No hay caso. Todos los manuales modernos de politología, management, marketing y comunicación coinciden en que se gobierna así: editando cuadro por cuadro, cual novela de la tarde, la “realidad” que se desea representar.
El poder es más metáfora que hecho concreto.
Juego de símbolos.
Más creencia para la quietud expectante que propuesta para la acción práctica. Más religión que ciencia. Más chatura generalizada que apuesta a la grandeza colectiva.
Venimos de la teatralidad dramática, trágica, densa, de una mujer victimizada por las vueltas de la Historia, de la Patria, de la Traición y de la Vida. Relato épico. Liderazgo duro. Personalismo extremo.
Cambiemos, por ahora, va significando a lo sumo un cambio de canal. Zapping político. Llegó la hora de la comedia ligera, los pajaritos de colores, las ideas envasadas al vacío, un setentismo más Palito Ortega que Che Guevara. Contrarrelato en remera y en patas. Liderazgo light. Personalismo culposo.
Cambiamos los gerentes, no los negocios. Los predicadores, no necesariamente la moral. Los actores (algunos) y el género, pero no la lógica de la ficción.
Somos expertos en igualar hacia abajo. Fabricantes de zócalos, sin techo.
Pasamos de Marcelo Tinelli entrando a Olivos para una cumbre semisecreta con Máximo Kirchner en marzo de 2015 a Marcelo Tinelli entrando a Olivos a una cumbre semipública con Mauricio Macri. ¿Será porque Antonia es chiquitita todavía?
Hoy como ayer, la “peligrosa” satirización de los que mandan funciona como debate estéril para la gilada. Antes como ahora, el negocio y la mafiosidad del fútbol oficia como telón de fondo. Y siempre la cruda realidad tras bambalinas. Tapada para que siga el baile... por un sueño. ¿El de quién?
Snapchat, ¿etapa superior de la telepolítica? ¿O enfermedad senil de la posmodernidad?
Patético, para los griegos, era aquello que subleva los sentidos y conmueve con vehemencia los espíritus hasta causar impresión.
Haber convertido la “cumbre” Macri-Tinelli del miércoles 27 en cuestión de Estado, sin revelar temario y terminar reduciéndolo todo al intercambio de rostros en el programita de video que hace furor en las redes sociales entre los adolescentes resultó patético.
Discutir los excesos de una caricatura en pleno siglo XXI, caricaturiza dos veces a quien se da por afectado. Patético.
Igualar a un conductor de tele por más rating que tenga con un presidente de la Nación, cualquiera sea, es patético. Pero lo es más aún si es el Presidente quien le teme al otro. Quien sufre por los daños colaterales de una sátira que puede mostrarlo blandito, confuso, vagoneta. Quien cede ante la misma “extorsión” que denuncia, fingiendo desinterés y buena onda. Sometiéndose a la estética de una estudiantina televisiva de cincuentones largos.
Al actuar la “era del diálogo” con Marcelo Tinelli, el Presidente quiso demostrar, de paso, lo que no quiere ser: un De la Rúa fashion, digamos.
Le salió mal.
El poder y la fama en calzoncillos.
Patético.
Comentarios