Tuesday 19 de March, 2024

POLíTICA | 25-05-2020 00:59

Los bloopers diplomáticos de Alberto Fernández

El Presidente suma conflictos internacionales por su estilo provocador. Las reacciones de Suecia y Chile. El Grupo de Puebla.

Conectado a una notebook, Alberto Fernández recorre América Latina como un predicador de la unidad. Dice que no quiere ser ejemplo, pero recomienda a dirigentes chilenos y colombianos seguir los pasos de España y Argentina para derrotar a “la derecha conservadora”. También pide vencerla en Bolivia, en Ecuador y “en todos lados”.

La arenga a las fuerzas progresistas del continente sucede durante una reunión del Grupo de Puebla, que intenta recrear la Unasur de los tiempos kirchneristas. Presencian la “clase virtual” de Fernández los ex presidentes “Pepe” Mujica, Evo Morales, Rafael Correa y Lula Da Silva. Alberto es el primero en hablar y el único con poder real del grupo. 

Respaldado por los momentáneos buenos resultados sanitarios, llama a aprovechar la “gran oportunidad” que ofrece la crisis mundial de la pandemia para “construir otra lógica”. Y se dice a sí mismo “el discípulo de Pepe Mujica”. 

Uno de los funcionarios del Frente de Todos que mejor lo conoce asegura que “Alberto juega a ser el Lula o el Felipe González del continente”. “Se abrió ese espacio en la región y lo quiere aprovechar”, explica con lógica y una elevada pretensión.

Por eso, en el Gobierno minimizan cada conflicto internacional que comienza cuando Alberto abre la boca y repiten que sus comentarios provocadores forman parte de una estrategia de posicionamiento. Aunque después tengan que salir a apagar las llamas que deja en el camino.

Focos. La seguidilla de “incendios” internacionales se acentuó con la aparición del Covid-19. Chile y Suecia fueron los últimos apuntados por el Presidente y los dos respondieron a lo que consideraron una agresión de la Argentina.

“Vuelvan a unirse. Zanjen diferencias para poder recuperar el poder en favor de los chilenos”, fue la frase de Alberto Fernández que el gobierno de Sebastián Piñera calificó como una “injerencia en los asuntos internos de Chile”. La dijo en una de las reuniones del Grupo de Puebla, que coordina el opositor chileno Marco Enríquez Ominami. El aliado de Alberto en su misión regional. 

El cruce trasandino se transformó en un conflicto diplomático que tuvieron que suavizar los cancilleres de ambos países con diálogos acartonados. Felipe Solá, el bombero internacional de los incendios albertistas, ya había intentado bajar la combustión unos días atrás, cuando su amigo el Presidente comparó las cifras de contagiados y muertos entre ambos países y también recibió el contrafuego de Piñera.

“Mucho ruido y pocas nueces con Chile”, le bajan la tensión en el Gabinete argentino. “Lo que pasó no afectó el vínculo real”, aseguran. De la misma manera califican lo sucedido con Suecia, cuyo gobierno le contestó a Alberto que “es difícil hacer comparaciones directas entre las medidas de contención que han adoptado diferentes países”. El Presidente había usado el “modelo Suecia” para explicar lo que no había que hacer para contener la pandemia. Y la prensa sueca tituló: “Suecia se usa como un ejemplo de terror en Argentina”. Nada amigable. 

Cenizas. Hay que retroceder a la campaña de 2019 para encontrar los primeros choques con Jair Bolsonaro en Brasil, que ahora acusa a Fernández de llevar a la Argentina al socialismo. Y a diciembre pasado para ubicar el gran incendio internacional de los primeros meses albertistas: la llegada de Evo Morales al país, refugiado tras la interrupción de su mandato por la fuerza en Bolivia.

“La decisión de bancar a Evo fue el mayor problema hasta ahora porque rompió relaciones con Bolivia y generó roces con Estados Unidos”, asegura una fuente del Gobierno a NOTICIAS. La amistad que Alberto mantiene con Evo puso en riesgo el apoyo estadounidense en las negociaciones ante el FMI. Pero en la embajada argentina en el país que gobierna Donald Trump trabaja otro amigo presidencial para apaciguar las tensiones. Es el embajador Jorge Argüello, el único representante político de la Cancillería argentina que ocupa su lugar desde el día uno. 

Con los países de la región, Alberto teje y desteje. Lo hizo con el Mercosur, también durante el aislamiento: a través de Solá y el secretario de Relaciones Económicas Internacionales, Jorge Neme, Argentina se retiró de las negociaciones para acelerar la firma de un tratado de libre comercio con Corea del Sur, que beneficiaba a Uruguay y Brasil, en detrimento de la industria nacional. La posibilidad de romper el bloque comercial generó un gran ruido con los socios (también con Paraguay, que ejerce la presidencia temporariamente), pero fue sólo una amenaza.

“No hay ni hubo ruptura”, aseguró Solá. “La decisión no es irnos, sino hacerlo más grande”, le dijo Fernández a un molesto Lacalle Pou. Y el embajador ante el Mercosur, Mariano Kestelboim, explicó la trastienda del conflicto: “Las flexibilidades para que cada socio del bloque tenga entendimientos individuales fueron concedidas por el gobierno de Mauricio Macri. Lamentablemente, estas concesiones le dieron cuerpo a una posición mucho más fuerte por parte de Brasil y del nuevo gobierno uruguayo, y también en cierta medida de Paraguay, de avanzar en acuerdos que no necesariamente requieran el consenso de todos”.

Por lo bajo, en el Gobierno comentan que “la estrategia de amagar con salir de la mesa de negociaciones sirvió”. Ahora, volvieron a discutir acuerdo por acuerdo. Y reina una nueva y tensa normalidad que, en cualquier momento, Alberto puede hacer volver para atrás. 

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Daniela Gian

Daniela Gian

Periodista de política.

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