Ni Alberto Fernández, ni Horacio Rodríguez Larreta lo admiten. Sus entornos aseguran que siguen hablándose tal como el primer día y que la relación no está resentida. Pero si uno se aleja un paso, puede notar que la “amistad” empieza a mostrar sus fallas.
Los más extremistas de un lado y del otro de la grieta van ganando la discusión: tanto en el kirchnerismo como en el ala dura de Juntos por el Cambio no aceptan que el Presidente y el jefe de Gobierno porteño tengan tal nivel de comunicación. Y tras la etapa del idilio, los dirigentes ya exhiben sus diferencias.
El quiebre definitivo podría haberse dado esta última semana. Rodríguez Larreta ya ensayaba su discurso para anunciar la vuelta a clases de 5100 chicos que no tienen acceso al uso de tecnología. Decía, incluso, que su ministra de Educación, Soledad Acuña, ya había logrado un acuerdo con su par de Nación, Nicolás Trotta. Pero el miércoles 27 de agosto, este último rechazó el protocolo y dejó pagando al alcalde porteño. La tensión se elevó al máximo.
“Creemos que fue una decisión del mismo Trotta, que no involucra a Alberto”, le dice a NOTICIAS una fuente del entorno íntimo del jefe de Gobierno, intentando bajar la temperatura del ambiente. En el edificio de Uspallata no había tanta sutileza para diferenciar al Presidente de su ministro de Educación. Consideran que fue otra mojada de oreja.
Por su parte, Trotta le quita toda motivación política al asunto. “Para reabrir las escuelas tiene que haber nula o muy baja circulación y no es la realidad de CABA”, le explicó a NOTICIAS.
La de esta semana no fue la primera oportunidad en la que Rodríguez Larreta proponía y desde Olivos le bajaban el pulgar. De hecho, ya había antecedentes de intentos de aperturas de cuarentena fallidos en la Ciudad, porque no llegaban al consenso con Alberto y con el gobernador Axel Kicillof. Pero esta vez, el alcalde mismo había anunciado un preacuerdo y lo dejaron pedaleando en el aire. Una de esas heridas difíciles de subsanar.
Amistad peligrosa. La pandemia logró cosas inesperadas. Que haya un diálogo directo y fluido entre los dirigentes con más poder formal del Frente de Todos y Juntos por el Cambio no parecía algo fácil de conseguir. Y sucede.
De hecho, el Presidente exageró la cuestión cuando llamó “mi amigo” a Rodríguez Larreta. Imbuido en un espíritu patriótico, el 9 de Julio, en pleno acto se declaró de esa manera ante los oídos de todos los gobernadores. El jefe de Gobierno tuvo que aclarar: no lo consideraba su amigo. Pero tampoco a Mauricio Macri.
NOTICIAS reveló que, a pesar de que Alberto Fernández indicaba públicamente que conocía “hace décadas” a Rodríguez Larreta, la primera conversación cara a cara la tuvieron hace menos de un año: el 6 de diciembre de 2019, cuatro días antes de la asunción presidencial, cuando se reunieron para organizar la remoción de las rejas de la Plaza de Mayo.
Cortocircuitos. Las encuestas evidenciaron lo que el kirchnerismo le remarcaba al Presidente. Que Rodríguez Larreta tiene más para ganar que él en la ecuación: rápidamente, el jefe de Gobierno se instaló como el político con mejor imagen. Y las diferencias empezaron a aflorar.
A pocos días del episodio de la amistad, empezaron las desavenencias. Primero fue por los runners, a quienes Rodríguez Larreta quería autorizar y en Nación se negaban terminantemente. Luego, las diferencias se profundizaron cuando Alberto, durante la inauguración del hospital del Bicentenario en Ituzaingó, dijo que lo hacía “para que nuestros adultos mayores, que hoy se enferman de Covid y tienen que atenderse en la provincia porque en la Ciudad no tienen más lugar”.
Rodríguez Larreta contó hasta diez y no contestó. Sí lo hizo, con su estilo más diplomático, el ministro de Salud porteño, Fernán Quirós. “En la Ciudad les garantizamos la atención a todas las personas”, aclaró.
Había pasado menos de un mes entre una y otra versión del Presidente. De aquella que lo llamaba “amigo” al alcalde porteño, a la otra, en la que lo acusaba de una floja gestión de la pandemia.
Mientras tanto, al jefe de Gobierno también le toca hacer equilibrio entre la responsabilidad de gestionar en plena pandemia y la política. Por un lado, tomó distancia de la reforma judicial del oficialismo: “Requiere un consenso mucho más amplio”, aseguró. Pero por otro, tuvo que despegarse de la marcha opositora del 17 de agosto: “No es una convocatoria institucional”, remarcó.
Con el paso del tiempo, y cuando empiezan a aparecer las elecciones intermedias en el horizonte, la relación entre Alberto y Horacio se complica más. En privado, siguen con un diálogo fluido y en buenos términos, pero en público deben sobreactuar las diferencias.
Al Presidente, los suyos le reprochan que está creando a un candidato que puede amenazar la posibilidad de que el Frente de Todos conserve el sillón de Rivadavia en 2023. Al jefe de Gobierno, el ala dura de su partido le reclama su supuesta tibieza mientras se debaten cuestiones importantes como la reforma judicial o la intervención a empresas. Ellos no ceden, pero cada vez esconden menos sus diferencias.
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