La apertura de la Temporada 2024 del Teatro Colón será con una de las obras más celebradas de la danza argentina: Carmina Burana. Con coreografía, libreto y puesta en escena de Mauricio Wainrot, y a lo largo de once funciones, la cantata escénica que Carl Orff imaginó en 1935, convocará en vivo al Coro Estable, el Coro de Niños y la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, para acompañar al Ballet Estable del Teatro Colón.
Puesta
Han pasado 25 años desde que Wainrot creó su versión de Carmina Burana, en 1998, para el Ballet Real de Flanders. La estrenó tres años después en Argentina con el Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín, al que comandó por más de una década. Pero por primera vez en sus más de 15 versiones, tendrá a los distintos cuerpos artísticos del Teatro Colón juntos, algo que Wainrot celebra con alegría hoy a sus 78 años. El coreógrafo cuenta además con la escenografía y vestuario del recordado Carlos Gallardo, el artista gráfico con quien trabajó en innumerables proyectos. “Fue el creador de la carrera de Diseño Gráfico de la UBA”, recalca Wainrot en la charla con NOTICIAS en el bullicioso comedor del Teatro Colón, por el que desfilan decenas de bailarines, músicos y técnicos. Toupe al que el coreógrafo comanda cual director técnico. “Director técnico no, director artístico, pero soy fan del fútbol y del trabajo de algunos DT como Pep Guardiola”, apunta Wainrot.
Destaca el mismo gusto por el armado de equipos, el aporte grupal del coro y el cuerpo de ballet para remarcar ciertos momentos de la obra, y del intercalar a probados profesionales con novicios para ver explotar sus facultades. “Pasó ayer en un ensayo con una de las bailarinas a la que le había dado el protagónico de una de las escenas de Carmina. A la tercera vez lo logró, encontrar el espíritu del personaje, y fue sublime”, festeja. Disfruta más, reconoce, de los ensayos que de las funciones, pero se niega a ser ese coreógrafo que se arranca los pelos por los errores de sus bailarines en el escenario. “Tomo nota de todo, pero para ajustar y mejorar”, cuenta.
La obra
Carmina Burana de Carl Orff es probablemente la obra coral más interpretada del siglo XXI. El nombre tiene raíces latinas: “Carmina” significa canciones, mientras que “Burana”, es la forma latinizada de Beuren, el nombre del monasterio benedictino en el que se descubrieron en 1803 (aunque desde entonces se ha establecido que la colección se originó en la abadía de Seckau, en Austria) una colección de canciones y poemas de principios del siglo XIII, escritas en una mezcla de latín, alemán y francés medieval por los Goliardos, un grupo eruditos y estudiantes clericales, que celebraban con humor terrenal las alegrías más banales.
La colección se publicó por primera vez en Alemania en 1847, pero no fue hasta 1934 que Orff encontró los textos, eligió 24 canciones, y les puso música. El famoso coro de apertura, “O Fortuna, velut Luna” (Oh Fortuna, como la luna), refiere a los caprichos del destino. Regresando íntegramente al final, da a la obra un marco dramático, en el cual se intercalan otros poemas, que tratan de las alegrías pasajeras de la primavera (Primo Vera), la taberna (In Taberna) y el amor erótico (Cour d’amours). Wainrot explica lo anterior con sencilla erudición. Y estudioso de la obra de Orff, su proceso y marco histórico, se enciende cuando se le pregunta por el link de la obra y su autor con el nazismo.
Contexto
La obra maestra de Orff atrajo enormemente al régimen nazi, a quien sus ritmos, como refrendó un crítico, le recordaban a las “columnas de estampación del Tercer Reich”. Y cuando Carmina Burana se representó por primera vez en La Scala, en 1942, fue celebrada como una obra maestra de los valores fascistas. Desde entonces, sus fragmentos más famosos han sido resignificados por la industria del cine, que los utilizó incontables veces desde la “Excalibur” de 1981 (con Helen Mirren y Liam Neeson), pasando por una veintena de populares comerciales. “No creo que Carmina tenga nada de facista”, despeja Wainrot antes de dar una lección de historia que se extiende del programa cultural nazi y la fascinación del Tercer Reich por Wagner (al que el coreógrafo se niega a escuchar), a los años del proceso en Argentina. Empalma con su propia historia: montó “Anna Frank” en el Teatro San Martín dos años después de la vuelta de la democracia.
“El terrible destino de las ocho personas que convivieron desterradas en el pequeño anexo de un edificio de Amsterdam, por espacio de más de dos años bajo el peor régimen fascista que ha existido”, resume Wainrot, que presentó el espectáculo en 17 oportunidades y por todo el mundo: con el English National Ballet (Londres), en la Opera de Gotemburgo (Suecia), con el Ballet Real de Wallonie (Bélgica), el Ballet de la Opera de Wiesbaden y el de Hildesheim (ambos en Alemania), entre otros. El repaso trae el recuerdo de su propia infancia, de los domingos de aquella familia de inmigrantes judíos polacos en Argentina, una herencia diezmada por el Holocausto.
Temporada
“Después de la guerra Orff emigró a los Estados Unidos, y creó uno de los sistemas de enseñanza de música escolar más usados en el mundo”, destaca Wainrot estudioso. Y es que la Carmina Burana de Orff es también la Carmina Burana de Wainrot, con un cuarto de siglo de celosa maceración personal, a la que se suman las actuales implicancias de una nueva ola de antisemitismo, pero también la celebración de la vida que la cantata de los Goliardos propone. Un coro en el que el célebre coreógrafo argentino encuentra el combustible para seguir intensamente activo tras infinidad de giras por el mundo: aunque ya no viaja tanto porque extraña su departamento y la comodidad de su propia almohada.
Así, la Fortuna de Carmina Burana, que se repetirá con funciones entre el 12 y el 27 de marzo, es el inicio de una temporada curada por Jorge Telerman y equipo, en la que el Ballet cobra fuerza: se apunta “La Bella Durmiente” de Tchaikovsky que se verá en junio, con coreografía de Mario Galizzi y Marianela Núñez (del Royal Ballet de Londres) como bailarina invitada; “Giselle” en octubre (con coreografía de Gustavo Mollajoli); y “La Bayadera” para el cierre del 2024, con coreografía de Galizzi y Kimin Kim como primer bailarín. Un listado al que se suman las producciones del CETC: “Mirlitons” en mayo (de François Chaignaud y Aymeric Hainaux); un conjunto de obras del coreógrafo escocés Billy Cowie, “Solos Extr3mos”, en septiembre; y “Materiales en construcción” de la coreógrafa Ana Gurbanov en noviembre y diciembre.
por R.N.
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