De empleado bancario a multimillonario. De una vivienda construida por el Estado a una amplia lista de inmuebles de lujo en distintos lugares del país. Sergio Urribarri sería un ejemplo exitoso de movilidad social si la Justicia no hubiese sentenciado que edificó su fortuna en base a la corrupción.
Después del apogeo que lo llevó hasta la gobernación de Entre Ríos, y que lo hizo soñar con ser candidato a presidente, Urribarri pasa sus peores días: fue condenado a ocho años de prisión por una megacausa de corrupción e inhabilitado de forma perpetua para ejercer cargos públicos.
El patrimonio del ex gobernador creció de forma exponencial al calor del poder. Así se hizo de una inmensa cantidad de inmuebles que todavía conserva. Pero su desgracia podría ser mayor: es que quedan expedientes abiertos que acumularían años de sentencia y que, tras su renuncia como embajador, deberá afrontar desde el llano. El entrerriano está en el ojo de la tormenta.
La caída. Urribarri nunca se imaginó condenado. Solía declarar que estaba “ansioso” por defenderse y que eran “ataques que quedarán demostrados a lo largo del proceso”. No sucedió. La catarata de pruebas que los fiscales recogieron lo llevaron a una condena histórica: el jueves 7, el Tribunal de Juicios y Apelaciones de Paraná leyó los fundamentos de la sentencia que el embajador de Israel siguió de forma virtual.
“El fallo de primera instancia de hoy es una clara muestra de arbitrariedad, injusticia y atropello al Estado de Derecho. Voy a apelar con la convicción de que me asiste la razón”, escribió momentos después en su cuenta de Twitter. Y completó: “No obstante, he puesto a disposición del presidente mi renuncia como embajador”. Alberto Fernández no tardó en aceptarla.
La megacausa aglutinó cinco expedientes con irregularidades cometidas durante su gobernación, entre 2007 y 2015 en las que se destacan la “causa de la vaca”, donde se investigó un mecanismo de pago de retornos a través de imprentas, y el “sueño entrerriano”, un desvío de fondos públicos para su carrera política: llegó a montar un parador en Mar del Plata, en la búsqueda de ser candidato a presidente en 2015.
Sin pronunciar la palabra Lawfare, clave en el vocabulario del kirchnerismo para defenderse ante la Justicia, Urribarri basó su defensa en ese concepto: le apuntó a los fiscales, al periodista Daniel Enz por ser “manifiesto anti-k que está obsesionado conmigo” y hasta a Rogelio Frigerio, “el de la Gestapo macrista que ahora se está investigando”. No fue suficiente.
El derrumbe del ex gobernador de Entre Ríos podría continuar. Es que hay más expedientes que tramitan por fuera del principal y podrían acumular más años de prisión: Urribarri tiene abiertos procesos por enriquecimiento ilícito y negociaciones incompatibles con la función pública. Además, está involucrado en otros juicios, como uno por contratos legislativos truchos.
La Justicia podría avanzar sobre su familia y también sobre sus supuestos testaferros. El principal, el empresario paraguayo Diego Armando Cardona Herreros, beneficiado con el millonario reparto de la obra pública en Entre Ríos. Por ahora, más allá de la sentencia en su contra, la fortuna de Urribarri sigue estando blindada.
El capital. El ex gobernador podrá decir, como pocos, que la del kirchnerismo fue su “década ganada”. Acumuló bienes de lujo y usó como propios los recursos del Estado. Entre otras cosas, construyó su lugar en el mundo en Salto Grande: una mansión que se convirtió en la joya de la corona y que visitaron tanto políticos como celebridades.
La "casa de fin de semana” que empezó a construir en su segundo mandato como gobernador es un casco de estancia de 10 habitaciones, cada una con baño en suite, un gran comedor y un amplio quincho. Afuera, una gran pileta que bordea la construcción y sirve de mirador a la represa. Playa privada, muelle y una cancha de fútbol con medidas profesionales y riego automatizado, que fue utilizada en más de una oportunidad por jugadores profesionales llevados hasta allí por su hijo Bruno.
A la casona de la península de Salto Grande, siempre bien custodiada según los oriundos del lugar, era más frecuente que el entonces gobernador llegara por aire que por vía terrestre.
Urribarri y su esposa, Ana Lía Aguilera, conservan la casa familiar que incorporaron al patrimonio en sus primeros años en la política, en Garat 200, Concordia. Aunque, claro está, con el buen pasar se le agregaron metros cuadrados de lujo y confort. En esa localidad, la familia tiene otros inmuebles importantes, como el de 25 de mayo y Avellaneda, donde reside la ex esposa de uno de sus cinco hijos.
También tienen inmuebles en Capital, como el de Lafinur 3300, a metros de Avenida Libertador, que es utilizado por todo el clan familiar. Eso, claro está, sin contar con otros bienes a nombre de sociedades y testaferros que la Justicia sigue investigando.
Génesis. En su infancia, en un campo de Entre Ríos, Urribarri no podía imaginar que de grande acumularía tal fortuna. Fue cajero de banco hasta que la política se cruzó en su vida. De allí llegaría a soñar hasta con la presidencia del país, antes de que todo empezara a derrumbarse.
Hijo de una directora de escuela rural y un empleado ferroviario, estudió para contador público aunque no se recibió.
Fue intendente de la pequeña localidad de General Campos, legislador provincial y ministro de Gobierno, antes de que Jorge Busti, a quien él presentaba como su “hermano y amigo”, lo apoyara para sucederlo en la gobernación. Quienes siguieron de cerca aquella campaña, en 2007, cuentan que no tardó un día en darle la espalda: culminada la elección que lo dio por ganador, traicionó a su padrino político.
Fue jefe de campaña de Adolfo Rodríguez Saá en 2003, pero también el primero en abandonar el barco para convertirse en kirchnerista, cuando ese movimiento estaba naciendo. También había sido menemista y funcional a quien le fuera útil. Sólo quería poder. Y hacer negocios.
Se metió en el mundo de la construcción, en el fútbol y en el agro (cuestión que ocultó cuidadosamente durante el kirchnerismo, cuando el campo era el enemigo), entre muchos otros rubros.
En 2015, a pesar de sus intenciones de ser candidato a Presidente, debió ceder ante Daniel Scioli. A cambio, el ex gobernador bonaerense le había prometido que sería su ministro de Interior y Transporte. Fuentes entrerrianas revelan que Urribarri estaba tan convencido de la victoria, que le había prometido a los suyos que se mudarían a Capital Federal: alguno de ellos, incluso, llegó a alquilar un inmueble que nunca utilizó.
Su regreso a las primeras líneas se dio con la irrupción del Frente de Todos. Alberto Fernández lo designó como embajador en Israel en mayo de 2020, aunque la pandemia lo hizo demorar en arribar a destino. Tardó poco en protagonizar el primer escándalo: meses después de su llegada se viralizó un video en el que se lo ve bailando en una fiesta. “Mañana, todos con covid”, comenta divertido en las imágenes que generaron repudio.
Quienes investigan a Urribarri creen que apenas empezaron a tirar del hilo. Aseguran que queda mucho por conocer de un patrimonio que no tiene límites. Y que la condena que sufrió es apenas la primera: el hombre que un día soñó con concretar el “sueño entrerriano”, hoy vive una pesadilla.
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