K: por un lado hay dos visiones económicas distintas que, hasta las PASO, se enfrentaron en un marco de guerra fría. Por el otro, algo que se cristaliza luego de las elecciones, hay un ministro que de milagro resiste en su puesto y que sabe que va a tener que hacer concesiones para mantenerlo -entre las que podría anotarse un nuevo IFE, asistencia a la que Guzmán se opuso con tenacidad-. Lo que por ahora garantiza su continuidad es que el acuerdo con el FMI está tan avanzado que sería contraproducente echarlo ahora.
De hecho, en las oficinas de Producción aseguran que está prácticamente cerrado el acuerdo y que la única explicación que encuentran ante la demora es por la resistencia de la vice y los suyos. En el costado K del ring entienden que, hasta noviembre, no es el OK del Fondo el mejor modo de recuperar votos.
En los pasillos que comanda Kulfas la guerra se sintió y con una particularidad: ahí la secretaria de Comercio Paula Español, que en los papeles responde al ministro, presentó la renuncia ante el Presidente. No fue sólo una mojada de oreja a Alberto sino también una desautorización a Kulfas: debería ser a él a quien le presenten algo así. El lunes 20 hubo un áspero mano a mano entre él y Español. La relación, que ya no era buena, no volverá a ser igual. Por otra parte, desde el costado de Moroni, apuntado por el camporismo, niegan estar al tanto de cualquier inconveniente. “Nadie nos dijo nada, y mientras tanto seguimos trabajando”.
El futuro se muestra esponjoso para estos ministros, y también para otros albertistas como Matías Lammens. “Lo que va a definir si seguimos o no es la elección de noviembre”, dice un íntimo de uno de los funcionarios. Aparecen hoy dos alternativas: un superministerio que englobe a las tres carteras en debate, que sería liderado por Sergio Massa, o un reemplazo nombre por nombre y la absorción de Producción por parte de Agricultura. Así, el recién llegado Julián Domínguez se quedaría con ambas, algo que Máximo dicen que ve bien. Una vez más, serán los votos los que decidan.
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