Si la historia se repite una vez como tragedia y la otra como farsa, podríamos decir que la vida del italiano Guido Morselli fue la tragedia y la de John Kennedy Toole fue la farsa. O al revés. Contra lo que empecinadamente se propone Cory MacLauchlin hacernos creer en su biografía del escritor sureño norteamericano heredero de los británicos Evelyn Waugh y Kinsley Amis (el padre de Martin) y del norteamericano Joseph Heller (más neoyorquino que el “New Yorker”), no es el único caso del escritor frustrado que al nconseguir ver publicado su libro decide ponerles fin a sus días y pegarse un tiro (Morselli) o aplicar una manguera al caño de escape del auto, cerrar las ventanillas y dormirse en medio de la nube de emanaciones tóxicas.
“La conjura de los necios” es desde su publicación, tal vez, una de las pocas oportunidades que brinda la literatura de reírse a carcajadas con las tribulaciones de Ignatius Reilly, un inadaptado social, engreído y vago de treinta años que aún vive con su madre (Irene), que escribe cientos de cuadernos en los que intenta plasmar su visión del mundo y que, obligado a buscar trabajo para sobrevivir en el mundo capitalista que tanto detesta, se va topando con otros personajes, tan anacrónicos e inadaptados como él –los “necios” del título.
Lo que sí es increíble en la biografía de Kennedy Toole es el papel de su madre, Thelma, a quien la archiconocida novela de su hijo no dejaba bien parada, pero que muchos años después de la muerte del vástago encontró el original del libro y se propuso publicarlo. Muchos buenos escritores tienen editores incapaces de leer el futuro, que los llevan a la muerte y amigos empecinados que contra viento y marea consiguen convertir en un objeto palpable lo que, sin su intervención, no hubiera sido más que un sueño incumplido –o ni siquiera eso: el proyecto de un sueño.
Historia. “Una mariposa en la máquina de escribir” (Anagrama) no es la primera biografía que se escribe sobre Kennedy Toole. En 2001 vio la luz “Ignatius Rising: The Life of John Kennedy Toole”, de René Pol Nevils y Deborah George Hardy. Nevils y Hardy presentaban a Toole como un tipo atormentado por el complejo de Edipo, homosexual reprimido, alcohólico, promiscuo y loco. MacLauchlin no se arriesga a tanto, y le otorga a su madre el papel que se merece en esta historia triste, aunque no deja de recriminarle a Thelma que haya destruido la nota de suicidio de su hijo y otros papeles personales. A esa biografía siguió otra, de Joel L. Fletcher, amigo de Toole: “Ken and Thelma”, un intento basado en entrevistas y los propios recuerdos de Fletcher que, esta vez sí, hacía justicia al escritor suicida y que el propio
MacLauchlin consideró “una orientación imprescindible” para escribir su libro.
Lo más interesante y más rico de esta nueva biografía lo constituye el corpus con el intercambio epistolar, que duró a lo largo de dos años, entre Kennedy Toole y Robert Gottlieb, editor estrella de Simon & Schuster –quien decidió publicar “Trampa 22” de Joseph Heller en 1961– empecinado en que Toole corrigiera “La conjura de los necios”.
Gottlieb tiene muchas dudas en relación con el manuscrito (estamos en 1964): discrepa de la estructura de la trama, no le gusta el final; si bien ve en “La conjura...” muchas escenas brillantes cree que “los hilos deben ser fuertes y coherentes a lo largo de toda la historia” (sin advertir que si hay algo que hizo del libro, en la opinión de Anthony Burguess, uno de los clásicos de la literatura norteamericana moderna, es la debilidad de sus hilos y sus incoherencias). “Leeré su libro –le escribe Gottlieb–, lo volveré a leer, lo corregiré y quizá lo publique; dicho de otro modo, apáñeselas como pueda hasta que se harte de mí”. Gottlieb quería que Kennedy Toole hiciera lo que no estaba dispuesto a hacer: corregir el manuscrito. Tal como había hecho muchos años antes, cuando tenía 16 años, con su novela “La Biblia de neón”, metió “La conjura de los necios” en una caja de zapatos y la guardó debajo de la cama.
Años después, el escritor sufrió una crisis de nervios y decidió viajar durante dos meses por los Estados Unidos. Se quitó la vida en las afueras de Biloxi, en Mississippi. Lo demás es historia conocida: su madre, muchos años después, encontró el manuscrito y se propuso publicarlo, cosa que consiguió en 1980 con el sello de la Universidad de Louisiana, tras acorralar al editor y escritor Walter Percy, a quien finalmente le debemos la publicación de la novela que un año después obtendría el Premio Pulitzer.
“La conjura de los necios” hizo de John Kennedy Toole una celebridad, es cierto, pero no menos cierto es que también hizo una celebridad de Thelma Toole, su madre. Thelma daba entrevistas, aparecía en programas de televisión, dictaba conferencias y asistía a lecturas del libro, donde aprovechaba para cantar y tocar el piano. Murió a fines de agosto de 1984.
Sin duda, John se merecía una biografía, pero también deberíamos convenir en que su madre aún espera la suya. MacLauchlin le concede importancia a su figura, consciente de que es ese Edipo no resuelto lo que hace único al caso Kennedy Toole, tal vez único en la historia de la literatura en que una madre emprende una misión tal alta y con resultados tan exitosos.l
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por Guillermo Piro*
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