La mesa chica del Gobierno es un grupo de personas que se reúne con cierta periodicidad para discutir políticas y temas de gestión. Existe desde mucho antes de que Mauricio Macri llegara a la Presidencia y tuvo un rol clave durante la última crisis, en la que el dólar trepó hasta los 40 pesos. De esa mesa, además de Macri, participan el jefe de Gabinete Marcos Peña; la gobernadora bonaerense María Eugenia Vidal; el jefe de Gobierno porteño Horacio Rodríguez Larreta; el consultor ecuatoriano Jaime Durán Barba y el ex intendente de Buenos Aires, Carlos Grosso.
La importancia de Grosso en el organigrama macrista no se mide por su sola presencia, sino también por la ausencia de otros. Grosso, en el esquema de consulta del Presidente, está por encima de funcionarios de la talla del titular de la Cámara de Diputados, Emilio Monzó, el ministro del Interior, Rogelio Frigerio, el ministro de Economía, Nicolás Dujovne, o el jefe de asesores de Macri y amigo de la infancia, José Torello. A todos ellos, el Presidente los ve con frecuencia casi diaria y discuten temas de gestión. Pero ninguno está en la mesa chica, cuando hay que hablar de temas profundos, sensibles, complejos y de relevancia institucional. Allí sí dice presente Grosso, quien fue convocado a la Quinta de Olivos el viernes 31 de agosto y el sábado 1 de septiembre, con el dólar en llamas. Dos días seguidos e intensos en los que el Gobierno planificó qué medidas tomar respecto de la crisis económica y cómo comunicarlas. La crisis que se había desatado era tan relevante que, el viernes, Grosso estuvo casi a solas con Macri. Ese día no estuvieron Rodríguez Larreta ni Vidal. Recién el sábado se sumaron los dos.
El domingo también hubo convocatoria en Olivos, pero fue encabezada por Peña y Rodríguez Larreta. Macri recién se sumó al final del día y algunos de los participantes afirmaron que pasó la tarde en su quinta Los Abrojos, en Los Polvorines.
Aporte Grosso. Es importante recordar que este “ministro” invisible es un histórico militante del peronismo, con lo cual se rompe uno de los mitos más grandes de estos tiempos: el antiperonismo de Macri. Grosso es licenciado en letras y sus contemporáneos lo consideran uno de los grandes cuadros políticos de su generación. Su mayor aporte en la mesa chica es decodificar el pensamiento peronista y aportar profundidad y pensamiento a las decisiones políticas de Macri. En algunas oportunidades Grosso le envía mails al Presidente con reflexiones y hasta le manda anotaciones discursivas. Tiene una excelente relación con Jaime Durán Barba y Marcos Peña. El jefe de Gabinete es uno de los que más lo escucha.
Quienes lo tratan con frecuencia afirman que Grosso es un hombre aperturista, que suele inclinarse por hacer grandes acuerdos e intenta que se incluyan a diferentes sectores del peronismo. En este contexto de crisis, él es de los que opinan que “invitar” a otros sectores políticos para acompañar este proceso de ajuste es una jugada inteligente.
Juventud. Los aportes de Grosso no son solo con Macri. También está muy involucrado en la formación de nuevos cuadros. Hace dos meses se reunió a comer con jóvenes dirigentes del macrismo que conforman la agrupación “La Generación”, una suerte de “La Cámpora” macrista. La reunión se hizo en el restaurant La Puerta del Inca, en San Telmo, donde Grosso se llevó toda la atención. Allí el asesor presidencial dio su visión sobre el futuro del macrismo. Para Grosso es importante que en el interior se fortalezcan dirigentes y se vuelvan competitivos para así sumar legisladores en las la Cámara de Diputados y el Senado. Sabe que los gobernadores peronistas y los radicales ofrecen los votos de sus legisladores en cada negociación. Y entiende que la única manera de sobrevivir al peronismo y al radicalismo es fortalecer el macrismo. Una reflexión que hizo en aquella reunión con jóvenes PRO (pre-crisis de agosto) fue que para el 2023 prevé que el peronismo y el radicalismo podrían unirse en contra del macrismo debido a que tienen mucho más tiempo de convivencia democrática bipartidista. Grosso sostiene que como los peronistas y radicales llevan más de 70 años compitiendo en política es probable que, como reflejo de supervivencia, intenten expulsar al PRO del mapa, como sucedió con otras fuerzas que intentaron apoderarse de sus electorados.
Con este análisis como premisa, Grosso considera que el margen para equivocarse es muy pequeño, por lo que se suele molestar con los “errores no forzados”. Al ex dirigente peronista le llama la atención la impericia que ha tenido el Gobierno con algunas decisiones y cómo se sacrificó capital político para temas que no lo ameritaban. Suele poner como ejemplo el cambio de fórmula del Mínimo No Imponible, con el cual menos gente iba a pagar el impuesto a las ganancias, pero luego de anunciar la medida se descubrió que con la nueva fórmula más contribuyentes pagaría ese tributo. Lo mismo sucedió con la reforma previsional, que desató una batalla campal en las afueras del Congreso. En aquellos días, Grosso lanzó una frase a los funcionarios: “Es hora de que guarden el traje, porque se arruga”. La metáfora la suele utilizar para decirle a alguien que debe ponerse a trabajar.
A pesar de los ejemplos de mala praxis, Grosso es un entusiasta del PRO. Se siente parte del proyecto, del cual es socio fundador junto con Macri, Nicolás Caputo y José Torello, entre otros. Lo seduce la forma de analizar el territorio que importó Durán Barba. Le suele comentar a sus amigos que el ecuatoriano tiene en su casa de Recoleta un mapa de la Argentina y otro de la Provincia de Buenos Aires dividido en cuadrículas y por colores, donde tiene estudiado cómo votan las personas. Ese mapa está armado en base a una densa cantidad de encuestas cuantitativas y cualitativas que ayudan a determinar la probabilidad del voto. También le atraen los análisis de big data que se hacen sobre las redes sociales, bases de datos, foros y otras fuentes de información digitales.
Historia. Grosso nació en Pampa del Infierno, Chaco, donde estudió para ser cura en un seminario de la orden jesuita. Desde aquellos años mantiene una relación tirante con Jorge Bergoglio, hoy Papa Francisco. Llegó a ser profesor, y tuvo como alumno, entre otros, a Miguel Ángel Toma, luego devenido en compañero de militancia. Militó en la JAEN (Juventud Argentina para la Emancipación Nacional) y luego en CTP (Comando Tecnológico Peronista). Durante el gobierno de Héctor Cámpora encabezó la Dirección Nacional de Educación del Adulto (DINEA) y más tarde se convirtió en asesor de Carlos Ruckauf en el Ministerio de Trabajo. Durante la dictadura se quedó sin trabajo y se dedicó a hacer papers con indicadores socioeconómicos que luego presentaba en empresas.
No tenía muchos clientes. Pero había uno que le prestaba especial atención. Se llamaba Franco Macri. Este cliente se volvería un personaje clave en muchos momentos de su vida. Para empezar, en 1977, cuando fue secuestrado por la Marina, Grosso pasó 27 días preso y fue liberado por pedido del mismísimo Franco Macri. Trabajó en Socma, donde llegó a ser gerente general, pero en 1982 decidió dar fin a su vida en el mundo privado y el regreso de la democracia lo entusiasmó para volver a la política. Franco, lejos de enojarse por el abandono, decidió ser el principal esponsor de esa aventura. En 1985 llegó a diputado nacional y en 1989 se convirtió en intendente de la ciudad de Buenos Aires. Por aquellos años, al alcalde de la Capital Federal lo elegía el Presidente de la Nación a dedo. Su gestión en la Ciudad de Buenos Aires es recordada por grandes hitos como, por ejemplo, la creación del barrio Puerto Madero, pero también fue una administración marcada por las denuncias de corrupción. Cuando renunció a la intendencia, uno de los escándalos más recordados era la “escuela shopping”, un caso en el que se había cedido la planta baja de un colegio para poner locales comerciales.
Por aquellos años, el denunciante más famoso era Aníbal Ibarra, inaugurando un fenómeno que hoy se conoce como la “judicialización de la política”. Más tarde Ibarra se convertiría en jefe de Gobierno de la Ciudad y muchos años después, en uno de los abogados de Cristina Kirchner, hiperdenunciada e investigada en Comodoro Py.
En la mala. Grosso salió eyectado de la intendencia producto de dos enfrentamientos que terminaron de aniquilar su estado de ánimo. Por un lado, le había confesado a Carlos Menem su intención de ser candidato a Presidente, si el riojano no estaba dispuesto a ir por la reelección. Exteriorizar sus ambiciones fue letal para su futuro político. Desde aquel día, Menem le hizo la cruz. Por otro lado, una pelea con Franco Macri provocó que el empresario le quitara su apoyo y por consecuencia también perdió el respaldo de buena parte del establishment empresario de ese entonces.
Cuando dejó la función pública, Grosso tenían una pésima reputación. Según una encuesta de aquellos años, realizada por la consultora Mora y Araujo, llegó a tener una imagen negativa del 92%.
Era mala palabra. Y en la cultura popular quedó catalogado como un ladrón. Desde rumores sobre que era el dueño de la mitad de Puerto Madero, hasta una mención en una canción de León Gieco. En la letra de “Ojo con los Orozco” hay un verso que dice: “Mocoso, soplón, moroso, bocón, chorro como Grosso”.
Cuando regresó al llano, desapareció de la escena pública. Peregrinó por los tribunales federales y ordinarios, donde tuvo decenas de causas judiciales. Se estima que fueron alrededor de 36 y desde el Gobierno afirman que fue sobreseído en todas. El año pasado hubo novedades en uno de los últimos expedientes que quedan sin resolver. Es por el caso de una plaza llamada Salvador María del Carril, ubicada en Retiro, frente a la terminal de la línea San Martín. El caso es porque la plaza, un espacio público, fue vendida a una empresa llamada Nuevo Retiro SA. La causa se tramitó desde el 2001 en el juzgado de Norberto Oyarbide, pero el 12 de junio del 2007, el juez subrogante Marcelo Martínez de Giorgi decidió concluir la investigación y elevarla a juicio. En la causa también están procesados Carlos Menem y Domingo Cavallo.
Regreso. En el fatídico fin de año del 2001, Grosso volvió a la gestión pública de la mano de Adolfo Rodríguez Saá. Fue como asesor de la Jefatura de Gabinete. Grosso era uno de los funcionarios que escribía los discursos. “El Adolfo”, aquel día de la asunción, hizo un anuncio celebrado por los legisladores. “El Estado argentino suspenderá el pago de la deuda externa”. Argentina entraba en default y Grosso era uno de los funcionarios más polémicos. Un día, entrando a la Casa Rosada, los periodistas comenzaron a hacerle preguntas relacionadas con las causas judiciales que aún no se habían cerrado. Él, cansado de dar explicaciones, lanzó una frase que lo terminaría condenando: “El Presidente no eligió mi prontuario, sino mi inteligencia”. Aquella explosiva declaración sería el tema del día en todos los medios. Tras un inmediato cacerolazo, renunció.
Y así pasó la crisis de los partidos políticos que dio nacimiento al PRO. Ahí estaría de nuevo Grosso, intentando reinventarse y cruzando su Rubicón.
“Carozo”, como lo llaman en la intimidad gubernamental por la conjunción de su nombre y apellido, no quiso hablar para esta nota por dos motivos. 1) En el Gobierno se lo tienen prohibido. A pesar de respetar su visión de la política, entienden que la imagen que existe sobre él no es buena. 2) No le gustan los periodistas: siente que lo maltrataron durante muchos años.
Según sus compañeros fue el mejor de su generación, tenía todo para ser presidente, pero apenas será recordado como ex intendente y asesor presidencial. Ni siquiera tendrá una calle en Puerto Madero, un barrio que se volvió símbolo de la ciudad de Buenos Aires. Allí los nombres de las calles son todos de mujer.
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