En El Ojo de la Patria, Osvaldo Soriano retrata un aspecto de la Europa pos Guerra Fría: muchos espías se quedaban sin trabajo y se dedicaban al espionaje empresarial, robando secretos financieros y tecnológicos a compañías para venderlos a sus competidoras. Ese mundo rodeaba en París al espía argentino Julio Carré, el personaje de la novela.
La realidad giró hacia la ficción de Soriano. El sobresalto que sacudió la calma por la tregua pactada entre Trump y Xi Jinping en Buenos Aires, deja a la vista ese aspecto del mundo que reemplazó al de la Guerra Fría.
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Los mercados habían recibido con alivio el acuerdo firmado en el G20. El riesgo de una escalada en la “guerra comercial” entre China y Estados Unidos mantenía a la economía global al borde del pánico. Xi Jinping concedió equilibrar la balanza comercial y logró que Trump, a cambio, sacara el dedo del gatillo dejando por tres meses los aranceles a los productos chinos tal como están. Pero cuando suspiraba de alivio, la economía global entró en pánico al enterarse que una encumbradísima ejecutiva de Huawei era detenida en Vancouver.
Nada menos que Meng Wanzhou, directora de Finanzas y vicepresidenta, además de hija del fundador del gigante chino de las telecomunicaciones, fue subida a un patrullero canadiense por pedido de la Justicia norteamericana. ¿La razón? Las plantas de Huawei en Estados Unidos vendieron productos a Irán, violando las sanciones re-impuestas por Washington desde que Trump decidió abandonar el acuerdo nuclear con la República Islámica.
Rivales. Una decisión altamente cuestionable. Irán estaba cumpliendo lo pactado en 2015. Así lo certificaban las potencias europeas que, junto con China y Rusia, firmaron el acuerdo para evitar que el régimen iraní construyera un arsenal atómico. Pero Trump juzgó que el pacto era “pésimo” y reinstaló las sanciones al país centroasiático.
El embargo motivó la detención de la ejecutiva china, haciendo que el alivio por la tregua pactada en Buenos Aires no dure más que un par de días, porque la tensión entre Beijing y Washington volvió a instalar el peligro de una guerra comercial abierta y total entre las dos potencias que se disputan el liderazgo económico y tecnológico mundial.
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No obstante, es probable que detrás del arresto haya otro motivo: el espionaje tecnológico que Estados Unidos y otras potencias adjudican desde hace décadas a China. Se sospecha que esta empresa, igual que ZTE, realiza para el Estado chino tareas de espionaje para obtener información política, tecnológica y empresarial en potencias occidentales.
De hecho, el fundador de Huawei, Ren Zhengfei, es un ingeniero que trabajó para el ejército chino. Australia, Nueva Zelanda y Gran Bretaña, entre otros, sumaron sus sospechas a las que hace tiempo se vienen planteando en Estados Unidos sobre ciberespionaje a través de chips instalados en los dispositivos electrónicos que produce en todo el mundo esa multinacional y otras empresas chinas vinculadas al gobierno de la potencia asiática.
Para Beijing, hay un ataque norteamericano a Huawei para detener el avance que implica la tecnología 5G. Pero lo que muchos ven en Washington, Canberra, Auckland, Londres y varias capitales más, es que China usa empresas para espiar y robar secretos.
Detrás de la guerra comercial asoma la guerra del nuevo espionaje. En la dimensión de este conflicto, el mundo parece retroceder al tiempo previo a la cumbre Nixon-Mao Tse-tung con la que Kissinger y Chou En-lai rediseñaron el tablero geoestratégico.
En ese tiempo, la Guerra Fría enfrentaba a soviéticos y norteamericanos, mientras China confrontaba suavemente con ambos desde una “tercera posición”.
Espías. Hoy, Rusia usa ciberespias, trolls y hackers para influir en procesos electorales de Occidente favoreciendo a los liderazgos anti-sistema, mientras China hace espionaje a través de sus multinacionales tecnológicas para robar secretos que le sirvan para posicionarse en el liderazgo tecnológico y económico mundial. La detención de la ejecutiva de Huawei creó un pico de tensión en esta nueva disputa Este-Oeste, justo cuando los norteamericanos despedían a George H.W. Bush, el presidente que hizo su aporte al poderío económico de China y al poderío militar de Rusia.
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Como embajador en Pekín y como titular de la CIA bajo la presidencia de Gerarld Ford, colaboró para que llegara a la cumbre del PCCh Deng Xiaoping, el reformista que introdujo a China en el mundo y puso fin al colectivismo de planificación centralizada abriendo la economía al capital privado.
Ya como el presidente número 41 de Estados Unidos, afrontó la disolución de la URSS y guió las negociaciones con Ucrania, Kazajstán y otras ex repúblicas soviéticas para que entregaran sus arsenales nucleares a Rusia.
Casi cuatro décadas más tarde, China disputa a Estados Unidos la vanguardia económica mundial, mientras Rusia se mantiene como potencia militar y promueve liderazgos políticos que pongan fin a la democracia liberal en Europa y América. También propicia movimientos sociales contra gobernantes partidarios de la Unión Europea, como Emmanuel Macron, sacudido por los “chalecos amarillos”, violentas protestas detrás de las cuales puede estar el Kremlin a través de sus ejércitos de hackers y trolls.
El Brexit, el gobierno italiano y la presidencia de Trump son algunos de los muchos éxitos obtenidos por Moscú en el nuevo formato de la confrontación Este-Oeste. Trump enfrenta decididamente a China, pero no hace lo mismo con Rusia.
En el nuevo tablero internacional, Trump confronta fuertemente con China por el liderazgo económico y tecnológico global, mientras hace capoeira con Putin. O sea, simula confrontar con el líder ruso, mientras enfrenta de verdad a Xi Jinping para detener el avance que China aceleró en los últimos cinco años en los terrenos de la digitalización y la robotización.
El jefe del Kremlin usa sus ciberespías y sus ejércitos de hackers y trolls para corroer por dentro a la ya declinante democracia liberal, mientras Beijing usa sus multinacionales como “el ojo de la patria” china, que espía y absorbe información de las potencias occidentales.
Los espías que robaban secretos industriales en la novela de Osvaldo Soriano, han sido reemplazados por chips.
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