Cuando salió de la Quinta de Olivos, en la mañana de un martes primaveral de agosto, Eduardo Duhalde ya tenía un sabor agridulce en el paladar. No era porque se sintiera incómodo en el lugar: el hombre vivió ahí más de un año y conoce cada uno de sus rincones. Pero en su cabeza crecía una oscura preocupación. Se la había transmitido minutos antes a Alberto Fernández, en la sexta reunión mano a mano que tuvieron desde que CFK lo ungió como candidato. Pero Duhalde, que tiene algún entrenamiento en medir el pulso de la política, sintió que el Presidente no se había tomado el tema en serio, aun cuando le había prometido iniciar una investigación.
El ex mandatario, sin embargo, tuvo que ahuyentar rápido los fantasmas, porque de la residencia presidencial se fue directo a ver a Axel Kicillof en La Plata. Al gobernador le transmitió la misma inquietud y recibió una respuesta similar: a Duhalde le pareció que estaba hablando ante una pared, aun cuando el tópico era algo tan dramático como un posible golpe de Estado, un fantasma que en Argentina todavía trae los peores recuerdos. El lunes 24, a menos de una semana de sentirse desoído, una sensación que cada tanto atormenta al ex presidente, explotó: “El año que viene no va a haber elecciones, esto puede terminar en una guerra civil”, disparó desde el programa “Animales Sueltos”.
Y, de ambos lados de la grieta, tronó el escarmiento contra Duhalde por sus graves declaraciones.
ADN. El peronismo tiene una larga historia de desplantes o polémicas públicas como herramienta para sentar posición dentro del movimiento. Quizás el más famoso -y también el más trágico- fue el repudio a los “imberbes” e “infiltrados” que lanzó Juan Domingo Perón desde el histórico balcón de la Casa Rosada el 1° de mayo de 1974, el día que el General echó a los Montoneros de la Plaza y rompió de una vez por todas con la otrora “juventud maravillosa”. “A los muchachos, cada tanto, hay que darles un buen tirón de orejas”, le explicó, días después, el entonces presidente al político e historiador Jorge Abelardo Ramos.
A Duhalde, que por esos años era un concejal a punto de asumir al frente de Lomas de Zamora luego de que el intendente electo tuviera que renunciar por sanguinarias amenazas de la Triple A, parece que algunas de las enseñanzas del General le calaron hondo: intentó tirarle de las orejas al Gobierno nacional, pero le salió mal, igual que a Perón.
Aunque parece una memoria de otro tiempo, Duhalde dice que desde ahí, desde el fondo de la historia, viene su preocupación. “Ustedes no entienden, no vivieron el 76”, le dice a NOTICIAS, intentado justificar los miedos que hizo públicos. El ex presidente cuenta que los años de plomo fueron duros, que el golpe militar lo depuso como intendente, y que luego, a la vuelta de la democracia, casi sucede de nuevo: a poco de asumir Alfonsín, un militar amigo le fue a contar que se estaba gestando un golpe contra el radical, y que gracias a que él le notificó tempranamente el malévolo plan al entonces presidente pudieron controlarlo a tiempo.
Y dice que la historia vuelve para repetirse. “Vino un alto cargo del Ejército, un hombre peronista, a contarme que en los cuarteles se habla de 'levantarse contra los zurdos' y que estaban 'dispuestos a jugarse la vida'. Eso está pasando ahora en los cuarteles, pero nadie la quiere entender”, dice Duhalde, como hace unos días se lo contó en la cara a Fernández y Kicillof, aunque en concreto no aportó -ni entonces ni ahora- ninguna evidencia real y tangible.
En aquel momento, el Presidente le prometió iniciar una investigación que la dirigiría Agustín Rossi, el ministro de Defensa, pero -aunque Duhalde jamás lo admitiría en público- está convencido de que no se tomaron el tema en serio. Desde el Gobierno rectifican los suposiciones del ex presidente: “Claro que no nos preocupa realmente esa posibilidad, no existe de ninguna manera, las Fuerzas Armadas están profundamente comprometidas con la democracia argentina. Creo que Duhalde quiso llamar la atención más que otra cosa, está algo viejo”, dicen desde Olivos.
Peinando canas. En un mes y unos días, Duhalde va a llegar a los 79 octubres sobre su espalda. Esa realidad fue la base sobre la que le llovieron las críticas en estos días. “Está gaga”, se decía, no tan bajo, por los pasillos de la política.
Si bien Duhalde no es un hombre joven, y como cualquier casi octagenario siente el paso de la edad, puede mantener una conversación fluida y sus amigos aseguran que el exabrupto mediático de ninguna manera tiene que ver con los años. Sin embargo, algunos que lo conocen bien al ex presidente admiten que quizás tengan algo que ver sus nuevas condiciones de vida: desde que arrancó la pandemia, su esposa, Hilda, lo invitó a irse a vivir a otro lado.
No es, sin embargo, una separación ni nada por el estilo: “Chiche” no solo es una fumadora de toda la vida sino que uno de sus riñones jamás le funcionó, y con la llegada del Covid, como cualquier persona en el grupo de riesgo, le entró cierto miedo. Compartir su histórica residencia en Lomas de Zamora con Duhalde, que, a pesar de la pandemia, sigue trabajando y estando en contacto con gente, no era una opción para “Chiche”.
Entonces ella se ocupó de conseguir un departamento para su esposo, acondicionarlo y alquilarlo. Desde abril Duhalde, el histórico mandamás bonaerense, se retiró a un departamento en Capital Federal, a donde lo va a visitar con frecuencia su joven secretario. Sus amigos dicen que cuando el ex presidente habla de que “estamos todos alterados por la pandemia”, en verdad se refiere a que es extraño para él vivir solo luego de tantos años junto a “Chiche”. Dicen que en el fondo es un romántico.
Viejos vinagres. Duhalde y Alberto tienen una relación de larga data. Es que antes de ser kirchnerista, Fernández fue duhaldista: él fue uno de los cerebros de la campaña presidencial del entonces gobernador, en 1999, cuando perdió contra De la Rúa. Luego, en 2003, Fernández, que ya era uno de los lobbistas del matrimonio Kirchner, fue quien convenció a Duhalde de que apoyara al “pingüino” en su campaña presidencial.
De hecho, Duhalde tiene una fuerte simpatía por Fernández. Fue Alberto quien, desde el año pasado, viene trabajando en un cambio de imagen pública del “Cabezón”, y lo viene tildando como el “bombero” que ayudó a apagar el incendio de 2001. Durante los gobiernos K, Duhalde había sido catalogado por el matrimonio presidencial como una extensión más de la década menemista y por lo tanto demonizado.
Ese estigma, el de pasar a la historia del lado de los malos, es, dicen los que conocen a Duhalde, una de sus grandes preocupaciones, además de la de “mantener la unidad nacional”. Sin embargo, el ex gobernador viene in crescendo en sus críticas a la gestión, y en el anteúltimo encuentro le había advertido uno de los temas que a Duhalde más le preocupan: el avance del cristinismo en el Gobierno.
Más allá de eso, Alberto le encargó a su antecesor ponerse al frente de una comisión para armar una “ley anticorrupción”, que debería estar antes de fin de año. El grupo que juntó Duhalde incluye a Facundo Manes, Beatriz Sarlo, León Arslanian y Carlos Balbín, el ex procurador del Tesoro durante el macrismo, y lo sigue desde el gobierno Gustavo Beliz, el secretario todo terreno de Alberto. El martes 25 tenían una videoconferencia programada con Beliz pero el ex ministro se bajó: su segundo, Christian Asinelli , había dado positivo por Covid y Beliz se tuvo que hisopar.
Fue un día movido en Olivos: si el secretario de Asuntos Estratégicos, que ve todos los días al Presidente, llegaba a estar contagiado, hubiera sido algo parecido a un drama nacional.
Duhalde estuvo aquel día, y hasta el cierre de esta edición, intentando retroceder sobre sus declaraciones, aunque, en su fuero más íntimo, sigue convencido de que un golpe de Estado es algo que podría ocurrir en Argentina, a pesar de que esa idea va contra toda evidencia. Sin embargo, en la política argentina todos tienen el cuero curtido y se conocen hace mucho: en la noche del martes 25 Duhalde y Fernández hablaron vía Telegram y parece que hicieron las paces.
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