Friday 26 de April, 2024

EN LA MIRA DE NOTICIAS | 27-02-2020 23:23

El cronómetro de Alberto Fernández

La fase de precalentamiento del Gobierno llegó a su fin esta semana, con los primeros choques concretos con factores de poder.

En las últimas horas, uno de los dirigentes rurales que pulsea con el Gobierno para moderar el temido aumento a las retenciones, resumió el escenario nacional con una metáfora temporal contundente: aunque pasaron menos de tres meses de la nueva gestión, da la sensación de que ya fueron dos años. Examinada de cerca, la definición resulta imprecisa, y sin embargo, da en el clavo con la cuestión clave de la Argentina desde la asunción de Mauricio Macri hasta hoy: el timing para intentar torcer la inercia de Titanic que ha tomado el país desde hace años. Shock o gradualismo, esa es la cuestión más caliente -e irresuelta- que heredó Alberto Fernández de la fallida era Cambiemos.

Tanto Macri como Fernández tomaron medidas de alivio rápido apenas llegaron a la Casa Rosada: uno levantó el cepo, el otro congeló tarifas. Con esos gestos de fácil seducción masiva, ambos intentaron comprar tiempo para ir acumulando lo que sentían que les faltaba, o que no poseían lo suficiente para pilotear la situación que les tocó: poder realmente propio, no prestado por las circunstancias. Más allá de las consideraciones técnicas de la economía nacional, la opción por el gradualismo que probaron los dos delatan una marcada prudencia política frente a los factores de poder que se muestran indomables, y que el humor social puede ayudar a contener o -por el contrario- a detonar.

Pero por más que Alberto Fernández necesite y pida paciencia para resolver los graves problemas argentinos, la opción por el shock gana terreno día tras día en Olivos. Por un lado, el fracaso del gradualismo macrista deja una lección en ese sentido. Al mismo tiempo, en las propias filas kirchneristas, se multiplican las voces que empujan al Presidente a tomar decisiones más contundentes y rápidas. Y la aletargada economía nacional viene dando pocas señales de que la ansiada recuperación esté cerca, lo cual genera impaciencia hasta en los votantes K. Todo llama a una aceleración de los tiempos políticos, que el Gobierno intenta protagonizar sin entrar en un ritmo vertiginoso que vuelva incontrolable la conducción de la crisis.

En estas horas, la ruidosa avanzada contra las privilegiadas jubilaciones del Poder Judicial y contra las ganancias del sector agroexportador busca lograr dos efectos en uno: plantar bandera político-ideológica en el frente interno, y al mismo tiempo mostrar gestos concretos de preocupación por las cuentas públicas, de cara a la ardua y acaso prolongada reestructuración de la deuda argentina. Pero nada es gratis. Tocar a ciertas corporaciones puede ayudar sin quererlo a aglutinar antes de tiempo al espectro opositor, que tiene hoy una forma mucho más nítida de la que le tocó enfrentar al matrimonio Kirchner, al menos en sus primeros años de poder. Conviene recordar aquella chicana de Cristina Fernández, cuando mandaba a sus críticos a formar un partido y presentarse a elecciones: terminaron haciéndole caso y, finalmente, le ganaron. Es cierto que acaban de perder contra ella, pero no por mucho, como sí sucedía en sus épocas de Presidenta. Hoy más que nunca, una serie mal calculada de provocaciones a la otra mitad de la sociedad que no votó a los Fernández (como una amnistía de “presos políticos”, por ejemplo), podría poner al flamante Gobierno en una situación de desgaste prematuro. Lo saben los macristas que ayer montaron el show de la indignación republicana en el Congreso, y también lo sabe Alberto, que busca el paradójico equilibrio de acelerar sin apurarse demasiado.

 

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Silvio Santamarina

Silvio Santamarina

Columnista de Noticias y Radio Perfil.

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