Ricardo Lorenzetti, de pie sobre la arena, estudia su reposera. Luego de algunos momentos de duda la acomoda, la aleja del rayo directo del sol y, con todo el placer del mundo, se acuesta y cierra los ojos. Si la escena la viera Javier Cercas, el español autor del best seller “Anatomía de un instante”, seguro diría que en el gesto de paz del letrado, casi dormido y con la frente mirando el cielo limpio de Cariló, se esconden varios gestos.
Es que en este Lorenzetti que se relaja bajo una sombrilla del balneario Heminghway hay más que solo un hombre de 65 años que se tomó siete días para vacacionar junto a su esposa: hay también ahí un fatigado ministro de la Corte Suprema que viene de terminar un año al filo del peligro, luego de que él y el resto de sus colegas quedaran en la mira del Gobierno, y sobre la reposera hay además un magistrado con olfato que intuye que este 2021 que comienza puede ser incluso más problemático y que por eso ahora quiere descansar. Es la calma que antecede a la tormenta, que de cualquier manera a Lorenzetti le dura muy poco.
“¿Cómo me reconociste?”, dice a modo de saludo el juez cuando NOTICIAS interrumpe su relax playero. Está francamente sorprendido: con barbijo, gorra blanca y lentes de sol venía atravesando su primera tarde en la costa atlántica sin que ni una sola persona lo hubiera distinguido. La tarea de reconocimiento es, además, difícil por otra situación. Es que, a meses de cumplir 66 años, Lorenzetti, sin la remera y en malla, parece de varios menos. El Supremo se cuida el físico.
Cuando su mujer, Mara Beatriz Perren (38), una prosecretaria administrativa de un juzgado federal de Rafaela, le pasa crema por la espalda, Lorenzetti se sale por mucho del estereotipo de un juez de la Corte de sotana y acartonado. Es un perfil que rara vez él –o cualquiera de sus colegas– suele mostrar, y es también por eso que varios de su entorno le habían desaconsejado irse a vacacionar a Cariló, donde hay médanos siempre fecundos de medios y periodistas. Aunque, cortesano hasta en la arena, el juez intercambia unas palabras con NOTICIAS, va a insistir una y otra vez con que no quiere dar ninguna entrevista.
Noticias: Una sola le hago entonces. ¿Cómo imagina este año? ¿Cómo seguirá la relación con el Gobierno?
Ricardo Lorenzetti: Como todos los años desde que soy miembro de la Corte, o sea desde hace 16 años. Siempre es difícil.
Sonríe con educación, se despide y se acomoda en la reposera. Y vuelve a dormir.
Poder. Lorenzetti se quedará en Cariló hasta el domingo 17, descansando en una discreta casa que alquiló cerca de la playa. El bajo perfil es regla para él: por eso siempre prefirió vacacionar en Europa o en algún país lejano donde pueda pasar desapercibido –plan que la pandemia le arruinó y lo llevó a la costa atlántica por primera vez en décadas– y por eso es que, entre las pocas palabras que cambia con este medio, una es una consulta al cronista de NOTICIAS sobre dónde están parando otros miembros de la Justicia o del círculo rojo por la zona. “Así sé para dónde no ir”, dice Lorenzetti, y se festeja su propio chiste.
Pero su descanso playero será solo un oasis de descanso comparado al año que le espera. De vuelta al trabajo –a Lorenzetti le tocó estar de guardia en la Corte en la primera semana del año, y recién en febrero la Justicia volverá a abrir sus puertas– lo esperan varios frentes. Uno es el interno: su relación con quien lo sucedió en la presidencia de la institución en el 2018, Carlos Rosenkrantz, es más que tirante y puede incluso tornarse peor. Hay una diferencia de método que ahora se va a tornar clave.
En pleno toreo entre el Gobierno y la Corte –CFK cerró el 2020 con una carta donde acusaba al máximo órgano de la Justicia de “extorsionar” al Ejecutivo–, Lorenzetti es partidario de mantener una estrategia silenciosa y de acercamientos y alejamientos estudiados. Rosenkrantz, en cambio, podría tomar un camino más combativo. Pero no es solo una cuestión de actitud. Lorenzetti está convencido de que el ciclo de su sucesor está agotado y espera con paciencia para poder volver al lugar del que cree que nunca se debería haber ido.
El otro campo de tensiones será la relación con el Gobierno. Después del tsunami que provocó la última carta de la vicepresidenta, hubo una idea que tomó el Presidente que puso a los Supremos en alerta: la posibilidad de crear un tribunal previo a la Corte, lo que en la práctica le quitaría poder a este organismo. Aunque Fernández insiste, Lorenzetti es de los que por ahora prefiere no arrugarse la sotana. Dicen los que lo conocen que, a tono con algunos vaivenes de este Gobierno, el juez cree que el último plan del Presidente va a naufragar antes de llegar a la orilla.
Lorenzetti prefiere, como si fuera un arte marcial, dejar el primer movimiento a la otra parte. Es una idea que también le volvió a aparecer por culpa de NOTICIAS: a fin de año el Supremo se sorprendió, leyendo la revista, con que según la encuesta que hace todos los años la consultora Giacobbe para este medio sobre el ranking de influyentes del país, la Corte quedara en el lejano puesto 99 sobre 100. El juez piensa que la caída en la tabla tiene que ver con el desgaste de salir a pelear tantas batallas. Por eso, aunque quizá parezca que descansa en la reposera, en verdad el gesto es otro: está esperando que llegue su momento.
Comentarios